Néstor Medrano
(A Karina, eres mi canción)
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer, llegarás con un vestido negro o rojo, ceñido a tu cuerpo. Yo pediré el vino: beberemos despacio, y nos miraremos y si llueve saldremos al balcón y nos dejaremos empapar, embriagados de nosotros mismos. Si hay luna saldremos al balcón y nos bañaremos con su luz; estaremos tan enamorados, tan fascinados de compartir esos minutos, que pediremos una varita mágica a Dios para frenar los latidos del tiempo, y nos levantaremos extenuados, muertos y resucitados, cinco o seis días con sus noches después, de inagotables caricias y besos...
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer te pediré cubrir de rojo intenso tus labios, que untes sobre tu cuello, brazos y muslos una esencia liviana de mujer, un perfume liviano que me exacerbe el olor natural de tu piel y me permita trasladarme en cada caricia a los umbrales de la casa de Dios, el creador de todas las cosas y pecar en sus galerías olímpicas, deslizarnos los dos sobre nuestros cuerpos y hablarnos en el idioma de los besos prohibidos, humectados de las minúsculas sudoraciones de tus instintos, desfallecer en abrazos tiernos y sublimes, perdernos en la furia de nosotros mismos y reencontrarnos en el balcón, en medio de las copas de vino y de la contemplación perfecta de la obra del amor.
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer llegarás con unos zapatos de tacos, enlazados con tres cruces sobre los tobillos, también negros o rojos- según la escogencia del vestido ceñido a tu cuerpo- y, si por alguna de esas rarezas de la vida no llueve ni hace noche de luna, nos quedaremos en el cuarto, con las cortinas amarillas transparentes, el abanico y su trac trac trac trac trac, en baja velocidad y procederemos a enviarnos juntos al viaje sideral del estallido, la risa y el llanto, las lágrimas y las indefinibles sensaciones de plenitud de las caricias mortificantes y dulces, ungidas con crema de guayaba: haremos el amor, con la serenidad suficiente para reconocernos y sabernos entregados al fuego incendiario de los latidos, del correr kilométrico de la sangre, del acoplamiento indescriptible y jamás conocido por los mortales de nuestros cuerpos.
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer será la noche de noches, seremos los dos y uno en las caricias, en los sueños cumplidos, en sabernos juntos y separados, ejes del mundo, labio y rostro, todo...y al fin, seremos felices.
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer te pediré cubrir de rojo intenso tus labios, que untes sobre tu cuello, brazos y muslos una esencia liviana de mujer, un perfume liviano que me exacerbe el olor natural de tu piel y me permita trasladarme en cada caricia a los umbrales de la casa de Dios, el creador de todas las cosas y pecar en sus galerías olímpicas, deslizarnos los dos sobre nuestros cuerpos y hablarnos en el idioma de los besos prohibidos, humectados de las minúsculas sudoraciones de tus instintos, desfallecer en abrazos tiernos y sublimes, perdernos en la furia de nosotros mismos y reencontrarnos en el balcón, en medio de las copas de vino y de la contemplación perfecta de la obra del amor.
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer llegarás con unos zapatos de tacos, enlazados con tres cruces sobre los tobillos, también negros o rojos- según la escogencia del vestido ceñido a tu cuerpo- y, si por alguna de esas rarezas de la vida no llueve ni hace noche de luna, nos quedaremos en el cuarto, con las cortinas amarillas transparentes, el abanico y su trac trac trac trac trac, en baja velocidad y procederemos a enviarnos juntos al viaje sideral del estallido, la risa y el llanto, las lágrimas y las indefinibles sensaciones de plenitud de las caricias mortificantes y dulces, ungidas con crema de guayaba: haremos el amor, con la serenidad suficiente para reconocernos y sabernos entregados al fuego incendiario de los latidos, del correr kilométrico de la sangre, del acoplamiento indescriptible y jamás conocido por los mortales de nuestros cuerpos.
La noche en la que nos amaremos hasta el amanecer será la noche de noches, seremos los dos y uno en las caricias, en los sueños cumplidos, en sabernos juntos y separados, ejes del mundo, labio y rostro, todo...y al fin, seremos felices.
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