28 diciembre 2006

LA MUERTE NO CONOCE RETORNO

(Fragmento novela)

Lo que puedo decir es que me marcho lejos, Rosina. Ni un minutos más seguiré soportando esta situación que es dañina, muy perjudicial para todos. No estoy conforme y creo que nunca lo estaré; no lo estaremos. Tú, ustedes dirán que es incomprensible, sin lógica, pues, y se preguntarán si los años, los meses, las semanas, si el tiempo no cuenta.
Pero no es eso. Ni los años, los meses, las semanas, tienen nada que ver. Es un problema del entorno. De esta maldita sociedad que todo lo asume con hipocresía: repleta de prejuicios, inconsciente e irrespetuosa de la intimidad de los demás. ¿Por qué hurgar en la vida ajena y mantener esas expectativas insanas? De todas maneras, Rosina, hay cosas que jamás olvidaré. A ti, por ejemplo, te recordaré por los perfumes, la diversidad de perfumes y de aromas con que te rociabas el cuerpo desde que amanecía.
Esa sonrisa que es tan tuya, y que cuando se convierte en risotada puede hasta enloquecer al otro y contagiarlo de tu propia alegría. Recuerda mi dirección electrónica, mis tres correos. Espero recibir los mails dos y tres veces al día.
Sé que no tienes computadora, pero el centro de internet de la esquina es barato, 30 pesos la hora, por lo que es difícil que la distancia pueda convertir en hielo nuestra relación. Sabes que odio estas vainas de las despedidas y por eso te escribí esta carta: ¡ tampoco me gusta escribir!
Es la edad. Ya sobre los treinta se comienza a madurar: las cosas son vistas con un criterio distinto y a veces nos sorprende un período de crisis. A nosotras nunca dejará de enloquecernos una buena noche en el Malecón, bebiendo los tragos largos de cerveza fría, mientras se baila un buen merengue o una buena salsa.
Esta parte me llena de nostalgia, Rosina. Eras loca con los rumbones y con esas noches que nos dábamos con los muchachos. Cuando decidí marcharme me dije que lo haría en silencio y sin dolor; a puro silencio, sin decirle a nadie, pero es obvio que me asaltaría un mal de conciencia si no me despedía de ti, Rosina, mi única amiga. Y te lo digo: no es fácil despedirse aunque sea de lejos. Voy a quedar en la más perfecta o imperfecta soledad del tiempo y del espacio. Borraré un pedacito de este ahora que en pocos días será pasado. A los muchachos, sobre todo a él, diles que ni te imaginas mi paradero; además, para evitarte compromisos, tampoco te diré mi rumbo.
Chao.

1
La carta era así, con su tono alocado y sin firma. Parecía el texto de alguien que jugaba una broma pesada. Cuando la encontré no dudé en abrir el sobre: “para Rosina”, decía, escrita con un viejo y barato bolígrafo Paper Mate azul, que dejó dos o tres manchas de tinta regadas en la cabecera del papel del cuaderno en el que anotaba sus cosas. Desde las compras en la tienda de comestibles, hasta sus más íntimas reflexiones. Busqué en todas partes, por lo menos su nuevo e-mail, ya lo había cambiado quince veces y, como que el culo de una anciana es canoso, debía tener dos tres nuevas direcciones electrónicas: hotmail, yahoo, gmail, quién sabe cuáles más.
Busqué en todas partes porque necesitaba comunicarme, decirle que las decisiones no pueden ser tan apresuradas y que en toda relación hay etapas de crisis, de disfunciones, de mierdería sensibleras y otras perogrulladas más. Estoy seguro que lo lamentará. Es inexperta, no conoce del mundo más que aquellas cosas que le hemos enseñado los chicos y yo, nuestra cofradía, que es su cofradía y su propia amiga, Rosina.
Lo dejó todo: los dos perfumes Paloma Picasso, sus zapatos de Gucci e incluso la caja de cigarrillos Marlboro sin abrir que compramos anoche en el Hard Rock Café del parque Colón.
Imaginé su imagen: la desesperación viva que debía sentir para agarrar sus cosas y largarse de forma sorpresiva.
“Lo que puedo decir es que me marcho lejos, Rosina, ni un momento más seguiré soportando esta situación que es dañina, muy perjudicial para todos”. No entiendo a qué se refería con esas palabras. ¿Qué situación es dañina? Me senté en uno de los bordes de la cama, Rosina no tardaría en llegar de una de sus insospechadas diligencias. Era tan perversa que no guardaba las formas; sabía con exactitud que yo vendría por aquí y me guardó la carta, a propósito, con el único fin de hacerme ver que era un desgraciado. Un maldito sin remedio, capaz de provocar dolor intenso en segundos y terceros con mis acciones desmedidas. Pero esta vez no hice nada. Se marchó, porque, quizás, no soportó que la gente hiciera de juez y nos juzgara, que ella viviera conmigo sin estar casados, que nos reuniéramos a cualquier hora con los chicos y armáramos un bonche, una fiesta sin término de jueves en jueves, o que cantarámos desnudos bajo la lluvia, cuando los tragos nos alfombraban el espíritu. Quizás se cansó de esperar que la gente tuviera mente abierta en estos tiempos; porque el ser humano debe tener mente abierta para poder vivir en esta revolucióndiaria y cibernética, en estas ciudades que nos quitan la calma como rodillos y la gente no entendía que nosotros habíamos escogido el estilo de vida que más nos convenía.
¿Por qué hurgar en la vida ajena y mantener esas expectativas insanas?, se pregunta, casi filosóficamente, en la carta dirigida a Rosina.
No pude enterarme. Al parecer, no quería que me enterara. Es lo inexplicable, pero también es un proceso imperceptible, porque muy despacio noté un enfriamiento de nuestras relaciones. Asumo la responsabilidad: utilizo el cliché del trabajo, la atmósfera de los negocios y ese mundo exigente que cada día quiere más y más tiempo hasta robarnos la vida y el tiempo de los demás.
No lo dice en parte la carta dejada a Rosina, pero uno puede imaginarlo. Algo extraño: nunca me reclamaba y yo seguía como si nada. Quizás fue la falta de atención. La computadora, los archivos, los cidís y la oficina- además del café espeso y rancio-, lo han sustituido. La gente vivía de metiche, murmurando y murmurando; el tipo llega tardísimo en la madrugada, o tempranísimo en la madrugada y vuelve y se marcha en las primeras horas de la mañana. Además, no le pone seriedad a las cosas. Sale en pantalones bermudas y franelas deshilachada un lunes en la noche; se aparece en el supermercado junto a los amigos desaliñados y pecosos, que parecen drogadictos, porque fuman y beben cerveza como si se tratara de un rito de acercamiento a Dios, o quién sabe qué cosa. Que cuando viene a ver son hasta maricones y esas dos, incluían a Rosina en sus diatribas, son dos locas a las que ponen a hacer cositas malas y prohibiditas.
Y eso es todos los días. Esa mujer es joven y la piel de las mujeres jóvenes grita, clama por un buen polvazo; la piel de las mujeres se encandila, arde. Es injusto que no haya quien las atienda cada momento.
-Aquí estás-, dice Rosina, que llega con esa cabellera lloviendo sobre sus hombros y los labios carnosos, rojos y apetecibles, que llaman, dicen, ven, muérdeme macho, muérdeme joder. No puedo más que mirarla con duda y escepticismo. Puede ser, quizás, nadie sabe, una jugada maestra de ambas, para sacarme de la rígida cordura que me he impuesto durante todos estos años.
-Ni lo pienses siquiera- dice Rosina adivinando mis pensamientos, que al estar a su lado se tornan pecaminosos,-no tengo nada que ver con esa decisión.
Antes de levantarme del borde de la cama, lanzo la carta sobre la mesita de noche y me doy ánimo para encender un cigarrillo.
Ella es una mujer fuerte, voluntariosa y decidida, me acerca el fuego con su encendedor de muestra, metálico y me acorrala con una sonrisa suspicaz:
-Déjala ir-recomienda-, ni siquiera te menciona en la carta...
-No menciona a nadie...
-Sí, menciona situaciones, menciona circunstancias, incluso habla de sociedad de hipócritas.
No concibo esta situación. Rosina me provoca, me insta a pensar en las circunstancias:
-Todo está frente a tus narices-remata.
Entonces salgo apresurado de esa habitación. De la casa. Subo mi automóvil Mitsubishi Lancer y me desplazo sobre el lomo de la ciudad agujereada por la noche. No sé cómo se me ocurrió ir a la casa de Rosina; su mordacidad es mortal por naturaleza, no dice las cosas, pero las insinúa: “pone a trabajar las neuronas”.
-¿Por qué te interesas ahora si la tuviste cerca todos estos años?- me pregunta, más maldita que nunca, a través del teléfono móvil, cinco minutos después de salir enfogonado de su casa.
-Porque sí. Sin más explicaciones.
Conduje toda la noche. Los muchachos seguro ignoraban la novedad y quise decírselos, como nos decíamos todo siempre o la mayor parte de las veces, sin anestesia y con estilo directo. Llamé a Joaquín, a Renaldo y a Frank Félix y les pedí reunirnos en el Malecón, preferiblemente frente al hotel Hilton, que es una zona más discreta y menos bulliciosa en estos días. Son las diez de la noche de un viernes y no les importará conversar dos o tres horas, mientras bajamos el diálogo con un par de cervezas. Todos somos amigos; una gran cofradía desde los tiempos de la secundaria, la escuela de artes, los inventos, los experimentos ilícitos de todo tipo; a nadie le caerá el mundo encima por admitir que entre fiesta y fiesta también nos dábamos nuestros tabaquitos prohibidos. También son sus amigos: lo mismo de Rosina. Pero, en este momento prefiero no convocarla, porque noté una implacable llovizna de recriminación; tal vez sólo lo imaginé, porque entre nosotros existe una historia, pero noté que estaba como están las mujeres en sus períodos de luna llena. Es mejor hablar con los chicos. Ellos llegaron juntos en la antiquísima Van Ford Aerostar de Frank Félix, con el mismo desparpajo de siempre, desaliñados, con jeans gastados y polohirts recién comprados de Metallica y de AC-DC. No cambiaban, eran los mismos adolescentes, claro, ahora sobre los treinta y cuatro años, pero en esencia los mismos jevitos riquitos que nunca cambiaron ni cambiarían.
Nos saludamos con un cómo estás sereno, pero admonitorio de que algo “poco común” ha sucedido en nuestro círculo.
-Josefina se fue-, anuncié de golpe, cortando la respiración por tres minutos. Frank Félix terminó de consumir la última gota de una birra Presidente y mantuvo la vista en Joaquín y Renaldo, como preguntándose: “¿qué fue lo que dijo?”.
-¿Qué dijiste?-pregunta Joaquín, con ese rostro redondo y engrasado por el barro de la adolescencia que permaneció para siempre en su cara. No era que les interesara “el incidente” de una ruptura entre una mujer de trayectoria lunática y un hombre a quien nunca le importó nadie más que él mismo por encima de Dios y de todas las cosas, lo que les importaba, pero más que eso los impactaba, era saber que Josefina tenía la suficiente energía para zafarse de un tipo que sólo la tenía para echarle uno o dos polvos al mes y que lo hiciera sin mayores traumas.
-Que se marchó Josefina-vuelvo a decir. Yo mismo estoy enterado de que lo que busco es, probablemente, la complicidad de la comprensión liberadora, la exculpación de todos los pecados, para no sentirme culpable.
Necesito hacerles ver que no entiendo un pepino las razones de su partida. Nadie más que ellos puede iluminarme.
-Y Rosina, ¿qué te dijo?-. Pregunta inteligente de Frank Félix. Cuando se habla de Josefina en nuestro grupo, también debe hablarse de Rosina y viceversa; porque son como causa y efecto efecto y causa de un mismo argumento. Ellas dos iban más allá de nosotros, lo que si se analiza, resulta hasta lógico, porque son mujeres y entre mujeres existen ciertos códigos, complicidades que a nadie más atañe.
Rosina y Josefina son tan amigas que de inmediato supe: cuando quiera aparecer, o que la ubiquemos, será a través de ella.
-Le dejó una carta-revelé-. Una carta estúpida en la que le dice que se marcha porque no soporta más la situación dañina y perjudicial para todos; pero no entiendo.

26 diciembre 2006

ALGORITMO DE LA PARTIDA

Al principio de todas las cosas
donde intentas ocultar los inocultables
silbidos del recuerdo y del silencio,
me arrastran tu nombre y tu huella.

Sin consentir en falsas apariencias
Me descifro en ese rincón azul
del aposento
para inmiscuirme cada vez más
en los accidentes de tu cuerpo;
en las configuraciones de tu piel
y en cada resistencia rosa
en que se transforma tu gemido.

Al principio de todos los finales
me ahuecas los sentidos para
llevarme al instante muriente
de este minuto que es presente
incendiario y mestizo.

Sin consentir en falsas verdades,
Me detiene el rumbo una mirada
que frena en un instante
el vértigo de perderte.

Al mismo tiempo
como una gota perpendicular de
llanto
me desanima la debilidad de huirte
de mis brazos y de mi vida

¿Por qué te huyo cuando quien
debería huir eres tú misma?
por esas motivaciones grises
que huelen a lluvia
porque el llanto huele a lluvia
y a lágrima eterna
llorada por los ojos de Dios.

Definitivamente
al concluir en estos pensamientos
bañado de azul y de rojo vino
creo, recreo y revivo
la necesidad de volver
a recobrarme
en uno de tus besos.

21 diciembre 2006

Es difícil desear Feliz Navidad

tregua antiliteraria

Es difícil desear Feliz Navidad. Y lo es porque mi país está en una situación difícil, sumamente difícil, porque de los casi diez millones de habitantes que la pueblan, incluidos los más de dos millones de nacionales haitianos, más de la mitad subsisten en condiciones de extrema pobreza.
Para mí no es natural decirles Feliz Navidad a los niños desnutridos que pueden acudir a las escuelas a recibir la más elemental de las enseñanzas, en unos casos porque las escuelas no sirven o, mejor dicho, sirven para nada, y en otros porque los padres no tienen condiciones mínimas para enviar a sus hijos a recibir el pan de la enseñanza, ni siquiera tienen condiciones para comer un trozo de pan al mediodía, que ya es mucha maldita desidia.
Que se entienda algo: cuando digo que en gran medida los niños no pueden ir a las escuelas porque éstas no sirven, o mejor dicho, sirven para nada, me refiero a sus condiciones físicas mínimas. Cuando no son las aulas y los pupitres los que están deteriorados, son los sanitarios; no existe agua potable, aunque muchos de los profesores, que no maestros, intenten hacer un esfuerzo y, casi “a capella”, deban bregar con el oficio diario. Mi país tiene muchos problemas. Hay estrategias del gobierno que pretenden salvar la situación, pero esa situación está supeditada a mantener en balance la macroeconomía, que es un jodido término liberal, a través del cual se puede medir el crecimiento económico en forma global, pero que jamás en la vida puede traducirse en riqueza o bienestar para los menos afortunados, los más jodidos, los pobres o como ustedes quieran llamarlos, siempre pensando que se trata de seres humanos que no tienen a nadie que saque la cara por ellos.
No hay manera de que el clima navideño se instale en mis reflexiones, porque percibo que en mi país, en esta época se vive un falso clima, una atmósfera artificial, porque hay gente regada en las calles céntricas de la ciudad, mucha gente, un verdadero hormiguero de gente que ha salido en tropel a hacer compras y gastar y gastar los pocos recursos obtenidos en empleos abusivos que, entregan un sueldo trece llamado regalía pascual, con el efecto posible y nunca infaltable, de que en enero todos andamos con las manos en la cabeza, buscando para comer y para vivir a un día a día pedregoso y duro como una nevada en el desierto.
No me motiva la Navidad, sin hipocresía y sin los clisés de los supuestos intelectuales que ahondan en reflexiones tardías e insinceras, que especulan sobre las estadísticas frías e inhumanas que propagan la especie de que la pobreza siempre ha existido y no hay quien la detenga.
Y sí, es posible. Si se constriñen algunos gastos superfluos, eternos y desequilibrados y nos olvidamos de las prácticas del paternalismo político que en nada aportan al desarrollo socioeconómico del país, es decir, a las prácticas desde el poder que tienden a masificar la dádiva, la limosna de la entrega de unas pocas cosas en Navidad, para comer, cosas, generalmente insuficientes y demagógicas y se empeñan en crear un programa de desarrollo educativo a veinte años, con la ayuda de organismos como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para que los niños y los jóvenes puedan formarse académicamente, entonces, habremos dado el primer paso hacia la salida de la encrucijada de la pobreza.
No puedo pensar en Navidad si no puedo ver que el pueblo no cuenta con los recursos esenciales para comer todos los días y además de comer todos los días, permitir la instrucción académica de todos, iniciando por los menores de edad y hasta los más grandecitos, porque comer un día o dos, no tiene ninguna importancia. Lo que se necesita es un plan integral académico y de estímulos para los jóvenes, para, saliendo de la pobreza ellos, salga de la pobreza el país y las futuras navidades nos dignifiquen y nos hagan quererlas, con mayor devoción.
No hay manera de poder gozar y disfrutar de una fecha que, por su significado cristiano de la Natividad del Hijo de Dios, debería tener una connotación distinta; pero no puedo evitar lamentarme cuando veo que en Santo Domingo, capital de República Dominicana, existen dos países, uno de pobres, gente muy pobre en los barrios marginados y periféricos del Distrito, la provincia Santo Domingo y zonas aledañas, que no pueden asistir a los hospitales públicos, porque estamos en épocas de huelgas médicas por el incumplimiento del pago a los médicos, la falta de medicinas o de aparatos para mantener o salvar la vida de un ser humano y otro de gente muy rica, demasiado rica que vive en torres y lujosos condominios o casas gigantescas e incluso de hombres que se trasladan a comprar un helado en helicóptero.

08 diciembre 2006

TAMBIÉN ODIAS EL CIGARRILLO

Me duele la nuca. Me duele el cuello. Me duele la boca. ¿Por qué tanto dolor en un inocente? ¿Qué hice? Pensé en los acreedores. La gente a la que debo dinero. La gente a la que nunca he pagado un centavo. Ese fue su método de sometimiento, esa fue la forma de despellejarme y sacarme el dolor. De agarrarme cuando llegaba a la casa. Entonces no soy un inocente, nunca he dicho que lo soy. He faltado a la verdad y a la moral. ¿Era para tanto? Sin embargo, supo que se trataba de profesionales. Le asestaron un golpe seco y paralizante que le hizo perder la conciencia; pero lo dejó vivo. Con dolor y fuertes retorcijones, pero vivo. Despertó con la boca amarga, una sed indeseable y un deseo incontenible de recobrar su libertad lo desesperaban. Una habitación sin ventanas- debía ser un depósito por las exageradas luces blancas, a lo mejor se trataba de una estrategia para dar calefacción permanente a alguien o a algo- sin ventilación; el clima áspero, la atmósfera asfixiante. Además no recordaba nada. Le dolía la cabeza. Flashes, recordaba flashes, multitudes, gente histérica que corría de un lugar a otro. Vehículos colisionados y explosiones mortíferas.

Entonces recordaba algo. Abrió los ojos en un intento por hacer más precisiones con la vista; cientos de cajas organizadas de forma rígida, en un desesperante conteo de orden y disciplina. Escuchó pisadas, pasos que llegaban desde la distancia y se incrementaban, tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tac tac tac tac tac, era su reloj. Las manecillas del reloj que irrumpían en el silencio. Tenía ganas de orinar, se levantó como pudo y se escondió entre cartones y lonas presintiendo lo peor. El hecho de desconocer las razones por las que permanecía allí, encerrado en un aposento gigantesco y sin ventilación era algo más que sospechoso. Las preguntas revoloteaban. ¿Por qué me dejaron vivo? ¿Por qué no me mataron de una vez? Se atemorizó, se descontroló y se escondió.
Sentí como si de repente perdiera algo. Quizás el oxígeno para respirar. Me asfixiaba, te asfixiabas, se asfixiaba. No sé si fue mi imaginación febril que le jugaba una broma a los nervios, pero escuché las sonatas de trompetas. Luego alaridos ensordecedores, galope de caballos y gritos desesperados. En medio de su larga espera no resistía las ganas de fumar. Toda su vida había fumado. En ese momento más que en ninguno requería de un Marlboro para calmarse.

Sólo sentía imprecisiones, un revoltillo de imágenes que llegaban de una distancia remota, cargando aires nostálgicos que proactivaron su maquinaria de lágrimas. Los pasos se acercaban, aumentaban, los gritos eran tan cercanos y humanos que herían sus oídos. Escuchaba también un galope de caballo por un lado, la Quinta Sinfonía de Beethoven por el otro, un estallido de disparos y muertes que él, de alguna forma, logró ver en detalle sobre las lonas que lo cubrían. ¿Qué hice? ¿Qué habré hecho? Las luces del depósito, creía al menos que era un depósito, habían subido el nivel de intensidad y penetraban los cartones y las lonas bajo las que se había escondido. Ruidos. Escuchaba ruidos. Voces de mujeres alegres y carcajadas y risas; luego Beethoven. Cuando trato de distenderme un poco para escrutar la situación desde un punto de vista lógico y racional no salgo del asombro. Tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac. Suda. Sudores. Sudores copiosos, su corazón agitado. La respiración agitada y unas diabólicas ganas de fumar. 30 horas. Pero nadie puede soportar tanto tiempo, es imposible, es imposible, es impensable pero no imposible. Sólo debemos asegurarnos de que los protones estén a la inversa de los neutrones y que los electrones no hagan contacto con la unidad celular del cromosoma X para no arriesgarnos a crearle una fisura cerebral.

Entonces llegaron detalles fragmentados de escenas e imágenes en las que aparecía su rostro risueño y maléfico; vestido de gabán con un cigarrillo metido entre los labios, calles mojadas, velocidad, personas, hombres corriendo con desesperación y él que sacaba de algún lugar un arma de fuego sofisticada y corta y disparaba con precisión y mataba. Los hombres caían muertos, ensangrentados, algunos daban vueltas y se arrastraban por el asfalto mojado de alguna bocacalle, él se arreglaba el sombrero y con la calma de Buda se alejaba del lugar. Se veía en el remiendo de luces incoloras de algún apartamento contando dólares, sacos de dólares, bajos fondos; el submundo del crimen, la sedición y los vicios.
Durante todo ese tiempo, 8 años completos, mató más gente que el virus del SIDA y el hambre en Etiopía. En las calles de Nueva York le temían por sus métodos malditos de eliminar los obstáculos. Luces, chirridos. Voces. Escucho que hablan de mí, palpo esa especie de repulsión en sus palabras; no pertenecía a ninguna pandilla ni estaba afiliado a la Mafia, era un mercenario que hacía sus trabajos de limpieza y luego cobraba en efectivo, y mucho, sin intermediarios. Fue un golpe rudo en la nuca que lo sacó de circulación. Necesitamos mayores detalles, no hay estabilidad, su espíritu libra una batalla de garras con la psique. Sólo destellos.


Volvían sobre su cabeza las explosiones, las muertes sangrientas y las exclamaciones de dolor. Tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tictictictictictictic. ¿Por qué la captura para dejarme vivo? Se preguntaba, quería fumar. El deseo irrefrenable lo impulsaba a la locura, porque incluso, entre las lonas y los cartones en que se guarecía crecía el fragante aroma de un cigarrillo encendido.
Las voces aumentaban. Alguien sobaba una pistola, lo discernía por el nítido claqueteo metálico, por la precisión dada por el silencio a los ruidos de menor intensidad. Escuchó su nombre. Una voz de mujer derramada en llanto, en dolor. Luego las pisadas, las brisas absurdas que comenzaron a bailotear en ese aposento-depósito donde las flatulencias arrojadas de sus intestinos no se diluían. ¿Por qué me han traído? Debo ser inocente de cualquier acción endilgada por mis secuestradores, supongo que se trata de un secuestro. Ejecutaba a las personas. Era un negocio despiadado que sólo había visto en las películas de Hollywood: el hombre descuartizaba a sus víctimas, las mutilaba y enviaba a sus clientes el dedo pulgar para sacarle las huellas dactilares como prueba de irrebatible cumplimiento del deber. Hay que inyectar mayor cantidad de AC-15, debemos disminuir la conturbación emocional que lo agita.

¿Qué dolencias presenta? ¿Ha variado su capacidad de asimilación de los acontecimientos? No. Sólo el dolor en la nuca. El dolor en el cuello, en la boca y unas ganas exasperantes de fumar. Bien, mientras presente esa perspectiva hay esperanzas. Los sudores me atormentan, siento escalofríos, mis dientes tiritan y una debilidad apremiante me nubla la cordura. Hombres que corren, saltan sobre verjas, rompen escaleras de emergencia, disparan entre sí, insistentemente, disparan entre sí y las cosas explotan y los automóviles se incendian y las mujeres del vecindario apartan con brusquedad a los niños, los quitan del camino, se meten debajo de las camas, la destrucción es expansiva. Los cadáveres son abandonados en cualquier lugar, la sangre pinta sus rostros, baña sus cuerpos inertes, inmovilizados para siempre. Movimientos estratégicos, cerco policial.
Abren baúles, fundas, bolsas, valijas y encuentran armas, dinero revuelto en fajos gruesos, incontables, interminables. Armas de fuego, cantidades industriales de objetos de uso bélico, arsenales, ametralladoras, pistolas de alta resolución y cañones anchos, minibazukas. La nuca. La boca amarga. ¿Qué hago aquí? Debe ser una estrategia de la gente a la que debo dinero, quieren que pague, pero los esfuerzos son vanos, soy un pobre diablo, un infeliz pobre diablo; estaba en mi casa. O fuera de ella. Supe de inmediato que se trataba de profesionales, de gente curtida en el oficio, conciente de lo que tenía entre manos, en esto no hay nada fortuito, nada se dejó al azar.

Era un matón. En su página negra, su web site personal de trabajos incodificables, lo presentaban como lo mejor de lo mejor. ¿Por qué no me mataron de una vez? ¿Quién soy? ¿Sabes que fue uno de los mejores policías de su tiempo? Cumplía a cabalidad con sus responsabilidades, sin lastres, inmaculado, un verdadero paradigma dentro de la institución. La ambición lo sacó de la fuerza; quería ganar dinero y fortuna, quería ganar dinero y fortuna, quería sacar dinero de su talento, quería recibir dinero por sus habilidades. Ahora vamos al proceso contrario: que los neutrones estén a la inversa de los protones y que la unidad molecular haga contacto con los electrones y el cromosoma X, esta vez el riesgo es necesario.
Siempre fue difícil su vida, esa mutación entre el bien y el mal se registró en el cambio de comportamiento de un policía intachable cuando dio el giro hacia el mundo del crimen. Se convirtió en el germen del cataclismo que lo llevó a la perdición. ¿Es insalvable? ¿Hay alguna esperanza? Me duele la nuca. Me duele el cuello. Me duele la boca. Es la reacción de lo sensitivo. Ahora, entre tantas horas de respirar esta atmósfera irrespirable y contaminada, de esperar impaciente por un cigarrillo para hacer volutas de humo, para disipar la angustia de este calor sofocante y para desviar mi atención de este encierro inexplicable, es que puedo recordar con claridad.

Recordar pero no divulgar. Simplemente decir que hay cosas inconfesables de mi vida que hoy fueron borradas, porque organismos e instancias sin rostro me quieren como proyecto, algo de seguridad nacional. ¿El dolor en la nuca, en el cuello y la sed enfurecida de salir del encierro? No los recuerdo. Ya no los siento. Los pasos se alejan, las voces se han callado y los sudores incontenibles han cesado de repente. Ya no escucharás más el tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tic tic tic tic tic, fueron extirpadas las angustias y saldrás a la calle en tu formato de hombre nuevo que nunca ha echado un coño, ni pronunciado una palabrota y para fines de una mejor vida tampoco recordarás nada de esto. No hubo habitación, aposento-depósito, nunca fuiste un mercenario...eres nuevo.

Ah...también odias el cigarrillo.
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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.