27 abril 2006

El dragón sobre su cuello


Lo había visto antes y su memoria fotográfica pocas veces se equivocaba.
Lo distinguía perfectamente: era el primero de un grupo de diez que descendía por la escalinata del avión matrícula estadounidense. Desde el monitor del televisor se veía en cámara lenta, con el rostro sin barba, la cabeza rapada, el cuello ancho con el tatuaje de un dragón verde vomitando fuego.
El dragón se distinguía perfectamente por entre la franela blanca que llevaba puesta. Un tipo fuerte, con el cuerpo duro y los músculos ejercitados a puro gimnasio, a puras pesas.
Cuando lo vi por primera vez, lo imaginé empuñando un arma de fuego y peleando como si se tratara de un maldito héroe de película. Los otros que descendían detrás de él, se mostraron tal y como él; indiferentes, ponzoñosos y enajenados.
En ese momento no le preguntó nada; el tipo tenía cara de muy pocos amigos y sus ojos enrojecidos alertaban; es capaz de cualquier cosa. Ni siquiera el golpe que me asestó en la cabeza con la manopla de su puño izquierdo-con el derecho sujetaba la pistola-, me sacó de la fascinación.
El dragón lucía inmenso de cerca, lanzaba un eructo incendiario que amenazaba con quemar su cuello blanco y ancho. Tenía estilo y había que reconocerlo. Olía a perfume recién estrenado, pensó que, tal vez, lo había traído de Nueva York.
Pero fue una interpretación; no podía cometer la imprudencia de preguntarle, primero si su fragancia era perfume o colonia, y segundo, la marca.
Levantó las manos; fue una orden.
-Levanta las manos, maricón, y cuidado con moverte.
No me movería; lo prometió. Creía con firmeza en las promesas de hombres como él: cabeza rapada, rostro de niño hermoso rebelde sin un barro y un cuello con un dragón espectacular que vomitaba fuego; porque a la orden de levanta las manos, maricón y cuidado con moverte, le siguió un si lo haces te quemo, hijo de la gran puta. Fuck you.
Además, me intrigaba el hecho de que no guardaba las formas; antes se encapuchaban, se cubrían el rostro con alguna máscara para evitar ser identificados, pero éste no, le importaba un carajo que lo contemplaran, le daba un diez y eso sólo podía significar una cosa: el man no dejaría testigos, lo cocinaría a balazos y de ese modo, qué coño de preocupaciones lo atormentarían si se trataba de un maldito asesino.
Recordó la perfección de su perfil: cuando descendía la escalinata del avión, que la cámara lo captó en un primer plano, y éste volteó de un lugar a otro, su rostro quedó congelado y fue cuando descubrí el dragón verde sobre su cuello.
No opuso resistencia porque lo recordó cuando descendía de la aeronave y el tipo exhibía una arrogancia fuera de contexto. Venía preparado para hacer su trabajo y no sólo hacerlo sino hacerlo bien hecho. Como un artista.
Además, creyó que se trataba de una coincidencia; él se había bañado hacía unos minutos, luego de llegar de la compañía de la cual era presidente del consejo directivo; había extraído una cerveza rubia del refrigerador, se acomodó en la cama y lo vio en el noticiero de las nueve.
Me impactó verlo desde el primer momento. Estableció que no era gay para sentir atracción por otro hombre y aquella fascinación era intensa e inexplicable.
Me llamó la atención, simplemente este tipo con esa mirada frenética, esa estatura sobreabundante y, el dragón verde que nacía en su cuello ancho y se perdía en la espalda.
Nunca creyó en las casualidades. Creía que todo obedecía a un plan en la vida.
-Voltéate y no respires-, le había ordenado el sujeto. Amarró sus manos detrás de su espalda y con una brusquedad sin formas lo empujó hacia el interior de un gigantesco Caprice Classic. Se montó después de él. Otro sujeto de pelo negro, brillante y largo-caía libre sobre sus hombros-, conducía el automóvil. Los cristales del automóvil poseían una espesura tal que no era posible la visibilidad hacia el exterior.
Descubrí que la vaina iba en serio. Sabía que la noche se hacía cada vez más oscura y que la carretera se extendía interminable y recta.
-¿Hacia dónde me llevan?
-¡Cállese, coño!
De esta no saldría vivo. Lo sabía porque nadie se había cubierto y no sería difícil identificarlos: sin lugar a dudas se trataba de un secuestro.
-Si respiras te corto la garganta, hijo de puta.
Por primera vez saboreó un tipo de sustancia ferruginosa, de hierro, que alguna vez le dijeron, era a lo que sabía el temor. En el forcejeo, antes de ser sometido y amarrado, logró ver los ojos del dragón: rojos y con unas pupilas dilatadas y negras. Además, creyó que se trataba de una gran coincidencia.
La noche anterior, ¿fue después de verlo descender de la escalinata del avión o de apuntarle con el arma de fuego y darle la bofetada?, había visto una película: un grupo de hombres armados con todo tipo de artefactos, irrumpían en el salón de música de una casa, golpeaban a su propietario y lo secuestraban para pedir cien millones de dólares por el rescate, pero el rehén logró despojar a sus captores de las armas y los mató con ellas. Reía. Su situación era similar, una simple diferencia: él no tenía los cojones para librar una batalla tan desigual.
Desde muy joven había sentido una fascinación especial por las situaciones que implicaban riesgo y peligro, e incluso, muchas veces anheló protagonizar alguna. Pero no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.
Esa noche las cosas cambiaron. Alrededor de las diez u once de la noche, se trasladó desde el séptimo piso hasta el estacionamiento y antes de introducir la llave para abrir la portezuela delantera izquierda del vehículo, escuchó la voz:
-Levanta las manos, maricón y cuidado con moverte.
El tipo era perfecto. Quiso preguntarle las razones que movían a un hombre bien parecido, quizás inteligente, a dedicarse al crimen, pero no se creía con el derecho de hacer esa, ni ninguna otra pregunta. Para ellos el suyo es un trabajo como cualquier otro, así lo piensan y nadie los convence de lo contrario.
Mejor no preguntar, era preferible dejarse llevar por la corriente para no morir quemado antes de tiempo.
No les importaba de quién se trataba, si lo dejaban vivo o si lo cosían a tiros: simplemente hacer el trabajo que alguien más arriba les ordenó que hicieran sin cometer errores fatales.
-¿Qué significa ese dragón?-preguntó con la boca ensangrentada. El tipo no le respondió. Más que eso, buscó entre las cosas que iban en el botiquín del asiento del acompañante y sacó un tubo de cinta adhesiva y sin delicadeza le selló la boca para que no hablara más.
El automóvil se metió por un camino pedregoso, que al parecer descendía hasta un escondite. Lo sacaron a empujones y lo tiraron sobre el piso de tierra de una cabaña de madera. Recordó al grupo armado de la película y las patadas que lanzó el plagiado para matarlos a todos: es una locura, pensó. Allí la sorpresa fue mayor: nueve hombres a quienes recordó descendiendo la escalinata del avión matrícula estadounidense, detrás del hombre del dragón verde que vomitaba fuego sobre su cuello. Eran los mismos. Aparentemente el líder habló. Distribuyó una especie de orden y lo hizo en inglés. En ningún momento dejó de empuñar el arma: ahí estaba el teléfono celular desde donde realizarían la llamada.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?-preguntó el tipo con rabia. No quería hacerse juicios, pero percibía un aire de resentimiento personal. ¿Se trataba de un secuestro? En un secuestro no cabían los resentimientos personales.
Entonces vino el cálculo. Por años y como principal ejecutivo de una transnacional fue responsable de miles de despidos, sometimientos por negligencia laboral y aquello sólo formaba parte de una venganza.
Congeló la imagen. El hombre era el primero de un grupo de diez que descendía por la escalinata del avión estadounidense matrícula JQ-P375-02 y se veía con el rostro sin barba, la cabeza rapada y el cuello ancho con el tatuaje de un dragón verde que vomitaba fuego.
Y esa mirada tan atrayente que lo conmovía por su fiereza, lo sacaba de quicio por el pestañeo impaciente y el perfil perfectamente delineado.
Sintió dolor cuando el tipo del dragón en el cuello le despojó la boca de la cinta adhesiva.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?
-¿Qué significa ese dragón?
La mano llegó contundente y abierta hacia su rostro. Una, dos, tres bofetadas.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?
-Dime, ¿qué significa ese dragón?
Y el tipo de cuello ancho con el dragón verde sobre su cuello se inclinó y lo penetró con su mirada.
-¿Quieres saber el significado del dragón?- casi le escupió. El individuo se quitó el poloshirt que llevaba puesto: su espalda, su pecho, sus brazos, estaban repletos de dragones verdes tatuados.
No lo creí. La gran explanada de su espalda tenía la cara enorme, el hocico enorme de un dragón y cientos de dragones más pequeños que lanzaban llamaradas amarillas, llamaradas rojas y el nombre de Antonia, grabado con tinta china encarnada.
Antonia: debía amarla para haber permitido que escribieran su nombre en espacios de su cuerpo. Lo miró a los ojos:
-El dragón es el animal mitológico que vuela y lanza fuego. Eso soy yo, un dragón.
-¿Un dragón?
Me trajo un recorte de periódico y leí:
“El número de deportados, luego de permanecer
encarcelados en prisiones estadounidenses,as-
cendió a 11 mil en lo que va de año.
La mayoría de éstos pagó condenas en cárceles
de máxima seguridad por asesinatos y cargos por
asesinatos y distribución ilícita de narcóticos.
Informes policiales han puntualizado que estas
deportaciones masivas han contribuido enorme-
mente con el auge de la delincuencia y el
incremento de las ejecuciones vinculadas al nar-
cotráfico”.

-Debo ser el número 11 mil de esos repatriados.
El hombre, asustado, no entendía el motivo de las confidencias; era un secuestrado y esos novatos intimaban con él. ¿Querían crear un síndrome de Estocolmo? Los ojos del dragón lo escrutaban desde la raíz hasta el cálamo. Qué le respondería sobre cuánto pedir por su rescate. Uno de los hombres acercó una silla, el tipo del dragón la ocupó, le colocó la pistola en la frente.
-En la vida, los hombres cometen muchos errores, ¿no cree señor millonario?
La pregunta seguía un rumbo poco transitado. Él era un hombre de negocios y podía salir vivo de aquella encrucijada.
-No pidan rescate-intervino- yo mismo puedo ir contigo y darte treinta millones de euros...
-¿Vale tan poco tu vida?
-Bien, serán cincuenta...
-Maneja las cifras, millonario...
-¿Quién es Antonia?
El secuestrado cambió la expresión de calma-tensión a tempestad-incertidumbre. ¿Estaban negociando? ¿Por qué se detuvo a preguntar un simple nombre?
El dragón sobre su cuello parecía cobrar vida en sus hombros mojados de sudor. El fondo de las pupilas de la bestia infundía un terror renovado.
-¿Viviste en Nueva York?-, lo sorprendió con la pregunta. Recordó sus años en la ciudad de los rascacielos; un piso de lujo en la Quinta Avenida, vida de champagne, limosinas y mujeres exquisitas, mientras sus negocios florecían. Visitaba los museos, se prolongaba en las galerías de arte, y también en los tugurios ensombrecidos de la ciudad. Sí, vivió una vida sin desperdicios en la gran urbe.
-Sí-respondió-viví en Nueva York.
Nueva York y Frank Sinatra; Nueva York y los clubes nocturnos, las rubias y morenas que se lanzaban tras de sí; la bohemia perfecta: ¿cómo olvidar esas noches desenfrenadas, el humo, el calor?
-¿No recuerdas a Antonia?
El secuestrador, con la cabeza brillante como una bola de billar blanca, encendió un cigarrillo, la pistola sobre la cabeza del rehén.
-¿Antonia?
-Sí, Antonia.
Hice memoria. Llevaba el nombre el nombre Antonia acerado sobre su piel. Nueva York, Antonia. Antonia, Nueva York.
-¡Mierda!
-Esa expresión, mierda, es porque descubriste en tu recuerdo olvidado que la dejaste embarazada, enloquecida por la droga, ¿la hiciste adicta para no responsabilizarte? Ella murió.
-¿Y tú?
El tipo del dragón se levantó de la silla. No estaba furioso, volvió a apuntarle con el arma de fuego:
-Te dejó este mensaje conmigo, papá.
Los cuatro impactos de bala, dos en la cabeza y dos en el pecho lo mataron de inmediato.

20 abril 2006

El Examen de Historia
Escucho tu voz distante e insistente, clamando o reclamando,llamándome,
gritando mi nombre; exigiendo mi presencia en algún sitio, jadeando, como
perseguida por alguien y luego los ladridos, alguien te persigue, dos o tres
hombres, con varios perros. Despierto, cuando te veo en la mañana quiero contarte, pero no te cuento, pues, sé que si te contara, un mar de nervios te anegaría hasta el ahogamiento. Y ver tu rostro, con esa sonrisa casi perfecta, con esa mirada perdida, me aplasta. ¿Cómo echaría a perder esa expresión de indefensión sin rasgar mi conciencia?
Lo primero que hago es introducir mi flaca mano derecha en el interior del bolsillo izquierdo de mi chaqueta jean Levis Strauss y sacar con mis dedos filosos un Marlboro que enciendo y fumo antes de besar su rostro.
-Ese maldito vicio acabará contigo- te dice ella con sus labios recién pintados y su pelo amarillo recogido en dos trenzas que la hacen parecer una niña voluptuosa y precoz. Te acercas, debes cruzar primero por la cortina de humo que has dejado y que te separa de ella y besas sus mejillas.
-Oye, te quería contar algo...
-¿Tiene que ser ahora? Estamos retrasados.
Paso seguido, entramos a la clase de Historia, nos toca examen y no sé por qué en ningún momento puedo concentrarme.
¿Es el profesor con su montaña de años y su talento ancestral para dictar la misma cosa durante más de veinte años o es ese sueño maldito que me despierta a las cinco de la madrugada con tu voz distante e insistente, clamando o reclamando, llamándome o gritándome mi nombre?

No puedo entender esas que para un creyente son experiencias extrasensoriales, avisos de algo inminente que sucederá, pero yo nunca he sido un creyente, más bien he sido un escéptico, un tipo que sólo cree en las cosas que ve.
Es cuando enciendo el cigarrillo antes de besar tus mejillas y tus trenzas amarillas me atraen porque pareces una chiquilla, la misma chiquilla a quien hice el amor el mismo día que cumpliste los dieciocho años, en el cuarto de baño de visitas de la casa de tus viejos.
Lo celebramos en grande, porque el principal obstáculo que nos impedía consumar el acto sexual, era fundamentalmente tu minoría de edad y mi temor de que salieras embarazada a los diecisiete.
El viejo encorvado, torcido sobre la montaña de sus años, recoge los exámenes y me miras contrariada porque no has podido responder las diez preguntas y temes lo peor, cuando el anciano de nariz curva y ojitos redondos, como los de los peces, sacude esa mano cadavérica y levanta el papel y antes de pasar por tu butaca escruta al ojo por ciento tu trabajo, menea la cabeza y hace un maldito rictus labial que te deja sin aliento.
Corres, escuchas los ladridos ensordecedores, las pisadas machacando los charcos, tu propia respiración que parece agitada, cansada, exhausta.
Y el sudor desciende en gotas gruesas por tu cuello de mujer blanca; entonces te pregunto qué harás este fin de semana y me explicas que lo normal, beberte unos tragos, sacarle la caspa del pelo a tu padre, llamarme por teléfono y meterte por el culo el examen de Historia en el que el infeliz y jurásico profesor te achicharró hace unas horas.


Te pido que por una vez en la vida desoigas a tus padres y te quedes conmigo durante el fin de semana para hacer el amor y deshacerlo de inmediato y me dices que no puedes
llevarles la contraria a los viejos; ellos han sido muy buenos conmigo, y no estoy preparada para amanecer fuera de la casa y enciendo el cigarrillo, lo apuro, aceleras las chupadas, porque en pocos minutos empezará el examen de Historia.
-Oye, te quería contar algo...
-¿Tiene que ser ahora? Estamos retrasados.
Las calles están mojadas y los automóviles se desplazan
a mil kilómetros por hora; por lo que percibo, es la media-
noche y tres individuos, con igual número de perros ama—
rrados de cadenas y con pistolas empuñadas, corren, es una
persecución. Todo está relacionado con el vejete del profesor de Historia que te quitó el examen antes de responder las preguntas más importantes. El muy tarado no pudo preparar una prueba de selección múltiple, es decir, con preguntas de verdadero y falso y esas pendejadas, en las que por simple impulso instintivo a veces se pegan las respuestas, se atinan las respuestas correctas; no, él quiso un temario de desarrollo, de argumentación y si es posible, de juicios interpretativos.
Cuando se inician los disparos, despiertas sudoroso, asustado,
con ganas de llamarla, de preguntarle si no ha sucedido algo
fuera de lo común hoy, pero cuelgo porque es la voz cascosa
y cavernaria de tu padre la que dice:- Aló, aló. Y ante el silen-
cio cobarde del otro lado de la línea, lanza una adenda: maricón.
Después el clic.
E intento dormir nuevamente. Lo primero que hago al verla es introducir la mano filosa entre los bolsillos de la chaqueta Levis Strauss , extraer un Marlboro y tratar de decirle que tiene un presentimiento extraño que le impide dormir en las noches y concentrarse en el trabajo y en la universidad; ella le pide que lo deje para después, que está hasta la coronilla con esto de los exámenes y que ni siquiera tuvo tiempo para estudiar Historia.
-El maldito profesor nos dijo: estudien los capítulos cuatro, cinco y seis, porque de ahí saldrán las preguntas. Con esa decisión nos castró la posibilidad de fallar. ¿Cómo reprobar cuando el promontorio de años nos ha dicho los temas, de los cuales sacará diez preguntas?
Y se sentarán uno detrás del otro, pero desde ese momento no se conocen. El viejo esdrújulo los sitúa uno detrás del otro para descalificarlos ante el menor movimiento: una tos, un estornudo o una sílaba, mientras se desarrolla el examen y ambos estarán achicharrados, ipso facto. Automáticamente. Esas cosas no deben estar sucediéndome a mí, que ya tengo un buen empleo y con una maldita materia por superar para lograr la licenciatura.
Los callejones se estrechan cada vez más y los ladridos, las vociferaciones y los perros y los tres hombres se acercan. En la siguiente esquina una patrulla policíaca persigue a un automóvil, de cuyo interior un grupo de delincuentes vomita disparos de sus armas de fuego y tú corres, intentas pedir ayuda, pero nadie se detiene y los que están en sus apartamentos, fundidos en esos sórdidos edificios pintados de graffiti , mugrientos, cierran sus puertas, cierran sus ventanas y ahora que se aproximan, que es imposible
seguir la carrera, suena el timbre del teléfono y despiertas enloquecido y ella, que habla nerviosa del otro lado de la línea, te pide que vayas en su auxilio, que llama de un teléfono público.
Y sacas un cigarrillo para vestirte apresuradamente y desde tu casa escuchas las enloquecidas sirenas de las ambulancias nocturnas o las patrullas nocturnas de la policía y sales corriendo como alma que lleva el diablo; olvidas el jodido paraguas y la lluvia, una maldita lluvia que hace descender las aguas negras por los contenes y forman charcos profundos y hediondos, porque el malditísimo drenaje pluvial de la ciudad no sirve para nada, y la encuentras escondida, te silba, ven; agáchate, los he perdido, pero no será por mucho tiempo.
-Es lo que quería contarte-le dices empapado, con los labios amoratados y temblorosos...
-¿Qué quieres decir?-pregunta ella atemorizada...
-Antes, debemos ir a otro lugar. Esto es increíble. Soñé toda esta vaina, pero la novedad es que yo no aparecía en el sueño.
-Esto no es un sueño...
-Ya lo sé... vámonos.
El profesor se detiene como disfrutando una especie
de victoria. Lleva más de 20 años impartiendo el
mismo curso, incluso, el texto de Historia fue escri-
to por él. Cada cierto tiempo lo revisa, lo somete a
nuevas actualizaciones. Disfruta su victoria cuando
recoge tu examen y prevé de antemano, prejuicia tu
esfuerzo y no esconde el sarcasmo:
-Esto es una mierda- dice sin levantar la voz, sólo para que tú lo escuches.
Ese maldito dinosaurio es más malo que las ladillas. Me apena oírlo a mí también, pues, me sabía el material de tanto leerlo. El viejo decrépito nos había recomendado estudiar tres capítulos y yo,
que cuando me coge con una vaina no la
suelto, leí el desgraciado libro completo,
le llené la hoja del examen por los dos lados de la página,
sin ninguna reflexión argumentativa adicional, sólo una
repetición puntual, con las comas y los puntos incluidos,
de lo que había escrito.
-Tanto que joden y fastidian juntos y no pueden
hacer lo mismo con un puto examen-dijo, antes de seguir recogiendo los exámenes de butaca en butaca.
Quedamos solos en el aula. El viejo profesor de Historia fue solidario a pesar de su maldad intrínseca:
-Te voy a dar la oportunidad
de volver a llenar el examen...sola,
e irás a mi casa a entregarlo esta noche.
Concluí que el anciano era un descarado:
-De cualquier modo estás jodida. Si lo vuelves a llenar y lo haces bien, no te dará crédito.
-Claro, si no pude hacerlo bien ahora, tampoco lo haré mejor más tarde...el muy imbécil.


-A lo mejor prueba tu honestidad...
-A lo mejor quiere que le haga cositas en su casa.
-Me parece muy extraño.
La lluvia sigue derramándose sobre la ciudad y corremos. Ella te explica que lo intentó. Trató de hacer el examen honestamente y no estaba lista para realizarlo. No había estudiado nada y para colmo de idioteces ni siquiera sabía la dirección del profesor. Intenté comunicarme con la facultad y allí no había nadie. Entonces recordé que el viejo iba a menudo a la tienda de comestibles vegetales de la calle nueve y, efectivamente, Sam, el dependiente, me dio la dirección.
-¿Y qué pasó después?
Nada, corrí en dirección a su apartamento.
El reloj despertador te despierta. Lo sujetas incómodo y lo lanzas hacia el cuarto de baño, donde cae destrozado con el impacto de la pared y te depositas nuevamente en el espaldar de la cama, para dormir, y principalmente, retomar el sueño en el lugar que estaba antes de que la maldita alarma del reloj te sacara de quicio.
Y la ves corriendo, saltando charcos en el preciso momento en que apareces y ambos se alejan de la caseta del teléfono público desde donde te llamó unos minutos antes.
Corren desorientados, sin saber por donde aparecerán los asesinos que hace veinticinco o treinta minutos mataron al profesor de Historia, en su apartamento de la calle diez y que ella, de intrusa perpleja logró ver cuando consumaban la acción criminal.
Corría con miedo. Iba directo a la cita con su inigualable profesor a pedirle otra oportunidad para llenar el examen, porque no estaba preparada para hacerlo correctamente en esa ocasión. No lo engañaría. Ni se engañaría, pero vamos, que ese





vejete, sólo quiere que vayas a su santuario solitario para que le chupes la pinga caída o quizás para proponerte otras acciones lastimeras del pudor y lo ves entre los brazos de los asesinos que lo sostienen y lanzan su colección de huesos contra la pared, ensangrentado y despiertas. Sudas un caño pegajoso de sudor. La lengua amarga, la garganta seca, miras el jodido reloj intacto, aunque hace algunos minutos creíste haberlo destrozado, porque te había despertado e impedido que culminaras el sueño y por fin, por fin has logrado concluirlo y en él la tragedia; el profesor muerto a tiros por un grupo de asesinos que la descubrieron en el umbral de la puerta.
Son las ocho de la mañana, de la noche. Corres, corres sin dar tregua a la respiración, medianoche. Llegas a su casa, casi tumbas la puerta de la sala para avisarle, para ponerla al corriente, para no esperar mañana, para no verte impedido, para que ella no te diga estoy apremiada, estoy retrasada, debo tomar un maldito examen que no sé cómo superar.





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Escritor de Cabecera
Todos tenemos un escritor de cabecera. Es una especie de guía en las concepciones estéticas, en la propia creación y en aquello que se ha debatido durante siglos como el estilo. Es de ahí de donde parten las influencias, esas corrientes quen influyen en el proceso de la creación del cuento, la novela, el poema y el mismo ensayo, que ya sale de la parte ficcional, para penetrar más estrictamente al campo del pensamiento formal.
En mi caso soy un escritor. Aspiro a lograr la perfección que sólo se alcanza con el esfuerzo, la entrega, la perseverancia y la paciencia, y esta última, como elemento debe ser usada por quien se inicia, como consejero para evitar que la desesperación nos aniquile en el camino.
La mejor forma de aprender a escribir es escribiendo. Se trata de algo tan simple como las matemáticas, porque en las aulas siempre nos dijeron que esta disciplina se aprende y se domina, con esfuerzo, práctica, más práctica y más esfuerzo, aunque parezca un círculo vicioso.
Antes, cuando tenía unos añitos menos y me quería llevar el mundo por delante, desesperado porque alguien con conocimientos editoriales, más allá del amiguismo complaciente, me señalara las bondades y defectos de mi obra, una obra tan incipiente y desvertebrada, nunca entendí los consejos ancestrales, uno de ellos, "escribe la novela o los relatos y guárdalos para que reposen seis o siete meses, luego vuelve a corregir", pues creía que era demasiado tiempo para un producto terminado.
Con los años, los meses de constante trabajo, me he dado cuenta de que nunca debemos hacer caso al primer impulso, es mejor madurar el libro, que si sale al medio, con sus dificultades y criterios mercantiles, no haya punto débil y si lo hay, que sea corregible y sin faltas fatales.
Para eso están ahí los escritores de cabecera. Son los textos mayores que todos deben ir descubriendo mientras transcurre su formación como escritor; son los grandes poetas, novelistas y cuentistas de todos los tiempos, porque sólo así lograremos depurarnos y coger y dejar hasta formarnos un estilo propio, que no es tarea fácil.

19 abril 2006



Torbellino de hielo


Descubrí algo en el silencio después de la lluvia
una voz que retozaba en el pasillo:
Se repetía en ecos
volaba despacio y transparente: lejana y fugaz.
Podía seguir los latidos del viento si así lo quería
o perderse en las brumas si el clamor del odio
profanaba su quietud
descubrí: un vapor exhalado
una pizca de llanto y dos o tres sollozos
cuando dejó de llover.
Descubrí la soledad
su punta de lanza destacada en una esquina del aposento:
el perfume desalojado del recuerdo
a cuello de mujer: a labios de un carmín
de brasas encendidas
que quemaron en torrente, alguna vez
esa humanidad que fue mía y fue tan tuya y fue de ambos
y fue del estrépito y fue del silencio y fue del bramido
y fue de la luna y de la explosión.

Descubrí otras veces
que en los residuos de lluvia había residuos humanos
de labios mordidos, pieles revueltas: océanos y devastaciones.

Que de un simple gemido
nacía la cascada: aguas diáfanas y sin control
habitantes de espuma que se derretían: como las
gotas de lluvia sobre el espacio sereno de tu vientre
todo escrito en el silencio
entre montañas de sudores agridulces
lamidos y escarceos de alas doradas: labios y cuerpos
embebidos, en el viaje sin retorno de los ecos.
Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Además de una voz que retozaba en los pasillos
un coro de sonidos y de risas y de caricias
y de recuerdos de un hoy que fue ayer.
Descubrí la soledad
su vestido negro y sus dedos alargados por el frío:
sus inmensas extensiones de delirio y casi un universo
de paredones macizos de hielo.
Es en la lluvia con su cortina transparente
donde se esconden los últimos instantes
de la memoria fluida:
en sus gotas gruesas que cayeron sobre
tu cuerpo y penetraron conmigo
mi humanidad y mi sexo
al paralelo perfecto de tu afirmación de mujer.
Es en la lluvia
donde fluye tu lengua rosada:
es en la lluvia
donde inicia el final y termina el principio
es en la lluvia
donde laten los cuerpos humanos: pernoctan,
se funden, tiemblan con un temblor del cielo
se escurren en el sudor derretido
o en las gotas de la lluvia que los succiona
lo demás
es un pequeño espacio:
mínimo
donde quizás
empezó el retorno de todas las cosas: la noche,
el día, las madrugadas: semanas y meses
lo demás
es un pequeño espacio:
mínimo
donde concluyen las formas de tu cuerpo;
donde confluyen los líquidos de mi cuerpo;
y se erosiona la tarde con su sol y su luna
para transformarnos en un trazo
de alguien más.
Y la lluvia
que nos define desde el principio del tiempo
también nos inunda con su ruda intensidad
nos habla:
nos explica:
nos explica que ambos estuvimos juntos:
que juntos bebimos tragos de un néctar
¿era vino?
Tal vez whisky, ¿qué más da?
Y nos empapó en el encuentro
sulfurados de pieles calcinantes
concentradas en esa fábrica humeante
tan unidos que sólo pudo deshacernos
el sol.
Y la lluvia
que fue confidente humedecida
y reinó en universos de quejidos
de posiciones enfebrecidas y mortificantes
desesperada porque terminarían
y rompimos relojes y cronometramos el tiempo
y pedimos prestado un espacio:
para dedicarnos a imitar a Dios
en el proyecto de sentir y vivir
morir y resucitar
la más perfecta historia de amor.

Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Una voz que retozaba en el pasillo.

En uno de esos momentos quise escribir
recordar cómo eran las cosas antes de ser:
estabas tú, estaba yo, estaba la lluvia: semilla
germinal. Estuvimos ambos en una esquina
espejeante: unas cervezas, unos Marlboro
un lecho grande, tan grande como el sol.
Peces que aleteaban
aves que nadaban
brisas que soplaban
y luego, otra vez
la lluvia.
En uno de esos momentos quise escribir
dibujar algo jamás dibujado: que cobrara vida
y desbordara el Canal de los Vientos:
algo que humedeciera un poquito
los rayos del sol.

Quise escribir como escriben los jinetes
cuando quedan desprovistos de caballo
y deben cabalgar los horizontes
con la imaginación
imagina: una torre de lluvia, de columnas de lluvia
con ríos de lluvia, columnas de lluvia
con ríos de lluvia: imagina.

En uno de esos momentos quise escribir
embarrar de mí y de mi aliento
la espalda de la lluvia con su obsesión
de más lluvia: vino, tragos, amor.
Y la lluvia se hizo gotas: ardores selectos
y calores azules sobre el lomo de la noche mojada:
cortinas que se mueven, se agitan despacio
con la brisa que también enloqueció con la lluvia.
Descubrí en el silencio después de la lluvia:
descubrí que mis huesos, mis miembros y mis dedos
ocupan un minúsculo espacio en el universo:
que tus ojos inflamables hechizan con esa mirada
gris.

También de lluvia: que tus labios se adhieren
como un bocado fresco de medianoche
y comparten ese nuevo cosmos que luego se involucra
un mensaje genital de adoración y perdición
y ansiedad y desesperación y aullidos y
dolor y lascivia:
también el sol nos abandonó al olvido.

Entendí de una vez
que sólo somos partículas:
espacios habitados
y fragmentos: un polvillo cósmico con fecha de caducidad
simples cuerpos inertes o
con cierto movimiento
cuerpos, quizás astrales cuerpos,
que se integran al todo inexistente.
Entendí de una vez
que sólo somos materia con un destino de extinción:
vientres repletos de cosas descompuestas
e inspiración para alguna canción.
Entendí
que la lucha por estar a tu lado: mujer infinita e incorpórea
es una vieja lucha desbordada
de sueños y alegrías o risas y fantasías
un empalme de carne y orgía.
También entendí
que un hombre fuma su cigarrillo, bebe su trago de ron
muerde mejillas y frota pezones: se resiste a la embestida
al calorón del sexo y los instintos.

Uñas, carnes, dedos: que la humanidad se hace infinita
y degenera en otro tipo de humanidad,
se agrede a sí misma y se marchita la piel.
Entendí que jamás pudimos ser ambos
en aquellas noches azules.
Que el pensamiento mutuo
se ensombrecía con los bajos instintos
jamás soporté
esa desnudez que te dibujaba de blanco
y cobraba nuevas formas en tu piel
que dibujaba tus senos
perfectos: de mujer
delineados; subliminales: sedantes
pezones rosados
vellosidades
el pubis mágico de la adoración
la herida del cielo
el dulce aroma de mujer.
No la soporté
porque desbordaba los límites
de la cordura
tu desnudez: cavidades y humedades:
líquidos astrales vinculados a los tiempos
y la locura de tomarte:
desde el principio
hasta el final
desde tus labios
hasta la parte
que te distingue como mujer.


Y fue
como un ciclón de sábanas movedizas:
una reacción
la llama agridulce del pecado.

Y fue
una sinfonía sin tiempo
ni orden ni dirección
dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: origen de la desgracia
senos perfectos y erectos
vulva humedecida y voraz
cuerpos doblegados a la luz de la luna:
coito, amor
sexo edulcorado y fluvial.
Dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: evolución
vaporosa del día y el amanecer.

Descubrí la soledad
exhausto
cuando me envolvió
o me ahogó
el líquido sin nombre
que nos lanzó a una suma de silencios.
Y fue
un rayo de oscuridad sobre mi conciencia dormida:
¿Puede el sexo resumir el origen del universo?
Sus senos: delineados, perfectos.
Figuran un avance del cielo...
Y fue
cuando amarramos nuestras bocas
y sentimos el temblor del cielo:
la lubricación del espíritu
los cuerpos enardecidos.

Y fue
cuando se desorbitaron tus ojos
al tocarse tu vulva y su miembro
y entender, luego de un orgasmo
de dioses
que ambos somos: hombre y mujer.

Mi amigo amigo buen amigo

Busco decirte algo
mi amigo amigo buen amigo
que a lo mejor no pude decirte ayer
cuando nos vimos por última vez
cerca del supermarket.
Busco decirte algo
que no te dije cuando juntos fumamos cigarrillos rubios
y bebimos de todo: cerveza, ron
whisky y vino.
Cuando llegamos juntos a la estación del autobús
para ir a recoger las cosas que te envió.
Éramos ambos, éramos los dos.
Pero decírtelo se hizo tan difícil:
un nudo en la garganta: un temblor en las piernas
coño, mi amigo amigo buen amigo
busco decirte algo.
Para decírtelo debo despojarme de nosotros mismos
de los afectos: lo que hemos sido siempre
buenos amigos;
más que eso
como hermanos: hijos del mismo vientre
Y no sé cómo hacerlo.
Hasta los ojos se me inundan de lágrimas
cuando nos recuerdo a ambos viendo televisión
comentando la última de Tom Hanks
o de Tom Cruise; o descifrando el último
libro de Cabrera Infante.
Es que compartimos todo
mi amigo amigo buen amigo:
el mismo tabaco, la misma comida
el arroz con habichuela: el pescado
con coco: busco decirte algo.
En fin, los mismos gustos.
Éramos dos en cada cosa y en cada situación
veíamos como uno cada conflicto y cada problema
leíamos el mismo libro y celebrábamos
la misma fiesta.
Busco decirte algo
mi amigo amigo buen amigo
que sé no será tan fácil decir;
se trabarán las palabras y habrá humedad
en los ojos: ¿recuerdas?
Cuando bebíamos café a punto de amanecer
hasta los ojos se me inundan de lágrimas.
¿Recuerdas nuestras escapadas del colegio
y luego de la universidad?
Nos acompañaban Mercedes, María, Alberto
y Trinidad
nos volábamos hacia el Malecón
y cuando no a la avenida del puerto:
veíamos a la gente con sus caretas de diablos
y sus trajes de lentejas
en tiempo de carnaval.
O bebíamos ron añejo,
masticábamos chíclets Clorets
y danzábamos como locos en medio
de la ciudad. Éramos uno: casi el mismo.
Para decírtelo debo despojarme de nosotros mismos
de los afectos
de la corriente sanguínea que nos limita
y nos hace familia y nos convierte en hermanos
o en primos
mi amigo amigo buen amigo.
Busco decirte algo
y mirando en el fondo de tus ojos:
en ese espacio donde no llega la simple mirada
la decisión seguirá igual: gris, lacerante:
no decirte nada
por ambos: por los dos
mi amigo amigo buen amigo.

Olvido de acero

Abro en silencio esa puerta cerrada de la casa
cuando apenas despunta el día con sus primeros
minutos rociados de sol y de lluvia.
De antemano sé que no estarás en el lugar donde
alguna vez estuviste o estuvimos ambos: en la
punta de la carne. Abro para no seguir perdido
en ese laberinto de desolación
quizás: buscando en el encierro algún residuo
de tu mirada y de tu piel y de tu rostro y de
tu cabellera y de tus labios y de tus axilas,
y de tus pezones y de tu pubis y de tu vientre
buscando algún resquicio de tu mirada.
Buscando cualquier cosa; no sé: el disco final
de tu vida o la seña de nuestra locura.
También abro en silencio esa puerta cerrada
como prueba del terror que sentiste o, al menos
del origen causal- vaya redundancia-
que motivó con alas de mariposa tu partida.
Sin embargo,
reconozco que no será este, ni ningún otro
el momento
para volver a encontrarnos, al menos,
en mil años luz.


Gotas de lluvia

Gotas de lluvia
se deslizan despacio sobre tu piel
se derriten después
si la lluvia
deja de caer.
No es un simple
monumento a la lluvia: es mucho más
es a los poros
es al calor
es a la huella que me marca y te marca
mujer.
Es a la tarde: a los miles de kilómetros de brisas
acompasadas
entre paredes
de cielo azul.
Gotas de lluvia
se confunden de pronto con mi piel
con la saliva astral de mi cuerpo
con las evaporadas ansias
con el leve rubor
y la pisada exacta
de la lengua: es mucho más.
Gotas de lluvia
Resuenan sobre el techo
en las paredes del patio
como si de algún lugar
se desprendiera el universo:
y entre tu ombligo
y tus senos: tu vientre
y tu cuerpo
la lluvia y yo
no dejamos de latir.
¿Será la lluvia será?
Y me defines esa sonrisa
también bañada de lluvia
¿Será la lluvia será?
Y me besas con calor
¿Será la lluvia será?
Y nos abres a tu cuerpo
¿Será la lluvia será?
Y nos tomamos por completo
¿Será la lluvia será?
Y mi sexo con tu sexo
¿Será la lluvia será?
Y exhaustos satisfechos
¿Será la lluvia será?
Hemos hecho el amor.


Viejo de incontables historias

Viejo, lo hago tarde, pero te escribo
y al hacerlo se cuelan por mis mejillas
dos brasas de fuego: dos lágrimas que son
más que lágrimas
pedazos de dolor derretido.
Me llevó tiempo dejar atrás el llanto y esas
monerías del espíritu golpeado
porque después de tu partida no ha habido
tiempo, se destrozaron las horas
por eso no ha habido momento más que para
llorar y recordar tu rostro
arrugado de hombre
que fue padre y fue hombre
y ambas cosas a la vez.
he visitado tu habitación que estaba en cada lugar
y en cada sitio
por donde cruzabas y cruzaste en esa larga
y corta vida que viviste
sin que Dios ni nadie me concediera para ti
sino el don de la inmortalidad
por lo menos que vivieras más allá del tiempo.

Quedaron algunas fotografías de esas clásicas
de antes: a blanco y negro
en las que exhibes esa sonrisa natural tan
tuya y tan nuestra
que ha sido de todos alguna vez.
Te cuento que ya no tengo trece
que era la edad que tenía cuando alguien,
presumo que Dios, decidió llevarte
para el resto de la vida.
Quizás, de algún modo logré ser lo que querías
aunque no aquello que soñé
que vieras con tus propios ojos: ¿es injusta la vida?
Ahí están las carreteras del sur
que anduviste con un morral a cuestas
entre kilómetros interminables de asfalto
y de los ingenios azucareros lo que queda.
Ahí está el viejo mercado
con su caserío de pobres a la redonda
sus calles empedradas
y sus callejones estrechos:
ahí están los caminos áridos, el lodo y el caliche
y los lluviosos días de siempre y de todos
los días: se diría
que pocas cosas han cambiado.
de tu viejo rostro
como yo, muchos se acuerdan: fumabas poco
cuando llegabas del trabajo
la mochila repleta de frutas: chinas y caña
la sonrisa entregada a todos, a Isabel
la vecina; como mi abuela.
Pero viejo, me hice hombre
y la dificultades, como sabes
han llovido desde cielos, mares y espacios diferentes
tú sabías que podía ser así.
Pero no escribo para intranquilizarte
sólo para hablar contigo y hablar de ti.
Si pudieras responder cómo son las cosas por allá
contarme algo: decirme, hijo, de este lado hay un mundo mejor.
O simplemente
Hijo
Desde aquí puedo reír y vivir sabiendo que eres feliz.
Viejo.
Ahí anda la familia, con sus amores y sus pleitos
que son los pleitos de siempre
y sus amores que son los amores de siempre.
¿Sabes qué descubrí una mañana cualquiera?
Bueno, una mañana fría de noviembre
que tenías razón.
El mundo es como es y nadie
logrará cambiarlo nunca:
los políticos y los gobiernos
son males pasajeros
que se hacen necesarios y permanentes
para regir en el desorden.

Tenías razón
aquí, aquí la gente vale más por lo que tiene
que por el hecho casi automático de ser gente
y lo decías
con esa profunda mirada de tristeza:
con ese aliento desalentado que no era pesimismo
sino realidad experimental de la gente
decías
que en este país de bananos
mangos, merengue y bachata
la realidad superaba la ficción:
por la corrupción política
por la putrefacción de los hombres
de gobierno
sólo los chiquitos caen
como chivos expiatorios:
como huérfanos sin dolientes.

Tenías razón viejo de mirada azul
en este país no hay un camino abierto
para los jodidos
los desheredados de la tierra
los pobres infelices sólo tienen seguros
el hambre y el cementerio.
Esas mismas carreteras
cuyo asfalto con lomo gris recorriste
ha visto la muerte y el abandono
de la gente y sus poblados.
Y tú, mi querido viejo
que conocías al cojo sentado
y al ciego durmiendo
me hablabas de esas cosas
me decías que si la felicidad existía
sólo se acercaba cuando una mujer
nos acoge en su santo seno.
entendías
que nunca habría
un cambio de intenciones: eso no interesa a las clases dominantes
a los gobiernos; a los empresarios
ni siquiera a la Iglesia
eso no interesa.
Y me decías, viejo de interminables historias
que aquí nada cambiaría en mil años luz:
tenías razón: la experiencia y la voz de la sabiduría
y tenías razón
a nadie le duele el jodido
y tenías razón
ni los hombres que buscan el pan en la calle
y tenías razón
y las mujeres que no tienen donde dar a luz
y tenías razón
ni los niños de vientres inflamados y pobres.
Pero no quiero intranquilizarte:
sólo quería escribirte;
recordar tu mirada acuosa
cuando estabas abatido
o tu sonrisa sonora
cuando estabas alegre.
A veces pienso que es posible,
Sin embargo
tal vez huela a blasfemia tardía
que por una vez la voluntad del creador
erró el tino
a veces pienso que otras veces
no sabemos valorarlos cuando están vivos
y en la esencia
es donde descubrimos
el enorme vacío y el vacío enorme
detonado por la partida.

Viejo, lo hago tarde, pero te escribo
porque ocurre que en ocasiones quiero hablar,
desatosigar esta vida poblada de niebla
y buscar una salida.
Entonces la nostalgia vestida de llanto
o desnuda de llanto, que es la ropa que descolcha
el espíritu golpeado
me pide escuchar tu voz aunque sea un minuto
porque tu voz era tu voz y la voz de muchos
que quedaron sin voz y sin embargo,
conocían el valor de cada palabra.
También han muerto otros viejos queridos:
que supieron vivir a tiempo completo
pero no tuvieron mucho tiempo
para vivir un poco más.
Que como tú, Ernesto, supieron soñar y creer
así el viejo don Manuel
luchar y doblar el lomo
persiguiendo un mundo mejor.
Te diré que mi vida
sigue adelante como la lluvia en el Ozama
que me empeño en conducir una pequeña familia
que por pequeña en cantidad y grandeza en sentimiento
empieza a tener el tamaño del mundo.
También quiero decirte
Que no todo está definitivamente perdido
Hay un sol que calienta las mañanas
Después del frío
Y una vida que aunque pasajera vida al fin
Y un mundo que con guerras
cubre de niños y sonrisas sus países:
De amor y esperanza
Sus fronteras .

Pero ahora me despido,
Viejo de incontables historias.


Si se desgarra el viento

si se desgarra el viento
se desgarra también mi vida
y se caen los sueños
O caen despedazados en el vacío
si se desgarra el viento
la sangre dejará de fluir con su aliento vital
en estas arterias que son parte básica
de lo que soy.
Si se desgarra el viento
hay cosas fundamentales que dejan de serlo
como la vida misma y esto que escribo:
muere la vida: muere la poesía,
perecen las células del universo
y te extingues también
mujer
si se desgarra el viento.


Tu silueta

Tu silueta
Hay algo que traspasa tu cuerpo
un hilo de calor cuando amanece
un rayo de sombra: indescifrable
tu silueta
es la fina cumbre de tu cuerpo
que unifica mis criterios
todas aquellas concepciones
¿del amor?
Tu silueta
existe ese innombrable espacio
una arteria vital congelante:
que paraliza mi sangre
cuando vienes
y te vas
tu silueta tu silueta tu silueta
es como esa brisa que despide
el mar cuando me abrazas:
y calientas mis sentidos fundamentales
el territorio
los lunares, ¿y por qué no?,
las aproximaciones de tu busto
tu silueta
una taza de café
un cigarrillo
y nosotros untados de ambos:
del prodigio inicuo de la tarde
cuando nos sorprende en la frontera de la noche.
Tu silueta tu silueta tu silueta tu silueta
hay un entorno exquisito
lejos de mí que se convierte en ti
o nos convierte a los dos:
en un amarre de lenguas
ese intercambio invisible
de salivas y sudores: eso que somos
hombre y mujer
que nos descifra en cualquier instante
y nos desnuda o desnuda o desnuda tu cuerpo
y mi cuerpo que desborda tu cuerpo
y nos emplaza
a sujetarnos más allá de los dos
a pretender conocernos
al sobrepasar el estremecimiento
y esas enormes distancias
que nos hacen agonizar en un latido
de voz: ¿gemido?
No sé. Pero es complicado hacer el amor.

Metamorfosis

Veo
algo en esa sonrisa
y no sé qué.
Algo que eres tú
o que va más allá.
Nunca se sabe.
Veo
algo en esa mirada
mirada combustible: mirada metano
inflamable; una fiera a punto de
estallar.
Veo
algo en esa espalda desnuda
suaves vellosidades:
una superficie que quisiera rozar
con mis labios.
Veo
que cada porción de tiempo
ha valido la pena:
tan pronto
en un dos por tres
te has convertido en mujer.


Desengaño

Siento
que debo sentirte cerca
para sentirme bien.
Siento
que tal vez llegué muy
tarde
cuando debí sentirte
y no sentí
que me sentías.
Siento
que no estuve a la altura
del sentimiento
que significabas
en el sentir de mis sentidos.
siento sentir lo que siento
porque tú
ya no sientes lo mismo
que sentías por mí.
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Acerca de mí

Mi foto
Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.