28 marzo 2008

Uno de mis cuentos en Vetas

La Revista Vetas, la más persistente y me atrevo a decir que prestigiosa publicación cultural dominicana, me ha distinguido con la publicación del cuento de mi autoría “El Dragón sobre su cuello”. Es una gran distinción, porque Vetas, desde sus modestos inicios, supo que llegaría a un mercado pedregoso y duro, repleto de obstáculos para un esfuerzo de índole intelectual, en un país, donde la mayoría prefiere beberse dos o tres frías-lo que tampoco condeno, por Dios- a sentarse en una banqueta a darse vida con un buen libro. De Clodomiro Moquete, su director fundador, un verdadero promotor de los valores literarios y culturales, me sorprendió, cuando supe de él y de su estilo, la sencillez y el sabor a pueblo que impregnaba en cada uno de sus comentarios. Para mí es un honor compartir espacios en esta edición, con escritores como Junot Díaz, Manuel Salvador Gautier, Jaime Tatem Brache, Floriano Martins y el selecto grupo de narradores, poetas, ensayistas que colaboran en sus páginas. El cuento “El Dragón sobre su cuello”, pertenece al libro inédito de relatos, “Cuentos de Vapor y de Sombras”, que espero publicar en los próximos meses. Este comentario no puede ser amplio. Me interesa que puedan compartirlo, y disfrutar la calidad de Vetas, a la que pueden entrar, en su versión digital, a través de este link:
http://vetasdigital.com/

Muchas gracias a Vetas.

Néstor Medrano

19 marzo 2008

TORBELLINO DE HIELO

Néstor Medrano



Descubrí algo en el silencio después de la lluvia
una voz que retozaba en el pasillo:
Se repetía en ecos
volaba despacio y transparente: lejana y fugaz.
Podía seguir los latidos del viento si así lo quería
o perderse en las brumas si el clamor del odio
profanaba su quietud
descubrí: un vapor exhalado
una pizca de llanto y dos o tres sollozos
cuando dejó de llover.
Descubrí la soledad
su punta de lanza destacada en una esquina del aposento:
el perfume desalojado del recuerdo
a cuello de mujer: a labios de un carmín
de brasas encendidas
que quemaron en torrente, alguna vez
esa humanidad que fue mía y fue tan tuya y fue de ambos
y fue del estrépito y fue del silencio y fue del bramido
y fue de la luna y de la explosión.


Descubrí otras veces
que en los residuos de lluvia había residuos humanos
de labios mordidos, pieles revueltas: océanos y devastaciones.

Que de un simple gemido
nacía la cascada: aguas diáfanas y sin control
habitantes de espuma que se derretían: como las
gotas de lluvia sobre el espacio sereno de tu vientre
todo escrito en el silencio
entre montañas de sudores agridulces
lamidos y escarceos de alas doradas: labios y cuerpos
embebidos, en el viaje sin retorno de los ecos.
Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Además de una voz que retozaba en los pasillos
un coro de sonidos y de risas y de caricias
y de recuerdos de un hoy que fue ayer.
Descubrí la soledad
su vestido negro y sus dedos alargados por el frío:
sus inmensas extensiones de delirio y casi un universo
de paredones macizos de hielo.
Es en la lluvia con su cortina transparente
donde se esconden los últimos instantes

de la memoria fluida:
en sus gotas gruesas que cayeron sobre
tu cuerpo y penetraron conmigo
mi humanidad y mi sexo
al paralelo perfecto de tu afirmación de mujer.
Es en la lluvia
donde fluye tu lengua rosada:
es en la lluvia
donde inicia el final y termina el principio
es en la lluvia
donde laten los cuerpos humanos: pernoctan,
se funden, tiemblan con un temblor del cielo
se escurren en el sudor derretido
o en las gotas de la lluvia que los succiona
lo demás
es un pequeño espacio:
mínimo
donde quizás
empezó el retorno de todas las cosas: la noche,
el día, las madrugadas: semanas y meses
lo demás
es un pequeño espacio:

mínimo
donde concluyen las formas de tu cuerpo;
donde confluyen los líquidos de mi cuerpo;
y se erosiona la tarde con su sol y su luna
para transformarnos en un trazo
de alguien más.
Y la lluvia
que nos define desde el principio del tiempo
también nos inunda con su ruda intensidad
nos habla:
nos explica:
nos explica que ambos estuvimos juntos:
que juntos bebimos tragos de un néctar
¿era vino?
Tal vez whisky, ¿qué más da?
Y nos empapó en el encuentro
sulfurados de pieles calcinantes
concentradas en esa fábrica humeante
tan unidos que sólo pudo deshacernos
el sol.





Y la lluvia
que fue confidente humedecida
y reinó en universos de quejidos
de posiciones enfebrecidas y mortificantes
desesperada porque terminarían
y rompimos relojes y cronometramos el tiempo
y pedimos prestado un espacio:
para dedicarnos a imitar a Dios
en el proyecto de sentir y vivir
morir y resucitar
la más perfecta historia de amor.

Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Una voz que retozaba en el pasillo.








En uno de esos momentos quise escribir
recordar cómo eran las cosas antes de ser:
estabas tú, estaba yo, estaba la lluvia: semilla
germinal. Estuvimos ambos en una esquina
espejeante: unas cervezas, unos Marlboro
un lecho grande, tan grande como el sol.
Peces que aleteaban
aves que nadaban
brisas que soplaban
y luego, otra vez
la lluvia.
En uno de esos momentos quise escribir
dibujar algo jamás dibujado: que cobrara vida
y desbordara el Canal de los Vientos:
algo que humedeciera un poquito
los rayos del sol.





Quise escribir como escriben los jinetes
cuando quedan desprovistos de caballo
y deben cabalgar los horizontes
con la imaginación
imagina: una torre de lluvia, de columnas de lluvia
con ríos de lluvia, columnas de lluvia
con ríos de lluvia: imagina.

En uno de esos momentos quise escribir
embarrar de mí y de mi aliento
la espalda de la lluvia con su obsesión
de más lluvia: vino, tragos, amor.
Y la lluvia se hizo gotas: ardores selectos
y calores azules sobre el lomo de la noche mojada:
cortinas que se mueven, se agitan despacio
con la brisa que también enloqueció con la lluvia.
Descubrí en el silencio después de la lluvia:
descubrí que mis huesos, mis miembros y mis dedos
ocupan un minúsculo espacio en el universo:
que tus ojos inflamables hechizan con esa mirada
gris







También de lluvia: que tus labios se adhieren
como un bocado fresco de medianoche
y comparten ese nuevo cosmos que luego se involucra
un mensaje genital de adoración y perdición
y ansiedad y desesperación y aullidos y
dolor y lascivia:
también el sol nos abandonó al olvido.














Entendí de una vez
que sólo somos partículas:
espacios habitados
y fragmentos: un polvillo cósmico con fecha de caducidad
simples cuerpos inertes o
con cierto movimiento
cuerpos, quizás astrales cuerpos,
que se integran al todo inexistente.
Entendí de una vez
que sólo somos materia con un destino de extinción:
vientres repletos de cosas descompuestas
e inspiración para alguna canción.
Entendí
que la lucha por estar a tu lado: mujer infinita e incorpórea
es una vieja lucha desbordada
de sueños y alegrías o risas y fantasías
un empalme de carne y orgía.


También entendí
que un hombre fuma su cigarrillo, bebe su trago de ron
muerde mejillas y frota pezones: se resiste a la embestida
al calorón del sexo y los instintos.

Uñas, carnes, dedos: que la humanidad se hace infinita
y degenera en otro tipo de humanidad,
se agrede a sí misma y se marchita la piel.
Entendí que jamás pudimos ser ambos
en aquellas noches azules.
Que el pensamiento mutuo
se ensombrecía con los bajos instintos
jamás soporté
esa desnudez que te dibujaba de blanco
y cobraba nuevas formas en tu piel
que dibujaba tus senos
perfectos: de mujer
delineados; subliminales: sedantes
pezones rosados
vellosidades







el pubis mágico de la adoración
la herida del cielo
el dulce aroma de mujer.
No la soporté
porque desbordaba los límites
de la cordura
tu desnudez: cavidades y humedades:
líquidos astrales vinculados a los tiempos
y la locura de tomarte:
desde el principio
hasta el final
desde tus labios
hasta la parte
que te distingue como mujer.






Y fue
como un ciclón de sábanas movedizas:
una reacción
la llama agridulce del pecado.

Y fue
una sinfonía sin tiempo
ni orden ni dirección
dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: origen de la desgracia
senos perfectos y erectos
vulva humedecida y voraz
cuerpos doblegados a la luz de la luna:
coito, amor
sexo edulcorado y fluvial.
Dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: evolución
vaporosa del día y el amanecer.


Descubrí la soledad
exhausto
cuando me envolvió
o me ahogó
el líquido sin nombre
que nos lanzó a una suma de silencios.
Y fue
un rayo de oscuridad sobre mi conciencia dormida:
¿Puede el sexo resumir el origen del universo?
Sus senos: delineados, perfectos.
Figuran un avance del cielo...
Y fue
cuando amarramos nuestras bocas
y sentimos el temblor del cielo:
la lubricación del espíritu
los cuerpos enardecidos.

Y fue
cuando se desorbitaron tus ojos
al tocarse tu vulva y su miembro
y entender, luego de un orgasmo
de dioses
que ambos somos: hombre y mujer.

12 marzo 2008

UN DESCUBRIMIENTO


Poco me gusta hablar de política en esta bitácora. Es que creo que su naturaleza es eminentemente literaria, pero hay hechos, hay situaciones que desbordan nuestras propias expectativas.


¿Cómo no hablar bien del presidente Leonel Fernández? ¿Me tildarán de inclinado hacia un partido específico? Si todos los días hubiese un esfuerzo de resultados inmediatos, como el que significó la salida pacífica a un acontecimiento tenso, que tenía crispados los ánimos de la comunidad internacional, por el conflicto entre Colombia y Ecuador-una incursión militar cuestionable realizada por grupos militares antiguerrillas colombianos, cruzando límites fronterizos y dando muerte al segundo de las FARC, Raúl Reyes-, con una concatenación de reacciones de parte de Rafael Correa, presidente ecuatoriano ofendido en la dignidad de su soberanía nacional, que siempre debe ser innegociable; contra un obstinado Álvaro Uribe, que no reconocía ni por el diablo que estaba en falta y luego las rupturas diplomáticas de Nicaragua y Venezuela con Colombia, hacían de la reciente cumbre celebrada en mi país, un polvorín que en cualquier momento estallaría, por la presencia inevitable de los protagonistas esenciales de ese juego de poder. Leonel Fernández logró calmar los ánimos.


Si resaltar esa labor que ejerció el presidente Leonel Fernández me llevará a situarme como uno de sus partidarios, no me queda otra: lo acepto. Es que en la cumbre estaba el representante de la Organización de Estados Americanos empotrado en su sillón, a ratos adormecido y moviendo su cabeza, quizás un poquito anestesiado por las largas intervenciones de los presidentes, entre bostezos furtivos, a veces y otras públicos; a quien vi consultando a otros mandatarios, fraguando entre animosidades alteradas, con la moderación que luego hasta cadenas internacionales de noticias no muy fieles a Fernández reconocieron, fue al jefe de Estado dominicano, que como anfitrión, supo jugar su papel.


Las mezquindades no pueden enceguecernos. Mi juicio no está nublado por el chantaje de lo que digan los otros: estamos en plena campaña electoral y hablar bien o mal de un candidato, es considerado-vaya jodida mala leche-, tomar partido por uno de ellos. Leonel Fernández no actuaba como candidato político nominado a la Presidencia por su partido; aunque la coyuntura sea propicia y sus estrategas son buenos, pueden explotar esa nueva situación. Fernández actuaba como jefe de Estado de la nación que albergaba a los colegas extranjeros enfrentados y muchos habían apostado al fracaso del cónclave. Pero, como dicen los vendedores y los planificadores en las ventas, se trata de un asunto de resultados. Seamos francos, tampoco somos locos, Nicaragua y Venezuela restablecieron sus relaciones diplomáticas de inmediato con Colombia. Por supuesto, el apretón de manos, las sonrisas espontáneas, que en ningún momento cruzaron por el rostro de Correa, no significaron la consumación total del conflicto: ni que Dios hubiese descendido ese día hasta el hotel Santo Domingo. Sin embargo, la tensión fue quebrada. No es cierto que sólo Álvaro Uribe haya ganado, si bien su acto fue reprochable, al fin de cuentas quiso firmar ese acuerdo tácito de buena voluntad que desde Santo Domingo, impulsó un hombre moderado, de inteligencia ya demostrada, cualificado para gobernar y cuyo comportamiento de estadista y manejador de grandes crisis, quedó más que evidenciado. Todos sabíamos de Leonel Fernández. Nadie ha hecho ningún descubrimiento: es un líder, ahora con proyección internacional. Ya sabíamos de su presencia sobresaliente en foros internacionales, en otras cumbres, en otros escenarios. Otras cumbres teóricas, de firmas y sonrisas protocolares, es más, de jodidas buenas intenciones, pero de jodidas buenas intenciones está alfombrado el camino al infierno. Lo de ahora no tenía precedentes en esta área del mundo: Colombia es un país importante, con niveles de violencia, contaminación del narcotráfico, lucha eterna contra una guerrilla imbatible; asesinatos, ejecuciones y una política de cero negociaciones con los terroristas, que es el calco de los Estados Unidos. Venezuela, salpicada por el barro del conflicto por viejos traumas, incluso relativos al secuestro de una ex candidata presidencial, en la cual Hugo Chávez ha querido mediar: son problemas contundentes. Correa, como Daniel Ortega, forman parte de ese eje político e ideológico bajo la sombra del gobernante bolivariano. ¿Que pueden considerar estas reflexiones un mero ejercicio de apología hacia Leonel Fernández? En esas condiciones, pueden afirmarlo. Creo que, independientemente de los buenos resultados de esa reunión de líderes internacionales, de los prejuicios contra Chávez, Uribe, Correa, y en República Dominicana, contra Leonel Fernández, no cabe dudas de que, gracias a su esfuerzo, alguien, nos consideró: la capital de la paz.


NÉSTOR MEDRANO
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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.