(Fragmento de mi novela inédita)
NÉSTOR MEDRANO
La lluvia de balas fue repentina, concisa y mortal. Dos sujetos penetraron al restaurante, vestidos de civiles, anteojos negros y botas embarradas de lodo. Caminaron y al acercarse a la mesa que ocupaban abrieron fuego. Meléndez fue salvado por unos reflejos a toda prueba que le permitieron maniobrar, expulsando la silla al lanzarse al suelo, resguardándose en el hueco que había entre dos neveras. Hizo varios disparos, pero los sujetos corrieron con una velocidad pasmosa. No recuperó el aliento en mucho tiempo. La cabeza de Baptiste cayó ensangrentada sobre la superficie de la mesa. La agitación entre los estudiantes y los clientes fue dramática: muchas de las chicas que vivieron el momento lloraban temblorosas. En pocos minutos hubo una aparatosa presencia de patrullas policiales, cuyos agentes acordonaron el área y sacaron a la gente que se había amotinado, señalando a Meléndez, comentando que salvó su vida por un pelito, que había llegado junto al infeliz que ahora yacía perforado a balazos. Antes que verse embargado por los nervios, a Rafael Meléndez se le acumuló una rabia minada de impotencia que no lo dejaba respirar. Apretaba los puños hasta el dolor. Su mirada penetrante cortaba. Los agentes se acercaron a él para que ofreciera su versión y los mandó a freír tusas con el culo. Fumaba con una expresión grave y descompuesta.
Asdrúbal Santos, con su porte de desasosiego, fumando como murciélago corrió hacia él. Lo observó con detenimiento, al darse cuenta de que no estaba herido, le recriminó de inmediato.
¿Qué diablos hacías con ese hombre?
Meléndez lo miró con una brasa de odio.
Ese hombre está muerto. Lo ejecutaron, ¿no hay manera de tener otra actitud?
Asdrúbal Santos mostró su rabia, una rabia que podía hacer combustión y tornarse violenta en circunstancias apremiantes. Buscó algo indescifrable en el rostro de Meléndez, y encontró una lámina de impotencia.
Te dije muy bien que olvidaras todo lo relativo al haitiano muerto...es que nunca escuchas, coño.
Francoise. Se llamaba Francoise, pero dudo que no lo sepas. El haitiano muerto en la construcción se llamaba Francoise.
¡Estás suspendido de manera indefinida! Desaparece antes de que quieran indagar qué hacías con este otro haitiano.
Entre el humo del cigarrillo y el enrojecimiento de sus ojos, parecía otra persona. No le importaban los comentarios. Es más, no le interesaba estar al lado de Asdrúbal Santos en esos momentos. El maratón de policías y ahora el maratón de periodistas que esperaba en la calle buscando una versión oficial de los hechos, le impedían procesar la tragedia. Pensar.
¿Por qué matar a Baptiste?
Volvió a hacer uso de su ironía más afilada.
¿Por qué estoy suspendido? ¿Es un delito comer con un amigo haitiano?
Santos se sentó en una silla, próximo a ellos el desorden de policías, los flashes de las cámaras fotográficas, las estampas numeradas de la escena del crimen, el calor sofocante, a poca distancia del cadáver, para calmar a Meléndez le dijo que se había tratado de un ajuste de cuentas. Un pleito particular entre la víctima y un hombre cuya mujer le era infiel.
¿Me dices que este tipo le cogía la mujer a alguien y ese alguien mandó a matarlo. ¡Estupendo! Ese señor era un play boy. ¡Recórcholis!
No quiero verte más. Ve a tu casa. Navega en Internet. Busca mujeres desnudas, mastúrbate sobre ellas, crea un blog, pero vete de aquí. No te inmiscuyas más en esta vaina.
Meléndez rió de buena gana:
¿Un blog? Excelente idea.
Cuando se iba Asdrúbal se sonó la garganta:
¿Me entregas el arma, please?
Mintió para joderle la paciencia:
Me la robaron los tipos antes de largarse.
Se levantó con su parsimonia y su irreverencia habituales y al salir, un enjambre de periodistas lo rodeó; le dispararon mil preguntas, tropezadas, unas encima de otras. Finalmente volteó la cabeza para ver si Asdrúbal Santos lo miraba, se detuvo en actitud de dar una declaración, los periodistas expectantes, lo escucharon decir:
Todos, váyanse a la mierda.
Se abrió paso entre los camarógrafos y fotógrafos, subió a su automóvil y haciendo una seña vulgar con uno de los dedos de su diestra, se perdió entre el tráfico.
Asdrúbal Santos, con su porte de desasosiego, fumando como murciélago corrió hacia él. Lo observó con detenimiento, al darse cuenta de que no estaba herido, le recriminó de inmediato.
¿Qué diablos hacías con ese hombre?
Meléndez lo miró con una brasa de odio.
Ese hombre está muerto. Lo ejecutaron, ¿no hay manera de tener otra actitud?
Asdrúbal Santos mostró su rabia, una rabia que podía hacer combustión y tornarse violenta en circunstancias apremiantes. Buscó algo indescifrable en el rostro de Meléndez, y encontró una lámina de impotencia.
Te dije muy bien que olvidaras todo lo relativo al haitiano muerto...es que nunca escuchas, coño.
Francoise. Se llamaba Francoise, pero dudo que no lo sepas. El haitiano muerto en la construcción se llamaba Francoise.
¡Estás suspendido de manera indefinida! Desaparece antes de que quieran indagar qué hacías con este otro haitiano.
Entre el humo del cigarrillo y el enrojecimiento de sus ojos, parecía otra persona. No le importaban los comentarios. Es más, no le interesaba estar al lado de Asdrúbal Santos en esos momentos. El maratón de policías y ahora el maratón de periodistas que esperaba en la calle buscando una versión oficial de los hechos, le impedían procesar la tragedia. Pensar.
¿Por qué matar a Baptiste?
Volvió a hacer uso de su ironía más afilada.
¿Por qué estoy suspendido? ¿Es un delito comer con un amigo haitiano?
Santos se sentó en una silla, próximo a ellos el desorden de policías, los flashes de las cámaras fotográficas, las estampas numeradas de la escena del crimen, el calor sofocante, a poca distancia del cadáver, para calmar a Meléndez le dijo que se había tratado de un ajuste de cuentas. Un pleito particular entre la víctima y un hombre cuya mujer le era infiel.
¿Me dices que este tipo le cogía la mujer a alguien y ese alguien mandó a matarlo. ¡Estupendo! Ese señor era un play boy. ¡Recórcholis!
No quiero verte más. Ve a tu casa. Navega en Internet. Busca mujeres desnudas, mastúrbate sobre ellas, crea un blog, pero vete de aquí. No te inmiscuyas más en esta vaina.
Meléndez rió de buena gana:
¿Un blog? Excelente idea.
Cuando se iba Asdrúbal se sonó la garganta:
¿Me entregas el arma, please?
Mintió para joderle la paciencia:
Me la robaron los tipos antes de largarse.
Se levantó con su parsimonia y su irreverencia habituales y al salir, un enjambre de periodistas lo rodeó; le dispararon mil preguntas, tropezadas, unas encima de otras. Finalmente volteó la cabeza para ver si Asdrúbal Santos lo miraba, se detuvo en actitud de dar una declaración, los periodistas expectantes, lo escucharon decir:
Todos, váyanse a la mierda.
Se abrió paso entre los camarógrafos y fotógrafos, subió a su automóvil y haciendo una seña vulgar con uno de los dedos de su diestra, se perdió entre el tráfico.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario