27 mayo 2008

Golpe de lluvia desnuda


NÉSTOR MEDRANO


Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.

Quisiera ser la brisa transparente y tránsfuga, que se cuela: quisiera ser lo que miran tus ojos: tu mirada,
Quisiera ser la intención que motiva tu alegría: quisiera ser esa parte de ti que aún buscas en algún recóndito lugar abismado de contradicciones, tu verdad; quisiera estar cerca de ella: de la verdad, la tuya; tu verdad, en la que crees, por la que vives.

Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.

Quisiera vestirte con mis labios carnosos; zambullirme en las costas de tus mares y tus cielos, tus infiernos y tus mareas; tus gemidos, tus alegrías y tus tristezas. Quisiera ser la luz de alguna de esas noches de sombras, cuando no hay camino o el camino; se desconstruye, se desubica, para clavarte los dardos; de
La angustia.

Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.

Quisiera ser lo que imploras cuando sola imploras lo implorable del dolor solitario de las formas; las formas de la ilusión curtidas por el fango de un espejismo de llanto postergado: quisiera ser la sábana sobre la cual tiendes tu cuerpo para reposar del cansancio del día: quisiera ser el acondicionador de aire para despojar de tu piel desnuda los cristales empañados del calor. Quisiera ser tu sudor: tus latidos, tu sí y tu no, ambas cosas, todo: un absoluto de magia, de besos y mejillas, en tu más pura naturaleza de mujer, desnuda, frente al metro de Seúl o de París, o de cualquier lugar donde lleguen tus lágrimas, de risas y nostalgias.

Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.

Quisiera medirte con la magia de mis caricias: que me representes tal y como eres, con tus prolongados silencios, con tus efímeras miradas, con tus sonrisas proclamadas de ruido; estrépito; desnuda, abierta a todos los horizontes más allá de la raya donde cielo y mar confinan el límite del mundo. Quisiera ser tu prédica y tu día; tus horas y sus minutos, sus segundos y sus soles en medio de las plazas, en los silencios de los bullicios, en la claridad única de las sombras.

Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.
Quisiera confesar lo confesable, aunque me creas inconfesable confeso. Quisiera decirte que siento tus silencios ahora más silencios que nunca: como si tal cosa fuera un rechazo, sin respuestas, sin palabras, como si de algún tranquilo reposo divinizara las zonas humanas; impenetrables; distante el calor de
Aquellas horas nunca existentes...hasta culminar en lo inconsumable. Quisiera despojarme del forro de la piel marchita para reconvertir cualquier idea, vaga, injusta y captar en tu pensamiento la lluvia, mi materia primordial: la lluvia y la madrugada, las noches adormecidas sin parpadeos válidos, con esa ira callada de asumir lo improcedente.

Estás desnuda: muestra cristalina de lluvias.

Quisiera iniciar el trayecto hacia nosotros: desfilarnos en un desfile de azules panorámicas citadinas: donde abunden las ideas sin concepto: sólo la naturaleza prohibida puesta al vapor de las exhalaciones infinitas: desaparecernos en la esquina del miércoles para aparecer el sábado a la una de la tarde. Quisiera untarme de algún pequeño espacio donde gravite tu cuerpo, donde se despierten las ansias, donde puedas descubrir que yo, antes de todo y después de todo, en el bien y en el mal, en el polvo cósmico de los sueños y los desvaríos: puedo ser tuyo, para siempre de todas las eternidades.

25 mayo 2008

Niña Perversa


NÉSTOR MEDRANO


No he dejado de pensar en ella tal y como la vi; con su rostro de niña perversa, mala y maldita que me tiene afiebrado hasta el límite de desconocer esa fuerza inaudita que ahora se diluye por todo mi cuerpo y recorre áreas sensibles, incluso, se me hace difícil controlar la erección de las emociones, del alma y del ente viril de las verdades tímidas y mentidas de la hombría.

No he podido dejar de pensar en sus labios y en la cascada de oro de su pelo largo, mechoneado sobre su frente y su rostro y esa mirada erótica que me optimiza el deseo y me desconsidera en esta hora de vino blanco, risas y cigarrillos finos. No he podido dejarla, abandonarla en ningún momento, y es que creo que su boca me ha hechizado de manera misteriosa y fundamental, básica y regular: no ha habido forma de buscar alternativas capaces de eliminar su perfume, ella huele a lluvia y a brisa fresca de tierra fértil. Ella huele a infancia a pesar de ser mujer; huele a pecado y el pecado huele a su cuerpo, al sudor tibio de la piel que arde estremecida estremeciéndome cuando aterriza con su lengua despacio por los espacios de mi pudor de hombre afectado por el amor, por el deseo; por la fogosidad de una caricia que aletea soberbia hasta el bajo vientre, hasta la médula, hasta tu sexo...
Allí, en esa esquina de pocas luces, me prolongo en la melodía ronca del saxo que llega con sus talantes de nostalgias, con los olores de la ciudad que son nuestros olores y que son tus olores. Y la recuerdo, máxima, la acomodo a mi forma de ser para adorarla, para extenderla en toda su inmensidad de arco iris mezclado con lágrimas de sol y es cuando me atesoras entre tus senos perfectos, esos dos senos tan de mujer, tan redondos, tan deleitables, tan de mujer y tan tuyos o de ella, aunque se trate de la misma persona. Bebimos del mismo vaso de vino y nos untamos los labios de ese escozor divino y tembloroso, de esa corriente mágica de atracciones envolventes.


Porque la vi desnuda. Sí, descubrí su desnudez por encima de la ropa ceñida, el pantalón caqui ceñido, apretado, que hacía de sus formas de mujer un atentado contra los instintos, que incluso provocó un flujo de sudores.

Al verla se instaló el deseo en todo mi cuerpo y quise besarla, transmitirle la maldad de mis impulsos sobre esa cantera de poros exhalantes de azúcar quemada y pronuncié su nombre, quise hacerla mía como otras veces y que ella me hiciera suyo, que ella me abrazara y me tendiera toda la bondad de su sexo, en un solo derrame de candencias y movimientos infinitos, de viajes entre las sábanas que nos llevaron al tercer cielo cerca de Dios, cuando nos derramamos nosotros también en esa búsqueda exploratoria y explotamos también.
¿Qué recuerdo de nuestras estadías en las costas del amor? ¿Era amor, o simple sexo bañado de la más cruda pasión que pueden sentir dos seres humanos que se deshumanizan con los gemidos?



Ella era tan esporádica y gentil. Tan de sí misma y mía al mismo tiempo, tan nuestra y cercana, que supo inaugurarme en esos lugares sólo para iniciados, cuando apenas un imberbe prometía grandes cosas pero no dejaba de ser un novato, un novicio sin amputaciones morales que deseaba tenerla, tenerla y meterla dentro de mí, mujer ideal, madura, joven y niña, con la capacidad de una picardía ancestral, con la picardía de quien desea y necesita que la hagan sentir mujer, enredada en el silencio y el bullicio, del sexo, el saxo, las luces de bajos watts y el piano lento, lento y...subliminal.

Pero quizás al perderla o perdernos, porque declaro que hice mis propios aportes a la sostenibilidad democrática del sentimiento, resbaló algo fundamental de mi esencia masculina, por un caño sin destino fijo pero dirigido al desvanecimiento de todas mis fuerzas. De nada valieron las fórmulas alternativas, ni los embates solitarios de los tragos del whisky al vapor, acompasados de viejas melodías de tiempos pasados, y la compañía protocolar de mujeres estrepitosas y momentáneas que si bien cumplieron con su rol de descarga coyuntural fisiológica, no fueron capaces de llegar a ese extremo donde la magia se une a la carne para convertirnos en poesía viva de puro amor, coito y encuentro magnífico.


Así, como se cree o se tiene la creencia de que debemos creer en lo más creíble posible, deduje que su partida o estadía en la distancia iba a trastornar el mismo origen de mis alegrías nunca conclusas, porque con ella aprendí lo que se debe aprender en el arte cruel de esa sustancia intangible que es el amor, o algo parecido al amor, la carne viva, los minutos excitantes y las horas desmañadas, sin importar nuestra desnudez, la mía que es imperfecta y la tuya que se hace afín a la plenitud, próxima a ese universo inequívoco que fue donde descubrí que el sexo nos transformó en dos animales sin razones para vivir en soledad.




















22 mayo 2008

Bosch: ¿por qué Judas Iscariote?



NÉSTOR MEDRANO

ensayo


El Judas que vendió a Cristo por 30 monedas de plata y luego se suicidó, ahorcándose por el dolor y los golpes de conciencia, es un motivo de controversia, que surge y resurge, y que al mismo tiempo pocos autores se atreven a referir, sobre todo en países que como República Dominicana, poseen una profunda vehemencia cristiana.

¿Fue Judas un traidor o un sujeto del plan de Dios, manejado y destinado- o ambas cosas a la vez-, con un plan preconcebido? Si el plan de Yahvé estaba concebido para que Jesús el Unigénito, el Hijo del Hombre, viviera y padeciera el más cruento de los sufrimientos, incluso la vejación, la humillación y la muerte física, ¿no formaba parte Judas Iscariote de ese plan superior que lo hizo seguir un guión ya escrito? Esa controversia, mítica o histórica, está latente, e incluso se mantiene viva entre doctrinarios y entendidos en la materia, que han visto en el comportamiento del discípulo una simbología de la avaricia, la ambición y el materialismo, elementos distorsionantes de las enseñanzas secretas llevadas a cabo por el Mesías, que buscaban otros valores como la salvación del alma.

Esa temática fue abordada por Juan Bosch, lo que permite una cosmovisión del temple intelectual de quien enfrentó a los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, esgrimiendo una visual realista de la conducta de aquel “satanizado” discípulo de Jesús.

En su libro Judas el Calumniado, Juan Bosch explica que luego de dos mil años el Iscariote ha sido víctima del escarnio, sin el derecho a la defensa, debido a que nunca antes de su muerte pudo explicar sus motivos.

¿A qué se enfrentó Bosch al escribir sobre Judas? ¿Qué pensaron sus enemigos políticos, los sectores eclesiásticos que lo adversaron y sus detractores más encarnizados al darse a la tarea de revivir a un personaje odiado por haber aceptado dinero para entregar a Jesús, el hombre ejemplo del más grande amor hacia la humanidad?

Con sus antecedentes, su trajinar político y sus creencias no comprendidas, es claro que muchos acentuaron sus disquisiciones y sus perfidias. El otro ángulo es la honestidad del escritor fiel a sus ideas, que escribe porque es libre de hacerlo y porque la autocensura no es una opción para el literato legítimo.
“Judas no escribió, no adujo palabra en su defensa; y durante dos mil años no ha habido fuente directa en qué abrevar para justificar una revisión, del juicio que le ha condenado como arquetipo de traidor”, escribió Bosch.

¿Qué ganancia obtiene Juan Bosch al convertirse en abogado de la defensa del Judas y postular, con datos rigurosamente bien documentados, a favor de ese ser despreciable que obró indignamente contra quien había nacido de vientre de mujer pero que era el hijo del hacedor del universo? Es la osadía de rebatir criterios desde un ámbito literario-conceptual, que como los más grandes de todos los tiempos siembran en la controversia valores imperecederos del pensamiento. Para Bosch existía el método de la contradicción de la Historia, con la misma revisión de la Historia. Los acontecimientos fluyen como corrientes de río, por el cauce que quien maneja la Historia, su historia, dispone. Se descubre aquí la sabiduría de Bosch para escoger los escenarios. Podía plantear la novela para limpiar de algún modo- y las vías de la ficción permiten mil posibilidades-, esa vida que él supone enterrada por los oprobios del prejuicio. Pero Bosch escogió la vía del ensayo, de la enumeración de los hechos y al mismo tiempo de la enunciación dialéctica de la Historia. Del caso de Judas Iscariote, el autor hizo una trasposición ejemplarizante de otro caso de traición en la Historia: León Trotsky, de quien se decía traicionó los ideales de la Revolución Rusa, pero, quien al decir de Bosch, vivió lo bastante para defenderse y escribió explicando su conducta.

“Si los sucesores de Stalin en el mundo de la Revolución Rusa, sostienen ese punto de vista, dentro de un siglo, suponiendo que el comunismo llegue a gobernar en toda la tierra, no habrá ser vivo capaz de imaginarse, siquiera, cuál fue la verdadera actuación de León Trotsky”, matiza Bosch en sus interpretaciones sobre lo acontecido con Judas Iscariote.

El literato dominicano ha explicado que desde que ocurre el apresamiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, Judas desaparece de entre los discípulos. Bosch, como intelectual de ideas firmes y haciendo galas de objetividad, fue explícito al decir que Judas Iscariote, el Calumniado, como libro no tenía el interés de defender al ahorcado y sin embargo, abunda planteando que el estudio de los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, además del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que al consignar del autor son los documentos en los que basa sus argumentos la Iglesia Católica, “arroja resultados sorprendentes en cuanto a la conducta de Judas Iscariote”.

Bosch argumenta que los cinco libros analizados por él, fríamente, sin voluntad previa de hallar al discípulo referido culpable o inocente, lo llevan a conclusiones inesperadas: “Judas no traicionó a Jesús, no le vendió, no le besó, no cobró su infamia y por último no se ahorcó”. Ese juicio temerario del escritor de cuentos enfrenta desde su esencia y origen, planteamientos aceptados como verdad universal del mundo cristiano. Juicio puntilloso, incluso para los más fanáticos, que se vuelve más agrio cuando se pregunta: ¿por qué pues, la acusación? Bosch atribuye a la acusación de traición un matiz de contenido político “usado instintivamente por todos aquellos que se lanzan a la conquista del poder, ya sea en una sociedad o en una organización”.
El autor establece que la primera acusación contra Judas la hace Simón Pedro y que la supuesta traición fue inventada por los celos enllamados que despertó la designación del único hombre de los 12 que no era galileo: ocupó la tesorería del grupo y aunque asume que sería aventurado pensar que Judas quería encabezar la agrupación, se pregunta: “¿Pero quién asegura que sus compañeros no le atribuyen esas ambiciones?”.
Es mejor poner a Bosch a decir, por qué Judas Iscariote:
“Muerto Jesús, la organización de la Iglesia era un hecho político que no podía escapar a una ley universal en el fenómeno político. A la hora de ocupar el primer puesto-vale decir, el poder- en la congregación no podía presentarse a Caifás como el enemigo que debía odiarse, puesto que ese odio se fijaría en un objeto externo a la organización misma, y era además un sentimiento que atemorizaba, no unía, disgregaba; eso explica que la primera acusación fuera la de Simón Pedro”.(Santiago de Chile, 1954, págs. 235,238 y 241).

La visión de Bosch sobrepasa en este trabajo, que primero se publicó en tres artículos en la revista semanal Bohemia de la Habana, cualquier otro intento por ofrecer una panorámica sobre Judas Iscariote y el abordaje temático del conflicto. Juan Bosch se muestra como un intelectual sin prejuicios, que lejos de confrontar a la Iglesia como muchos pudieron creer y lejos de expresar una ideología procomunista y atea, en ese trabajo sustenta una tesis, que en la distancia y revisado sin apasionamientos, se trata de un análisis político.

El discipulado de Jesús era una organización aglutinante que Bosch vio como un elemento de de disputa interna, una vez desaparecido el Mesías. ¿Pecó sólo Judas Iscariote? ¿Acaso no fue elemento de desconfianza la negativa de Pedro cuando en el pueblo le imputaron ser de los hombres del Rabí? Jesús hizo el vaticinio en la misma mesa de la Santa Cena, en la cual anunció que sería denunciado. Como se apunta en el Libro de San Mateo, versículo 69 de la versión El Nuevo Testamento- Reina- Valera 1960, Pedro estaba sentado en el patio; y se le acercó una criada diciendo: tú también estabas con Jesús el galileo, más él negó delante de todos diciendo: “No sé lo que dices. Saliendo él a la puerta le vio otra vez y dijo a los que estaban allí “también éste estaba con Jesús Nazareno”, pero él dijo esta vez con juramento: no conozco al hombre. Un poco después, acercándose los que allí estaban, dijeron a Pedro: verdaderamente también tú eras de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre, entonces él comenzó a maldecir y a jurar: no conozco al hombre, y enseguida cantó el gallo. (Versículos 69-al 75).

Si ciertamente Judas “vendió y entregó a Jesús”, Pedro, el más aguerrido defensor del Maestro, lo negó tres veces antes de que el gallo cantara, como lo había profetizado Jesús. ¿Hubo temor al escarnio público? ¿Dolía el dolor? ¿Era malo, indigno y pecador, Pedro? ¿Obedeció a lo trazado en un guión preconcebido? Lo que hubo fue una lucha por la retención del poder y fue tan ardua que incluso, en esencia, Pedro se convirtió “en la roca sobre la cual se erigió la Iglesia”.
Bosch lo planteó de la manera siguiente: “ No hay sino una respuesta, y es que en esa acusación (la de traidor sobre Judas) jugó un papel importante un factor de índole política, usado instintivamente, por todos aquellos que se lanzan a la conquista del poder, ya sea en una sociedad o en una organización. Cualquier idea requiere ser divulgada en sentido positivo y en sentido negativo, si es que ha de ser impuesta”. La interpretación de Bosch sobre la tal acusación de traidor contra Judas- que la hubo según las narraciones bíblicas, estuvo limitada a un asunto de celos: Judas manejaba las finanzas del grupo y posteriormente podía alzarse con el santo y la limosna.
En el versículo 14 del capítulo Judas entrega a Jesús del Nuevo Testamento, edición antes citada de Mateo, dice: “Entonces, uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote fue a los principales sacerdotes y les dijo: qué me queréis dar y os lo entregaré. Y ellos le asignaron treinta piezas de plata y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle.
El juicio valorativo de Bosch de que la actitud fue política, recorre un largo trayecto de más de dos mil años sobre una parte de la vida de Jesús de la cual se han tejido especulaciones , señalado cuestionamientos, dudado de algunos pasajes, lo que implica en el ensayista una preocupación intelectual, en la que se hace parte del litigio y ocupa el lugar de la defensa que pocos se han atrevido a insinuar, por lo espinoso del tema.
En definitiva, las apreciaciones de Juan Bosch sobre Judas el Calumniado, abren una parte del pensamiento del escritor, quien con sentido crítico emprendió un camino sin retroceso hacia la búsqueda-interpretativa o no- de la verdad sobre el Iscariote. También, el texto de esta obra permite al lector advertir que, a tantas décadas de haber sido escrito, resume la actualidad de un debate imperecedero sobre la vida de Jesús, el hombre más importante en la Historia de la Humanidad.

09 mayo 2008

Nos fumamos el amor

NÉSTOR MEDRANO

Enciendo un cigarrillo en uno de los pasillos de este piso solitario y amarillo. Iniciar la mañana es fácil cuando uno percibe que está nublado y que la voz de la lluvia me suplicará imaginarte, tal vez desnuda a mi lado. Desnuda porque es la condición natural de tu belleza; beber un trago de rocío es poco cuando imagino que disfrazarás de caricias mis momentos de soledades únicas e indefectibles. Las soledades únicas e indefectibles son esenciales, me recuerdan que eres tan necesaria en mi vida, tan única e imprescindible, que sólo estoy solo cuando te tengo lejos o no cerca: a poca distancia de poder tocarte, temblar contigo y hacernos temblar a ambos, si en algún punto me brindas la posibilidad de hacernos el amor. ¿Cómo es hacernos el amor? Es fácil: hace falta una tarde nublada, preferiblemente de sábado, unas copas de vino, la lluvia, nuestra desnudez y la piel sobre la piel, los poros fundidos entre la carne, después el cansancio de la jornada y el caer entre los dos hasta el día siguiente.
Son jornadas simples, untados de nuestros cuerpos, bañados de nuestras ansias, gateando por los bordes resbaladizos del sudor y la lujuria: la lujuria y la caricia, los cuerpos y el alma. Al verte no puedo decir lo que en realidad quiero decir, las palabras pueden ser sustituidas en cualquier momento: por tu voz. Por la cadencia de tus caderas y por la cascada de tu pelo de oro, regado o esparcido sobre mi rostro, una vez, repitamos hasta la extenuación la jornada primordial, el acto esencial y sublime, la construcción del amor, entre fluidos y quejidos universales. Así estaremos en la permanencia de los dos, en la presencia de tus ausencias cuando me llames como mujer necesitada de caricias, de mordidas y caricias, de lamidos y caricias, de adoraciones y caricias; hasta el estallido, la locura, la ilusión construida sobre las planicies de tu pecho, tus marcas infinitas de mujer, tu pecho, tu marca. Nuestros lamidos y caricias.
Antes de alejarme del balcón y de la lluvia vuelvo a soñarte como hace unos minutos cuando te miré a los ojos y fumaste tu cigarrillo en silencio, bebiste tu café en silencio, pensativa pero pensando en mí y en la posibilidad existencial de anexarnos a la una de la tarde, entre sorbos más largos y templados del vino; entre abrazos más estrechos y apretados, entre contactos prohibidos por esas zonas donde se ha prohibido transitar a los extraños, a los que la voluntad no invita ni la pasión corresponde.
Puedo decirte ven, acuéstate a mi lado en esta tarde que de vulgar y sabatina se transformó en un año de espasmo y locura, de temblores y coitos, de amor y lascivia. Ven, puedo llamarte aunque descubro que desde tus besos me he quedado sin voz y sin articular palabra, con el torrente enmudecido de vida que nos grita sobre los pecados nuestros y nos invita a seguir pecando entre las explanadas de tu piel y los recodos de tu cuerpo. El cigarrillo se gasta; congelo tu rostro para mirarlo y besarlo, Hasta descongelarlo y derretirlo, en una tarde sabatina de excesos, amor y lujuria.

Nos fumamos el amor


Enciendo un cigarrillo en uno de los pasillos de este piso solitario y amarillo. Iniciar la mañana es fácil cuando uno percibe que está nublado y que la voz de la lluvia me suplicará imaginarte, tal vez desnuda a mi lado. Desnuda porque es la condición natural de tu belleza; beber un trago de rocío es poco cuando imagino que disfrazarás de caricias mis momentos de soledades únicas e indefectibles. Las soledades únicas e indefectibles son esenciales, me recuerdan que eres tan necesaria en mi vida, tan única e imprescindible, que sólo estoy solo cuando te tengo lejos o no cerca: a poca distancia de poder tocarte, temblar contigo y hacernos temblar a ambos, si en algún punto me brindas la posibilidad de hacernos el amor. ¿Cómo es hacernos el amor? Es fácil: hace falta una tarde nublada, preferiblemente de sábado, unas copas de vino, la lluvia, nuestra desnudez y la piel sobre la piel, los poros fundidos entre la carne, después el cansancio de la jornada y el caer entre los dos hasta el día siguiente.
Son jornadas simples, untados de nuestros cuerpos, bañados de nuestras ansias, gateando por los bordes resbaladizos del sudor y la lujuria: la lujuria y la caricia, los cuerpos y el alma. Al verte no puedo decir lo que en realidad quiero decir, las palabras pueden ser sustituidas en cualquier momento: por tu voz. Por la cadencia de tus caderas y por la cascada de tu pelo de oro, regado o esparcido sobre mi rostro, una vez, repitamos hasta la extenuación la jornada primordial, el acto esencial y sublime, la construcción del amor, entre fluidos y quejidos universales. Así estaremos en la permanencia de los dos, en la presencia de tus ausencia cuando me llames como mujer necesitada de caricias, de mordidas y caricias, de lamidos y caricias, de adoraciones y caricias; hasta el estallido, la locura, la ilusión construida sobre las planicies de tu pecho, tus marcas infinitas de mujer, tu pecho, tu marca. Nuestros lamidos y caricias.
Antes de alejarme del balcón y de la lluvia vuelvo a soñarte como hace unos minutos cuando te miré a los ojos y fumaste tu cigarrillo en silencio, bebiste tu café en silencio, pensativa pero pensando en mí y en la posibilidad existencial de anexarnos a la una de la tarde, entre sorbos más largos y templados del vino; entre abrazos más estrechos y apretados, entre contactos prohibidos por esas zonas donde se ha prohibido transitar a los extraños, a los que la voluntad no invita ni la pasión corresponde.
Puedo decirte ven, acuéstate a mi lado en esta tarde que de vulgar y sabatina se transformó en un año de espasmo y locura, de temblores y coitos, de amor y lascivia. Ven, puedo llamarte aunque descubro que desde tus besos me he quedado sin voz y sin articular palabra, con el torrente enmudecido de vida que nos grita sobre los pecados nuestros y nos invita a seguir pecando entre las explanadas de tu piel y los recodos de tu cuerpo. El cigarrillo se gasta; congelo tu rostro para mirarlo y besarlo, Hasta descongelarlo y derretirlo, en una tarde sabatina de excesos, amor y lujuria.
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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.