Néstor Medrano
Me duele la nuca. Me duele el cuello. Me duele la boca. ¿Por qué tanto dolor en un inocente? ¿Qué hice? Pensé en los acreedores. La gente a la que debo dinero. La gente a la que nunca he pagado un centavo. Ese fue su método de sometimiento, esa fue la forma de despellejarme y sacarme el dolor. De agarrarme cuando llegaba a la casa. Entonces no soy un inocente, nunca he dicho que lo soy. He faltado a la verdad y a la moral. ¿Era para tanto? Sin embargo, supo que se trataba de profesionales. Le asestaron un golpe seco y paralizante que le hizo perder la conciencia; pero lo dejó vivo. Con dolor y fuertes retorcijones, pero vivo. Despertó con la boca amarga, una sed indeseable y un deseo incontenible de recobrar su libertad lo desesperaban. Una habitación sin ventanas- debía ser un depósito por las exageradas luces blancas, a lo mejor se trataba de una estrategia para dar calefacción permanente a alguien o a algo- sin ventilación; el clima áspero, la atmósfera asfixiante. Además no recordaba nada. Le dolía la cabeza. Flashes, recordaba flashes, multitudes, gente histérica que corría de un lugar a otro. Vehículos colisionados y explosiones mortíferas.
Entonces recordaba algo. Abrió los ojos en un intento por hacer más precisiones con la vista; cientos de cajas organizadas de forma rígida, en un desesperante conteo de orden y disciplina. Escuchó pisadas, pasos que llegaban desde la distancia y se incrementaban, tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tac tac tac tac tac, era su reloj. Las manecillas del reloj que irrumpían en el silencio. Tenía ganas de orinar, se levantó como pudo y se escondió entre cartones y lonas presintiendo lo peor. El hecho de desconocer las razones por las que permanecía allí, encerrado en un aposento gigantesco y sin ventilación era algo más que sospechoso. Las preguntas revoloteaban. ¿Por qué me dejaron vivo? ¿Por qué no me mataron de una vez? Se atemorizó, se descontroló y se escondió.
Sentí como si de repente perdiera algo. Quizás el oxígeno para respirar. Me asfixiaba, te asfixiabas, se asfixiaba. No sé si fue mi imaginación febril que le jugaba una broma a los nervios, pero escuché las sonatas de trompetas. Luego alaridos ensordecedores, galope de caballos y gritos desesperados. En medio de su larga espera no resistía las ganas de fumar. Toda su vida había fumado. En ese momento más que en ninguno requería de un Marlboro para calmarse.
Sólo sentía imprecisiones, un revoltillo de imágenes que llegaban de una distancia remota, cargando aires nostálgicos que proactivaron su maquinaria de lágrimas. Los pasos se acercaban, aumentaban, los gritos eran tan cercanos y humanos que herían sus oídos. Escuchaba también un galope de caballo por un lado, la Quinta Sinfonía de Beethoven por el otro, un estallido de disparos y muertes que él, de alguna forma, logró ver en detalle sobre las lonas que lo cubrían. ¿Qué hice? ¿Qué habré hecho? Las luces del depósito, creía al menos que era un depósito, habían subido el nivel de intensidad y penetraban los cartones y las lonas bajo las que se había escondido. Ruidos. Escuchaba ruidos. Voces de mujeres alegres y carcajadas y risas; luego Beethoven. Cuando trato de distenderme un poco para escrutar la situación desde un punto de vista lógico y racional no salgo del asombro. Tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac. Suda. Sudores. Sudores copiosos, su corazón agitado. La respiración agitada y unas diabólicas ganas de fumar. 30 horas. Pero nadie puede soportar tanto tiempo, es imposible, es imposible, es impensable pero no imposible. Sólo debemos asegurarnos de que los protones estén a la inversa de los neutrones y que los electrones no hagan contacto con la unidad celular del cromosoma X para no arriesgarnos a crearle una fisura cerebral.
Entonces llegaron detalles fragmentados de escenas e imágenes en las que aparecía su rostro risueño y maléfico; vestido de gabán con un cigarrillo metido entre los labios, calles mojadas, velocidad, personas, hombres corriendo con desesperación y él que sacaba de algún lugar un arma de fuego sofisticada y corta y disparaba con precisión y mataba. Los hombres caían muertos, ensangrentados, algunos daban vueltas y se arrastraban por el asfalto mojado de alguna bocacalle, él se arreglaba el sombrero y con la calma de Buda se alejaba del lugar. Se veía en el remiendo de luces incoloras de algún apartamento contando dólares, sacos de dólares, bajos fondos; el submundo del crimen, la sedición y los vicios.
Durante todo ese tiempo, 8 años completos, mató más gente que el virus del SIDA y el hambre en Etiopía. En las calles de Nueva York le temían por sus métodos malditos de eliminar los obstáculos. Luces, chirridos. Voces. Escucho que hablan de mí, palpo esa especie de repulsión en sus palabras; no pertenecía a ninguna pandilla ni estaba afiliado a la Mafia, era un mercenario que hacía sus trabajos de limpieza y luego cobraba en efectivo, y mucho, sin intermediarios. Fue un golpe rudo en la nuca que lo sacó de circulación. Necesitamos mayores detalles, no hay estabilidad, su espíritu libra una batalla de garras con la psique. Sólo destellos.
Volvían sobre su cabeza las explosiones, las muertes sangrientas y las exclamaciones de dolor. Tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tictictictictictictic. ¿Por qué la captura para dejarme vivo? Se preguntaba, quería fumar. El deseo irrefrenable lo impulsaba a la locura, porque incluso, entre las lonas y los cartones en que se guarecía crecía el fragante aroma de un cigarrillo encendido.
Las voces aumentaban. Alguien sobaba una pistola, lo discernía por el nítido claqueteo metálico, por la precisión dada por el silencio a los ruidos de menor intensidad. Escuchó su nombre. Una voz de mujer derramada en llanto, en dolor. Luego las pisadas, las brisas absurdas que comenzaron a bailotear en ese aposento-depósito donde las flatulencias arrojadas de sus intestinos no se diluían. ¿Por qué me han traído? Debo ser inocente de cualquier acción endilgada por mis secuestradores, supongo que se trata de un secuestro. Ejecutaba a las personas. Era un negocio despiadado que sólo había visto en las películas de Hollywood: el hombre descuartizaba a sus víctimas, las mutilaba y enviaba a sus clientes el dedo pulgar para sacarle las huellas dactilares como prueba de irrebatible cumplimiento del deber. Hay que inyectar mayor cantidad de AC-15, debemos disminuir la conturbación emocional que lo agita.
¿Qué dolencias presenta? ¿Ha variado su capacidad de asimilación de los acontecimientos? No. Sólo el dolor en la nuca. El dolor en el cuello, en la boca y unas ganas exasperantes de fumar. Bien, mientras presente esa perspectiva hay esperanzas. Los sudores me atormentan, siento escalofríos, mis dientes tiritan y una debilidad apremiante me nubla la cordura. Hombres que corren, saltan sobre verjas, rompen escaleras de emergencia, disparan entre sí, insistentemente, disparan entre sí y las cosas explotan y los automóviles se incendian y las mujeres del vecindario apartan con brusquedad a los niños, los quitan del camino, se meten debajo de las camas, la destrucción es expansiva. Los cadáveres son abandonados en cualquier lugar, la sangre pinta sus rostros, baña sus cuerpos inertes, inmovilizados para siempre. Movimientos estratégicos, cerco policial.
Abren baúles, fundas, bolsas, valijas y encuentran armas, dinero revuelto en fajos gruesos, incontables, interminables. Armas de fuego, cantidades industriales de objetos de uso bélico, arsenales, ametralladoras, pistolas de alta resolución y cañones anchos, minibazukas. La nuca. La boca amarga. ¿Qué hago aquí? Debe ser una estrategia de la gente a la que debo dinero, quieren que pague, pero los esfuerzos son vanos, soy un pobre diablo, un infeliz pobre diablo; estaba en mi casa. O fuera de ella. Supe de inmediato que se trataba de profesionales, de gente curtida en el oficio, conciente de lo que tenía entre manos, en esto no hay nada fortuito, nada se dejó al azar.
Era un matón. En su página negra, su web site personal de trabajos incodificables, lo presentaban como lo mejor de lo mejor. ¿Por qué no me mataron de una vez? ¿Quién soy? ¿Sabes que fue uno de los mejores policías de su tiempo? Cumplía a cabalidad con sus responsabilidades, sin lastres, inmaculado, un verdadero paradigma dentro de la institución. La ambición lo sacó de la fuerza; quería ganar dinero y fortuna, quería ganar dinero y fortuna, quería sacar dinero de su talento, quería recibir dinero por sus habilidades. Ahora vamos al proceso contrario: que los neutrones estén a la inversa de los protones y que la unidad molecular haga contacto con los electrones y el cromosoma X, esta vez el riesgo es necesario.
Siempre fue difícil su vida, esa mutación entre el bien y el mal se registró en el cambio de comportamiento de un policía intachable cuando dio el giro hacia el mundo del crimen. Se convirtió en el germen del cataclismo que lo llevó a la perdición. ¿Es insalvable? ¿Hay alguna esperanza? Me duele la nuca. Me duele el cuello. Me duele la boca. Es la reacción de lo sensitivo. Ahora, entre tantas horas de respirar esta atmósfera irrespirable y contaminada, de esperar impaciente por un cigarrillo para hacer volutas de humo, para disipar la angustia de este calor sofocante y para desviar mi atención de este encierro inexplicable, es que puedo recordar con claridad.
Recordar pero no divulgar. Simplemente decir que hay cosas inconfesables de mi vida que hoy fueron borradas, porque organismos e instancias sin rostro me quieren como proyecto, algo de seguridad nacional. ¿El dolor en la nuca, en el cuello y la sed enfurecida de salir del encierro? No los recuerdo. Ya no los siento. Los pasos se alejan, las voces se han callado y los sudores incontenibles han cesado de repente. Ya no escucharás más el tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tic tic tic tic tic, fueron extirpadas las angustias y saldrás a la calle en tu formato de hombre nuevo que nunca ha echado un coño, ni pronunciado una palabrota y para fines de una mejor vida tampoco recordarás nada de esto. No hubo habitación, aposento-depósito, nunca fuiste un mercenario...eres nuevo.
Ah...también odias el cigarrillo.
Entonces recordaba algo. Abrió los ojos en un intento por hacer más precisiones con la vista; cientos de cajas organizadas de forma rígida, en un desesperante conteo de orden y disciplina. Escuchó pisadas, pasos que llegaban desde la distancia y se incrementaban, tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tac tac tac tac tac, era su reloj. Las manecillas del reloj que irrumpían en el silencio. Tenía ganas de orinar, se levantó como pudo y se escondió entre cartones y lonas presintiendo lo peor. El hecho de desconocer las razones por las que permanecía allí, encerrado en un aposento gigantesco y sin ventilación era algo más que sospechoso. Las preguntas revoloteaban. ¿Por qué me dejaron vivo? ¿Por qué no me mataron de una vez? Se atemorizó, se descontroló y se escondió.
Sentí como si de repente perdiera algo. Quizás el oxígeno para respirar. Me asfixiaba, te asfixiabas, se asfixiaba. No sé si fue mi imaginación febril que le jugaba una broma a los nervios, pero escuché las sonatas de trompetas. Luego alaridos ensordecedores, galope de caballos y gritos desesperados. En medio de su larga espera no resistía las ganas de fumar. Toda su vida había fumado. En ese momento más que en ninguno requería de un Marlboro para calmarse.
Sólo sentía imprecisiones, un revoltillo de imágenes que llegaban de una distancia remota, cargando aires nostálgicos que proactivaron su maquinaria de lágrimas. Los pasos se acercaban, aumentaban, los gritos eran tan cercanos y humanos que herían sus oídos. Escuchaba también un galope de caballo por un lado, la Quinta Sinfonía de Beethoven por el otro, un estallido de disparos y muertes que él, de alguna forma, logró ver en detalle sobre las lonas que lo cubrían. ¿Qué hice? ¿Qué habré hecho? Las luces del depósito, creía al menos que era un depósito, habían subido el nivel de intensidad y penetraban los cartones y las lonas bajo las que se había escondido. Ruidos. Escuchaba ruidos. Voces de mujeres alegres y carcajadas y risas; luego Beethoven. Cuando trato de distenderme un poco para escrutar la situación desde un punto de vista lógico y racional no salgo del asombro. Tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac. Suda. Sudores. Sudores copiosos, su corazón agitado. La respiración agitada y unas diabólicas ganas de fumar. 30 horas. Pero nadie puede soportar tanto tiempo, es imposible, es imposible, es impensable pero no imposible. Sólo debemos asegurarnos de que los protones estén a la inversa de los neutrones y que los electrones no hagan contacto con la unidad celular del cromosoma X para no arriesgarnos a crearle una fisura cerebral.
Entonces llegaron detalles fragmentados de escenas e imágenes en las que aparecía su rostro risueño y maléfico; vestido de gabán con un cigarrillo metido entre los labios, calles mojadas, velocidad, personas, hombres corriendo con desesperación y él que sacaba de algún lugar un arma de fuego sofisticada y corta y disparaba con precisión y mataba. Los hombres caían muertos, ensangrentados, algunos daban vueltas y se arrastraban por el asfalto mojado de alguna bocacalle, él se arreglaba el sombrero y con la calma de Buda se alejaba del lugar. Se veía en el remiendo de luces incoloras de algún apartamento contando dólares, sacos de dólares, bajos fondos; el submundo del crimen, la sedición y los vicios.
Durante todo ese tiempo, 8 años completos, mató más gente que el virus del SIDA y el hambre en Etiopía. En las calles de Nueva York le temían por sus métodos malditos de eliminar los obstáculos. Luces, chirridos. Voces. Escucho que hablan de mí, palpo esa especie de repulsión en sus palabras; no pertenecía a ninguna pandilla ni estaba afiliado a la Mafia, era un mercenario que hacía sus trabajos de limpieza y luego cobraba en efectivo, y mucho, sin intermediarios. Fue un golpe rudo en la nuca que lo sacó de circulación. Necesitamos mayores detalles, no hay estabilidad, su espíritu libra una batalla de garras con la psique. Sólo destellos.
Volvían sobre su cabeza las explosiones, las muertes sangrientas y las exclamaciones de dolor. Tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tic tictictictictictictic. ¿Por qué la captura para dejarme vivo? Se preguntaba, quería fumar. El deseo irrefrenable lo impulsaba a la locura, porque incluso, entre las lonas y los cartones en que se guarecía crecía el fragante aroma de un cigarrillo encendido.
Las voces aumentaban. Alguien sobaba una pistola, lo discernía por el nítido claqueteo metálico, por la precisión dada por el silencio a los ruidos de menor intensidad. Escuchó su nombre. Una voz de mujer derramada en llanto, en dolor. Luego las pisadas, las brisas absurdas que comenzaron a bailotear en ese aposento-depósito donde las flatulencias arrojadas de sus intestinos no se diluían. ¿Por qué me han traído? Debo ser inocente de cualquier acción endilgada por mis secuestradores, supongo que se trata de un secuestro. Ejecutaba a las personas. Era un negocio despiadado que sólo había visto en las películas de Hollywood: el hombre descuartizaba a sus víctimas, las mutilaba y enviaba a sus clientes el dedo pulgar para sacarle las huellas dactilares como prueba de irrebatible cumplimiento del deber. Hay que inyectar mayor cantidad de AC-15, debemos disminuir la conturbación emocional que lo agita.
¿Qué dolencias presenta? ¿Ha variado su capacidad de asimilación de los acontecimientos? No. Sólo el dolor en la nuca. El dolor en el cuello, en la boca y unas ganas exasperantes de fumar. Bien, mientras presente esa perspectiva hay esperanzas. Los sudores me atormentan, siento escalofríos, mis dientes tiritan y una debilidad apremiante me nubla la cordura. Hombres que corren, saltan sobre verjas, rompen escaleras de emergencia, disparan entre sí, insistentemente, disparan entre sí y las cosas explotan y los automóviles se incendian y las mujeres del vecindario apartan con brusquedad a los niños, los quitan del camino, se meten debajo de las camas, la destrucción es expansiva. Los cadáveres son abandonados en cualquier lugar, la sangre pinta sus rostros, baña sus cuerpos inertes, inmovilizados para siempre. Movimientos estratégicos, cerco policial.
Abren baúles, fundas, bolsas, valijas y encuentran armas, dinero revuelto en fajos gruesos, incontables, interminables. Armas de fuego, cantidades industriales de objetos de uso bélico, arsenales, ametralladoras, pistolas de alta resolución y cañones anchos, minibazukas. La nuca. La boca amarga. ¿Qué hago aquí? Debe ser una estrategia de la gente a la que debo dinero, quieren que pague, pero los esfuerzos son vanos, soy un pobre diablo, un infeliz pobre diablo; estaba en mi casa. O fuera de ella. Supe de inmediato que se trataba de profesionales, de gente curtida en el oficio, conciente de lo que tenía entre manos, en esto no hay nada fortuito, nada se dejó al azar.
Era un matón. En su página negra, su web site personal de trabajos incodificables, lo presentaban como lo mejor de lo mejor. ¿Por qué no me mataron de una vez? ¿Quién soy? ¿Sabes que fue uno de los mejores policías de su tiempo? Cumplía a cabalidad con sus responsabilidades, sin lastres, inmaculado, un verdadero paradigma dentro de la institución. La ambición lo sacó de la fuerza; quería ganar dinero y fortuna, quería ganar dinero y fortuna, quería sacar dinero de su talento, quería recibir dinero por sus habilidades. Ahora vamos al proceso contrario: que los neutrones estén a la inversa de los protones y que la unidad molecular haga contacto con los electrones y el cromosoma X, esta vez el riesgo es necesario.
Siempre fue difícil su vida, esa mutación entre el bien y el mal se registró en el cambio de comportamiento de un policía intachable cuando dio el giro hacia el mundo del crimen. Se convirtió en el germen del cataclismo que lo llevó a la perdición. ¿Es insalvable? ¿Hay alguna esperanza? Me duele la nuca. Me duele el cuello. Me duele la boca. Es la reacción de lo sensitivo. Ahora, entre tantas horas de respirar esta atmósfera irrespirable y contaminada, de esperar impaciente por un cigarrillo para hacer volutas de humo, para disipar la angustia de este calor sofocante y para desviar mi atención de este encierro inexplicable, es que puedo recordar con claridad.
Recordar pero no divulgar. Simplemente decir que hay cosas inconfesables de mi vida que hoy fueron borradas, porque organismos e instancias sin rostro me quieren como proyecto, algo de seguridad nacional. ¿El dolor en la nuca, en el cuello y la sed enfurecida de salir del encierro? No los recuerdo. Ya no los siento. Los pasos se alejan, las voces se han callado y los sudores incontenibles han cesado de repente. Ya no escucharás más el tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tic tic tic tic tic, fueron extirpadas las angustias y saldrás a la calle en tu formato de hombre nuevo que nunca ha echado un coño, ni pronunciado una palabrota y para fines de una mejor vida tampoco recordarás nada de esto. No hubo habitación, aposento-depósito, nunca fuiste un mercenario...eres nuevo.
Ah...también odias el cigarrillo.
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