19 junio 2007

El hombre se alejó de Dios

En estos días he visto muchas cosas raras. He escuchado muchas cosas raras. He palpado un igual número de cosas raras y de seguir en esta tesitura, estaremos viendo un mundo cada vez más sombrío y menos calado por la humanidad que poco a poco pierden los hombres y las mujeres.

No es gana de joder ni de extralimitarme en desvaríos verborréicos, pero, haciendo una abstracción con carácter seudo científico, puedo partir de lo general a lo particular y en ese caso, el mundo está que arde.

No hay paz en el Medio Oriente, no hay paz en las naciones pacifistas que son, desde cualquier ángulo que se observe guerreristas; y esa sensación térmica y espantosa se ha hecho notar en países como Estados Unidos, que sin ningún tipo de doblez, es una especie de tabla de salvación para los dominicanos que, desde hace décadas mantienen a sus familiares desde allá, porque allá han encontrado las oportunidades que muchas veces en esta patria nuestra, se les ha negado por derecho propio.


Esa precisión es necesaria, porque quiérase o no, Estados Unidos es la gran nación de los emigrantes y contra eso no hay palabras ni ideologías, ni enemiguismos que valgan.
Esa situación de desasosiego se ha vivido en los aeropuertos: nada más y nada menos que el JFK, cuyas instalaciones conocí cuando viajé a Corea del Sur invitado por la embajada, es un monstruo de la cosmovisión de una estructura superdinámica, que nos habla del desarrollo.


Allí ha habido amenazas de acciones terroristas; pero más recientemente un espacio dedicado a los periodistas debió ser evacuado, en las proximidades de la Casa Blanca-Centro del poder moderno del mundo- con todos los reflectores del daño sicológico que eso representa.



Sé, como observador de las conductas sociales más disímiles de esta época, que nuestro mundo no es de un solo color; todos tienen su propio prisma y la cuestión viene a resumirse en un todo de conveniencias: unas cosas son blancas si no hay pérdidas para mí en que sean blancas.

De esa corta y apremiante realidad global de un mundo cada vez más enrarecido por las modas bélicas, los tratamientos estéticos costosísimos y la doble circunstancia de naciones ricas, con muchos ricos y más pobres por millones, llego a mi país: República Dominicana, que no es otra cosa que lo mismo, pero en miniatura. Tenemos un país que es joven en su democracia, con un histórico problema fronterizo que va más allá de la piel, compartimos una isla cuya cultura, tradiciones y lengua son distintas a la nuestra, aunque, seamos descendientes directos y sin culpas de parte esa cultura que desdecimos; la de los africanos.


Nuestra complejidad histórico cultural es bastante complicada, porque ni los haitianos ni los dominicanos nos aceptamos como somos, y allí, por supuesto, todavía no existe una conciencia clara del rol que debe jugar el hombre en libertad plena, pero ese es un capítulo, cuya responsabilidad esencial es de sus dirigentes, de sus clases dominantes y de aquellas minorías que nunca quisieron que el pueblo se liberara de la ignorancia y la sinrazón.


El antagonismo, por supuesto, es histórico. Hay miles de páginas que nos relatan la veracidad del asunto: Nos independizamos de Haití, vaya paradoja, que nos mantuvo desde el 1821 hasta el 1844 bajo la sombra de su mandato férreo y contra Haití se irguieron Juan Pablo Duarte y una serie de hombres a los que no les tembló el pulso para defender su soberanía nacional a sangre y fuego.


Siempre me ha gustado la idea de salir a volar por esos espacios de la imaginación y, en uno de esos recovecos, quizás en el mismo parque donde se sentaron el viejo Borges y el joven Borges, preguntarle al patricio dominicano si valió la pena el esfuerzo. Si valió la pena.

La misma pregunta que le hago a Mayobanex Vargas, la misma pregunta que le hago a Poncio Pou Saleta- dos protagonistas vivos de la Historia dominicana, que desembarcaron el 14 de Junio de 1959 procedentes de Cuba, a suelo dominicano, con el objetivo casi suicida de destronar al tirano sangriento Rafael Leonidas Trujillo: ¿Valió la pena sudar los cojones para que un país quedara libre del oprobio? Y ellos responden que sí. Y que si tuvieran una oportunidad similar en la misma circunstancia, volverían a hacerlo.


También le pregunté al anciano general Antonio Imbert Barrera, uno de los matadores directos de Trujillo, si había valido la pena hacer lo que él y su grupo hicieron, arriesgando el pellejo, no sólo el suyo sino el de sus familiares y me respondió: “Adiós, carajo, claro que valió la pena.Cuando Trujillo había un miedo terrible que nada tenía que ver con el orden ni el respeto, era miedo y ahora, nosotros podemos decir y vocear lo que nos dé nuestra maldita gana”.
Esos héroes todavía están ahí. Y el país por el cual lucharon también. Flagelado por las denuncias de corrupción, de manejos turbios de fondos públicos de parte de gobernantes y representantes del sector privado: la delincuencia es un azote en las calles y los esfuerzos de las autoridades son tan poco efectivos que a veces, no sé ni qué pensar.


A lo mejor la gente dirá que este ensayo ha perdido la perspectiva de su temática, pero no ha sido así. Picaditas, las cosas se entienden mejor. Lo real es que estamos atravesando una realidad transversal y alborotada en la que prima la descomposición social. Lo real es que estamos ante una realidad apabullante, que arrastra un lastre de desazón, ira y frustraciones acezantes. Siempre me ha perturbado este tema, pero creo, que, además de los conflictos meramente heredados por la Historia, hay un componente esencial que tiene el mundo patas arriba: el hombre se ha alejado de Dios.

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.