25 diciembre 2007

Capítulo 1. Había una vez un asilo

Fragmento de mi novela inédita "Hecho de Sombras"




1

Despertó de un sueño mal dormido de media tarde con la boca amarga. Se sentó en la cama esperando que el mundo dejara de girar frente a su cabeza. Después de dormir en la tarde se sentía ofuscado; sin el sentido de la orientación. Antes, dormir en la tarde era cosa de vagos, imbéciles que no medían el valor del tiempo. ¿Quién lo diría? Pensó en escupirse el rostro. Rechazó la idea. Ya estaba bastante asqueado para continuar despoltronando contra sí mismo. Alcanzó los cigarrillos chamuscados en una vieja cajetilla Marlboro y encendió uno con una mano temblorosa que contribuía con su estado de autoconmiseración. Dos, tres, cuatro, las cinco de la tarde. La boca amarga. El sabor ingrato pero viciosamente necesario del cigarillo lo enervaba, lo levantaba, o levantaba su ánimo, o hacía que se soportara con menos odio y menos desidia. Ochenta años recién cumplidos se habían convertido en una pesadilla vaporosa, insufrible. Dispareja. Un hombre solo en medio de sus años y miserias. Enfermo y desconfiado. El último de los inquilinos del Asilo Tropical la Orden de Dios. A pesar de lo que se creía no había nada más crudo para él que el presente. Nadie se atrevió a compartir con él, a darle la mano en los últimos años, a buscarlo abiertamente, porque nadie estaba interesado en posar con un hombre hecho de sombras, de capítulos nublados, un hombre que muchos consideraban el vómito de la historia reciente.

Nadie se atrevió a respaldarlo ni a albergarlo en su casa cuando las cosas se descontrolaron y la gente decidió salir de la vaina que la mantuvo jodida durante décadas. No tuvo la capacidad de ver el futuro. Fumó en silencio. Siempre fumaba. Era un adicto servil a la nicotina. Se desplazó también en silencio hacia un extremo de la habitación, encorvado y con las manos temblorosas y puso a funcionar el tocadiscos. Una canción nostálgica. Nostálgica. Las seis de la tarde.
A esa hora las enfermeras acudían al aposento. María, Juana y Petronila, sus enfermeras asignadas, se turnaban en el día, la tarde y la noche para dispensarle sus cuidados. No les hablaba. Las consideraba unas entrometidas que podían incluso espiarlo y vender la información al mejor postor. Lo creía. Bajo sus temblores y sus resabios constantes el tipo tenía enemigos hasta en el aire. Desconfiaba de todo el mundo. Más que eso: no confiaba en nadie. María lo miró, lo divisó en el extremo más penumbroso de la habitación, en medio de una niebla de humo. Afilando los oídos para escuchar aquella canción que de tan antigua había perdido el color de su poesía.
Entró a la habitación en silencio. Tratando de incomodar lo menos posible al anciano que se ocultaba para no ensuciarse con el calor humano que emanaba la mujer. Ellas, María, Juana y Petronila, habían intentado ser agradables, serviciales y amables, porque a decir verdad, un viejito siempre nos recuerda a nuestro padre, o al abuelo, pero vaya con éste, un cascarrabias puro, puro mal genio. ¿Hay abuelos y padres tan cascarrabias y antisociales como ese anciano del cuarto 14?, se preguntaba María.
Lo veía de soslayo y contemplaba a un espectro brumoso detrás de un cigarrillo que miraba con pupilas apagadas e intrigantes.

¿Quién lo entendía? Un hombre antisocial, solitario y hosco no encajaba en aquel lugar, donde los ancianitos compartían una vida de frustraciones y abandonos, anestesiados por el dolor colectivo y el olvido de sus familiares. Porque muchos de ellos llegaban de sectores exclusivos de la capital, con una carta de recomendación bajo la manga de alguien que, en la mayoría de los casos resultaba ser un hijo, un nieto o un sobrino, que previa comunicación con la administradora, acordaban las condiciones de estadía y los compromisos futuros de ambas partes.
El viejito del cuarto 14 tenía ese hábito, esa mala costumbre. Lo demostraba en las ocasiones en que debía hacer galas de mayor educación: en las fiestas y comilonas organizadas por el asilo, en las actividades de recreación, en cada cosa resaltaba su malhumor.
-Limítense a hacer su trabajo- les advirtió la administradora a las tres mujeres, la tarde que el viejito cascarrabias sacó el pene descompensado frente a ellas para orinar una tarta helada que las muy intrusas le regalaron con motivo de su cumpleaños.
-Es un hombre extraño- continuó-, algo excéntrico, pero gracias a él se subvenciona el asilo y gracias a él todos tenemos un trabajo que agradecer, y lo último que queremos es que lo saquen y lo lleven a otro lugar.
La mujer escupía al hablar. Se enardecía. Las muchachas pensaban en comprar un paraguas para tenerlo cerca en aquellas ocasiones, la muy babosa no deja de escupir, pensaba Petronila. Loca por hacer pública esa declaración.
- Sólo queríamos agradarle-, se defendía María con ese acento cursi que sacaba del arsenal en momentos especiales.

La administradora, una mujer delgadísima, con rostro varonil y apariencia de bibliotecaria, se quitó los lentes recetados y las miró a las tres:
-Escuchen- masculló- no traten de intimar con él, ni de ganarse su aprecio; evítense sufrimientos, a ese hombre no le interesan las amistades.
María salió pensativa. Un desliz. Haber escuchado involuntariamente, siempre era involuntariamente, no por el chisme ni por amor a inmiscuirse en vainas ajenas, haber escuchado involuntariamente aquella conversación, dio pie al incidente. Una de esas tardes, mientras organizaba la habitación, llegaron unos hombres más jóvenes que maduros, con atuendos de gente de categoría y aunque hablaban susurrando, masticando las frases y simulando las oraciones, ella logró, involuntariamente y por casualidad, por supuesto, escuchar algunas cosas o creer que escuchaba algunas cosas; es decir, destapó los oídos sin disminuir el ritmo de lo que estaba haciendo.
“Mañana es su cumpleaños’’, fue la frase que escuchó, escupida en voz baja, dicha por uno de los hombres al viejito en esa nublada escena de humos, risas y maldiciones.
“Mañana celebraremos su cumpleaños. Es una lástima que no podamos volver, pero le aseguramos que todo saldrá a pedir de boca’’.

El día que llegó al asilo hubo mucho revuelo. La administradora ordenó que pintaran el plantel y que acondicionaran con un fervor casi obsesivo la habitación más amplia, donde horas antes operaban las oficinas. Violó los códigos internos elaborados por un consejo de asesores, que impedían los privilegios particulares, dotando el cuarto 14 con los favores de una suite presidencial.

Su habitación parecía entonces un oasis placentero. Una ducha, una tina de aluminio, un lavabo y un inodoro sin estrenar para el nuevo inquilino. También disponía de otras comodidades como agua caliente, equipo de música con componente estéreo, un televisor de 19 pulgadas y una alfombra esponjosa tendida a lo largo y ancho del aposento. Una cama postopédica y tantos almohadones como se hacía posible para reclinar el cuerpo y descansar la cabeza. Pero las cosas no quedaron ahí; un teléfono privado y una nevera surtida de jugos naturales, leche, queso blanco, almíbar, y otras delicias para satisfacción del anciano de estatura reducida, ojitos minúsculos y nariz de gente fina y perfilada. La envidia del lugar lo constituyó el sillón de leather mullido, donde desde que hizo acto de presencia acompañado de un puñado de hombres vigorosos, se sentaba a blasfemar y maldecir al mundo con sus glorias y penas.
Los jardines cobraron un verdor nunca antes visto; el frente exterior fue adornado con seis palmeras gigantescas, que afirmadas del suelo con tablas clavadas de soporte, anunciaban en un letrero de gran dimensión: Asilo Tropical la Orden de Dios. Ninguno de los viejitos que vivían en el albergue fue notificado de las transformaciones.

A nadie se le ofreció una explicación. La administradora dijo: Los ancianos no piden explicaciones. Sólo les importa que los alimenten, que les den sus medicamentos, y cagar luego de las comidas.
Para culminar con la etapa de remodelación, la administradora realizó una gran fiesta. Allí se desbordaron los ánimos con vinos añejos, comida abundante y música en vivo con un grupo de cámara. Un compendio de viejitos ebrios que mal durmieron por el inusitado hartazgo y la larga espera del nuevo inquilino, que nunca apareció en el festín.

-Es un maldito pedante-,escupió Otto Valencia al percatarse del desplante hecho por el anciano del cuarto 14-. Ni siquiera tuvo la amabilidad de venir a su fiesta de bienvenida.
La administradora hizo una mueca con el rostro. Un mohín de esos característicos de su personalidad de trepadora:
- Sí - admitió-, pero gracias a él no tendremos que quejarnos de necesidades durante mucho tiempo.
Otto Valencia, el presidente del consejo de asesores del Asilo Tropical la Orden de Dios, la miró con ganas de darle una bofetada. Se bebió con el trago de whisky sus intenciones, sonrió y le dijo:
- Tienes toda la razón, como siempre.

La música surgía y resurgía del fondo de la habitación. El anciano, vestido con una bata de estar marrón, a cuadros, calzando unas zapatillas de piel, negras, se servía whisky. Reclinaba la cabeza y escuchaba la melodía de las canciones antiquísimas, evocadoras de un tiempo, su tiempo…un tiempo. Allí estaba, solo.
Se sentía más solo que la una de la tarde, entre las brumas del cuarto apagado y las volutas zigzagueantes del humo del cigarrillo.
Llegaba a cualquier lugar rodeado de hombres celosos, enfoguecidos, locos por protegerlo del universo de enemigos que se gastaba. Los periodistas sudorosos se tropezaban, desesperados por entrevistarlo sobre cualquier tema. Era un hombre de tal importancia que lograr una exclusiva convertía al reportero y a su medio en santos del prestigio nacional periodístico.

Los simios ametrallados de su escolta impedían el acercamiento. Pero valía la pena recibir un puñetazo, un codazo o una bofetada si se alcanzaba el propósito. Lo perseguían. Las mujeres lo respetaban con miedo, odio, amor, rencor y los demás hombres o se rendían a sus pies o lo aborrecían, porque removía pasiones. Era de esos hombres carismáticos, incontrolables; magnéticos. Desfilaba junto al presidente, se reunía con congresistas, mediaba en los conflictos con los empresarios.
Las explosiones. Los gritos. La noche encendida por la balacera y los atentados en los que estuvo a punto hasta de perder las nalgas, de ser borrado de la faz de la tierra. De cruzar a la próxima ciudad sin pagar peaje.
Los hombres de su seguridad hacían un círculo cerrado para protegerlo. Muchos de ellos morían, caían abatidos a tiros al formar una pared de contención e impedir su asesinato. Pero, efectivamente, eran gajes del oficio. Enemigos peligrosos por doquier, gente desquiciada que se resiste a los cambios y a los logros de nuestras ejecutorias. Luego la violencia se incrementaba. La tensión mezclaba la política con el bajo mundo. Desfiles, carnavales, andanzas, oropeles, gloria, poder. La música lo adormecía y él reía con sus vestiduras engalanadas, con las mujeres flotando sobre sus piernas, besuqueándole el rostro, la boca, mordiendo sus orejas…
En los bajos fondos se decía que él era el poder. Gobernaba, llevaba la batuta, conducía las estrategias, el poder detrás del trono. Ni él ni el Presidente lo ratificaron o lo negaron nunca. Era bueno mantener en vilo a la gente. Era saludable la especulación.

Sicario de sicarios. Matón de matones. Liquidador de liquidadores. Gritos. Es un mundo de gritos. De llantos descojonantes, de torturas sangrientas y matanzas. Una lucha de poder y el poder es violencia, desgarro, imposiciones, el poder es él.

El cuarto 14 a oscuras. En los pasillos de la galería los demás ancianos dormitaban o jugaban barajas, o escuchaban algún programa en un rústico radio de transistor. Otros hablaban consigo mismos, se preguntaban cosas; movían los labios, derramaban palabras, se pedían explicaciones y se respondían con naturalidad. María, Juana y Petronila caminaban en silencio, como celadoras de una prisión sin motivos, pasillando, desviando su atención para atender al viejito tal con un ataque de asma, a Pascual con náuseas y vómitos provocados, o a Juan para cambiarle el pañal porque había evacuado una diarrea delgada por quinta vez en el año.
La administradora detenía su magra contextura física frente al ventanal que daba al pasillo central, desde donde asumía el control de la perspectiva visual y vigilaba el más leve movimiento de la tarde. El suyo era un oficio arduo. Lo primero que hacía desde que el mundo se aclaraba con la luz del día era formar a las enfermeras en dos filas frontales y advertirles, sobre las obligaciones de la jornada. El mismo mensaje, las mismas amenazas y el mismo rostro avinagrado y macho que las mujeres soportaban porque necesitaban la limosna que recibían de salario. Después, unas llamadas obligatorias a los familiares de pacientes- así llamaban a los ancianos-, que ella sabía obedecían más a una mofa de la hipocresía que al sentimiento filial que profesaban a voz de cuello.


Aunque pasaban inadvertidos, diez hombres se guarecían en las cinco garitas disfrazadas por los arbustos, tres en el frente y dos en el patio. Ocupantes armados, con equipos sofisticados dispuestos para preservar la integridad física de ese vejete que subsumía el tiempo y la capacidad de respuesta de los antiguos habitantes del asilo.
Mientras atravesaba la ciudad, el periodista fue picado por la curiosidad de la transformación del Asilo Tropical la Orden de Dios. Luego quiso indagar sobre los motivos de la remodelación, con la intención de elaborar un reportaje para la edición dominical del periódico en el que laboraba.
-No te metas en eso- le advirtió su editor- te lo aconsejo.
A pesar de la advertencia, el periodista intentó coordinar una entrevista con la administradora, y ésta, siempre indispuesta a dar la cara, buscó mil excusas para evadirlo y ante la negativa no confesada, optó por el uso de métodos menos convencionales para lograr su propósito. Se disfrazó de pastor evangélico y apareció en el ancianato predicando la palabra de Dios, lanzando advertencias sobre el apocalipsis y la guerra del Armagedón. Su verbo florido, sus palabras incendiarias y su atractivo porte físico, convocaron la atención de los ancianitos que, incrédulos, lo escucharon y aplaudieron hasta el dolor.
Fue ovacionado. Sus palabras fluyeron con un dramatismo electrizante. Los viejitos se murmuraban cosas a los oídos, reían a carcajadas, levantaban las manos y uno de ellos se quitó el sombrero de fieltro que llevaba puesto, hizo una colecta de dinero y entregó al predicador la cantidad recaudada.

En la tarde, la mujer de rostro varonil y cuerpo delgadísimo salió con discreción en su herrumbroso automóvil Chevrolet Impala hacia un destino fuera de agenda. Pensó más de una vez en cambiar de vehículo, soñaba con un Mercedes Benz y, si bien es cierto que el nuevo clima económico del asilo favorecía ese propósito, fijó en su cabeza la idea de que nadie creería que se sacó la lotería y se evidenciaría lo que se trataba de ocultar por todos los medios.
Se detuvo frente a un parque de la calle Veinte Piramidal, una zona residencial donde los niños corrían y jugaban a toda hora, vigilados desde prudente distancia por los padres; la mayoría de las veces la madre, que junto a ellos salía a coger el fresco de la tarde. En ese parque una limosina aguardaba a la administradora. La mujer salió de su monstruo metálico y mirando a un lado y a otro penetró en el vehículo que esperaba con una de sus portezuelas abiertas. Los niños correteaban.Un perrito poodle y un salchicha daban vueltas maromas, corrían, ladraban, mientras, los niños celebraban sus piruetas. Una ambulancia se desplazó como bólido por la avenida, seguida de dos patrullas policiales y dos automóviles negros en fila.
Una trifulca entre dos de los infantes fragmentó la tranquila conversación de las madres, que aceleraron las pisadas para separar a los peleadores revueltos en la arena.
Los perritos continuaban correteando y ladrando y meneando sus rabos como si nada ocurriera.
En el Asilo Tropical la Orden de Dios hasta el viento se detenía cuando la administradora no estaba.


El silencio abrumaba. El reguero de ancianitos dormía o dormitaba o echaba una pavita, al tiempo que María, tan impertinente como siempre, intentaba agradar al viejito del cuarto 14 con un cenicero nuevo; bronceado, que había comprado en el Mercado Modelo de la avenida Mella, usando parte de sus impúdicos recursos económicos.
A las 7:00 de la noche las luces del parque de la calle Veinte Piramidal se lucieron; una claridad de neón fulgurante iluminó el área. La administradora salió de la limosina, abordó su viejo Chevrolet y vomitando un humazo negro por el muffler tomó el camino de regreso.

Néstor Medrano

22 diciembre 2007

EL BUEN DESEO DE JOAQUÍN

Este cuento, publicado por primera vez en la Navidad del 2006, es mi forma de desear a mis lectores unas pascuas felices, de renovación, paz y alegría a todos los dominicanos.
(foto de Leonardo Pérez Bravo)

Cuento de Navidad

Bajas la cabeza y ocultas el rostro para que Joaquín no descubra ese torrente de lágrimas que deja una huella de fuego en tus mejillas. Él ignora que has llorado toda la mañana, desde el amanecer. No tiene porqué saber. El dolor es uno y él, con sus siete años de edad, tampoco entenderá mucho de las razones que tienen los adultos para llorar. Has llorado, llorarás, porque palpas en carne propia lo difícil que ha sido sobrevivir como madre soltera, pobre y sin esperanza, en ese pueblo donde la brisa sopla un polvazo caliente y la lluvia, ni siquiera aparece de vez en cuando.Has padecido hambre en la piel y el estómago y estás a punto de colapsar. El niño, con sus ojazos negros grandes pasa por tu lado quitado de bulla, porque los niños nunca saben de pobreza y de riqueza, ellos viven, juegan con sus amiguitos, aunque sientan esos gruñidos en sus estómagos, que a veces braman, vacíos.De repente se detiene. Los niños pueden ser inocentes pero observadores, y según has notado, es un niño observador, observador y curioso. Camina en círculos, imitando los sonidos de los autos que compiten en carreras y acelera, corretea, disminuye, se detiene en seco. Te mira y tú tratas de mirarlo, pero no puedes porque te hiere la tristeza. Él se coloca a tu lado, presiente tu dolor, porque tu dolor está regado en esas cuatro paredes descascaradas de la pieza en la que vives con más penurias que risas y risas.Mirándolo a él también miras los dos panes duros que esperan a ser devorados sobre la mesa, y el plato de ensalada de mangos verdes que has preparado con algo de aceite de oliva, porque, por lo menos le darás algo similar, remotamente, a una ensalada.Bien lo decía doña Anastasia, esa anciana enclavijada y huesuda que era tu madre: “no te aloques, muchacha, no andes por el mundo entregándote a cualquier hombre, busca responsabilidad, que los gusticos de cama, después duelen”. Pero tú, naturalmente, eras joven, con ganas y deseos de vivir, no querías estar en la vaina esa de la estudiadera, perdiendo tiempo metida en un liceo, si podías buscar un macho que te mudara y mantuviera.Doña Anastasia no podía contigo. Tu padre menos. El viejo don José, curtido con el tizne de la experiencia, vivía escrutándote, analizándote. Se desarrollaba tu cuerpo. Tus senos se inflaban y se hacían protuberantes, tus caderas daban a tu cuerpo características de mujer golosa y apetecida, era algo en tu comportamiento: “esa muchacha está viviendo con un hombre”, le dijo una vez, de manera cortante a tu madre.Cuando saliste embarazada no hubo forma de contenerlo:-¡Se va de mi casa, carajo!Doña Anastasia, con algo de esa sensibilidad desempolvada de madre, intentó intervenir:-No puedes echarla, ¿de qué vivirá?-Que busque al vago que le aventó la barriga y la mude.Ya no hay vuelta atrás y Joaquín está ahí, a tu lado, llenando esos espacios desolados con su risa de niño avispado. Que te mira. Quiere decir algo; algo y si fijas bien tus pupilas en las suyas te darás cuenta de que quiere decir algo coherente. Es el temor. Te embriaga el temor ahora: ¿y si pregunta algo para lo cual no estás preparada? ¿Si hace alguna de esas preguntas fundamentales, qué le dirás? No le dirás que su padre es un tecatico de Ciudad Nueva, que cuando supo del embarazo huyó a la tierra de sus tíos en Dajabón y se escondió entre los montes, y nunca quiso saber nada de él, de ti. Realmente no estás preparada para responderle. Sólo lo retratas con tu mirada y ves ese rostro de ángel, tan parecido a tu padre que es su abuelo y que nunca quiso saber nada, para no involucrarse, tampoco quiso que visitaras a tu madre, doña Anastasia estaba muy enferma y “ tu no me la matarás, maldita”.Aunque lo has intentado no has logrado aligerar la carga. ¿Qué puede hacer una mujer que no sabe hacer nada, que no sea planchar, lavar o fregar en alguna casa de familia? Ya no hay manera de devolver la cinta. De hacer un stop a esa historia triste que cuentas sin mover los labios, esa historia triste que tu hijo está a punto de descubrir, porque se ha colocado a tu lado, con su pantaloncito corto marrón y su camisita de cuadros azules, obsequio de alguien que hoy no recuerdas y temes que abra la boca y haga una pregunta reveladora sobre tus padres, sobre sus abuelos, sobre su familia.Joaquín vuelve a hacer con la boca un ruido de motor Yamaha, antes de acelerar y correr alborotado por toda la pieza. Los demás niños juegan frente a sus casas, también corren, sus madres han comprado algunos pollos para asar, otras guisan espaguetis y preparan arroz blanco, porque sus maridos han utilizado la poca ganancia de las chiripas del día, junto a otros ahorritos, para cenar en esa noche especial.“Tanto que te lo dije, no jodas en la calle para que no sufras, muchacha”, le escribió doña Anastasia hace dos días, cuando le mandó un sobre con veinte pesos para que se ayudara en esos días festivos.Tu padre no quiere saber nada. De noche se sienta en la entrada de la casa, bebe ron a pico de botella y te maldice, “esa vagabunda del diablo, no sirvió para nada”, dice cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo.Ya no puedes ocultar más el llanto. Has desfigurado el cartón azul que llevaba impresa la imagen de la virgen de La Altagracia de tanto acariciarla y tu niño ha visto fijamente esas mejillas ardidas, con el fuego de las lágrimas, porque hoy es un día especial y no tienes lo más mínimo para brindarle, más que esos dos panes duros que amenazan sobre la mesa.Las mujeres de los alrededores lavan sus casas, echan agua a sus plantas y reciben a sus maridos que se sientan en las salitas a echarse los tragos, a descansar y hueles la brisa, una brisa caliente que hoy ha variado ligeramente y tú te abrumas y lloras. Entonces, él, Joaquín, el hijo de tus entrañas, se acerca y por fin, mira hacia todos los rincones y suelta lo que tanto ha querido decirte:-Feliz Navidad, mami


Néstor Medrano

17 diciembre 2007

Huellas de agua

Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas, el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas, hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos y tu boca que tiene la sonrisa del agua. .. Poema 19: 2o Poemas de amor y una canción desesperada (Pablo Neruda)

Volví sobre mis pasos esa misma noche. Había residuos de lluvia en los adoquines de la calle El Conde, y las huellas huidizas de tus pisadas se habían borrado con la misma lluvia que todo lo envolvía en su aura de nostalgias, chasquidos y pasos acelerados de gente que prefería guarecerse a hacerme compañía bajo el chaparrón.


No me quedó más alternativa que sacar la cajetilla de cigarrillos Marlboro e intentar fumar, pero, estaba chamuscada y los fósforos inservibles. Ese pequeño desastre estimuló mis instintos y la ansiedad me hizo correr, correr, hasta llegar al punto donde siempre llegábamos en aquellos tiempos, cuando todavía éramos apenas dos ramas de un mismo árbol, o letras de una misma sílaba, que nos moríamos y nos vivíamos, nos compenetrábamos y nos olvidábamos de que a nuestro alrededor, existían otras personas.



Pero ese punto, al parecer había desaparecido, lo había borrado la lluvia o el sol antes de existir la lluvia, o tú misma con esa negativa permanente a quererte hasta el infinito y dejarme quererte a ti hasta el infinito o que me quisieras hasta el infinito y nos quisiéramos ambos hasta el infinito, hasta reducirnos al fruto de uno, despejarnos hasta que no existieran los cuerpos y que sólo quedara en la cama el resto seminal de nuestra huella marcada de...humedad.


Caminé empapado. La mirada caminaba sobre las paredes amarillentas de las antiguas casonas de Las Damas; los colmados abiertos, el tigueraje en su rutina de ron y dominó y de algún lugar desguarnecido el reguetón rompía los espacios de una armonía perdida, que, caso extraño, también sonaba bien, porque traía recuerdos, recuerdos verdes y azules mezclados con tu sonrisa, con un t-shirt que se ceñía a tu cuerpo y dibujaba de manera perfecta esos senos que, personalmente Dios había colocado sobre tu pecho para hacerlos la fruta perpetua de algún bendecido que, quizá, alguna vez pude haber sido yo o fui yo o lo seré, porque en este plano todos los posibles se confunden y se hacen verdades y mentiras, mentiras y verdades que ambos, los dos desconocemos o desconocíamos y que, ahora me instiga la soledad a seguir corriendo, persiguiendo tu olor en estas viejas calles tantas veces desandadas, recorridas y descorridas; plazas, moteles, lugares conocidos y por conocer, el daiquiri a medianoche el cigarrillo en nuestros labios, el humo en nuestras bocas y nuestras lenguas atascadas en esa danza del amor que... aún no sabemos si está por nacer o... si murió.


Me detuve de repente. Nuevamente me disfrazaba de lluvia, paralizado como estatua, diluyéndome entre la línea de luces de neón recién encendidas y en el aroma de tu cuerpo desnudo que gravitaba en todas partes. Cerré los ojos y recuperé mi mirada y mi quietud, porque las había perdido, también la serenidad, la poca emoción de saberme solo en el constante bullicio de una ciudad aspirante perpetua a metrópoli, con sus miserias, sus humedales de discordia, sus tarantines y sus fritangas, sus tapones malditos y endiablados. Me detuve a pensar en ti, en todo lo que eres, todo lo que eras, todo lo que serás, todo lo que es tu sonrisa, todo lo que es tu pelo, todo lo que es tu mirada; todo lo que será tu sonrisa, todo lo que será tu mirada, cuando esa misma distancia nos duela a los dos...por tantas cosas. Mientras, en el colmado, mirando de reojo al tigueraje, encendí un cigarrillo recién adquirido.



Néstor Medrano

09 diciembre 2007

Nostalgia al humo de cigarrillo


Hoy a las cinco de la tarde encendí un cigarrillo y dejé que la mirada de mis ojos se marchara por las paredes históricas de la Ciudad Colonial, traspasara las paredes del Alcázar de Colón y volviera por el camino de la explanada donde algún día quise que pisáramos juntos, compartiendo quizá, un nosotros, para luego ir, desde allí, hasta el lugar común donde se juntan los cuerpos. ¿Qué hacer previamente en el lugar común donde se juntan los cuerpos que no sea descifrar los códigos azules y humedecidos de la pasión arremolinada entre sábanas blancas? ¿Cómo no desear sujetar tu mano delgada y correr junto a ti, como cuando yo era delgado y me portaba como un tipo desentendido y sin perturbaciones? Correr. Marcar nuestros pasos, tumbarnos en la yerba que recién crece sobre la acera de adoquines de cualquier sitio de la ciudad intramuros, para invadirnos de nostalgias y recordarnos a los dos, como éramos en aquellos tiempos de labios febriles y lenguas amarradas entre cantos lascivos de guitarras desentonadas de armonías físicas, roce de cuerpos, gotas de néctar de una transpiración que nos conducía al infinito de la locura o de la cordura sin fundamento; horizonte de línea amarilla mojada por el sol, o los tibios rayos de luna que se deslizaban por tu ombligo y tu vientre desnudo, como el resto de tu cuerpo, que me hacía temblar de emoción, que me hacía soñar que había muerto y renacía entre los vulgares pero humanos y divinos humores sexuales de esos cuerpos que eran nuestros y míos y tuyos, porque éramos mutuos de amor y consentimiento.
Y al apagar el cigarrillo y verme a punto de tomar el último trago de cerveza que se agita en una botella verde, que refleja un proyecto mortecino de rayo de sol, bajo la cabeza para ver caer esa lágrima que sobre su cuerpo acuoso lleva su nombre, regresan aquellos años. Todo es tu sonrisa y tu pelo negro que se esparcía sobre mi rostro con esta misma brisa navideña; esta brisa navideña que disfrutábamos, que nos torturaba, que nos hacía recogernos en nosotros mismos en un abrazo con fuerza y con advertencia de transformación inicua en acto de amor hasta el amanecer. Esa brisa navideña que nos alborotaba, que nos llevaba por delante hasta la llegada de la noche desnuda en los bancos del parque Independencia y de allí al infinito, donde gemías como mujer de ébano y me ayudabas a morir y nacer... en cada caricia.
Néstor Medrano

05 diciembre 2007

Pedro Mir; Poesía en luces de arco iris


Hay
un país en el mundo
colocado
en el mismo trayecto del sol
oriundo de la noche.
Colocado
en un inverosímil archipiélago
de azúcar y de alcohol

Hay un universo de signos, ritmos y huellas que identifican a un determinado autor con su obra, que lo señalan directamente, y es que, en el caso de la poesía, una de sus dificultades fundamentales es el manejo de la técnica. Es por eso que hablar de poesía en República Dominicana siempre será tarea ardua y sin embargo gratificante, sobre todo cuando el poeta se vincula tanto a su creación que puede convertirse en el protagonista del tono, que es el caso de Pedro Mir. El Poeta Nacional. Este tono se relaciona no solo con el manejo técnico de sus versos sino con la temática de creaciones fundamentales como “Hay un país en el mundo”.
El mismo Juan Bosch, uno de los cuentistas y narradores mejor dotados de las letras hispanoamericanas del siglo veinte, que legó una teoría sobre el arte de escribir cuentos, como lo hicieron Julio Cortázar y Horacio Quiroga, consideró a Mir “El poeta social dominicano”, al descubrir que en sus obras, sobre todo en Hay un país en el mundo, “la preocupación social del poeta, no es una máscara con la cual sale por esos mundos a estrenar una moda”. Pedro Mir, a quien el Congreso Nacional declaró Poeta Nacional en 1984, había nacido el 3 de junio de 1913, en San Pedro de Macorís y su padre, un cubano con su mismo nombre, trabajaba en un central azucarero, donde según el propio Bosch “ hay que buscar la razón de la poesía social de Hay un país en el mundo”. Ese universo de ritmos, signos y huellas, al que se hacía referencia en la introducción de este trabajo, y el manejo de la técnica, describen a Pedro Mir, ya no sólo en textos como su máxima creación Hay un país..., sino en otras producciones de profundo arraigo entre la palabra y el ritmo, como ocurre en su El Huracán Neruda, y la también rítmica solvencia de la evocación, cuando escribe Contracanto a Walt Whitman.
Se trata, como bien explica Bosch, de un poeta que llevaba en el alma una carga emocional que brotaba de la situación de su pueblo.
En su obra esencial, Hay un país en el mundo, publicada por primera vez en la Habana, Cuba, en 1949, aparecen el central azucarero, el trabajo y la explotación de los hombres en los bateyes y un micromundo de injusticias mezcladas con el sudor, el azúcar y el alcohol.
“Nuestros campos de gloria repiten
son del ingenio
en la sombra del ancla persisten
son del ingenio
y las leyes calladas y tristes
son del ingenio...”

País inverosímil
donde la tierra brota
y se derrama y cruje como una vena rota...
En tan solo esos versos subyacen las huellas y el tono de una poesía en que la voz es un tono rítmico y el tema una muestra de la honda sensibilidad que inunda al vate petromacorisano. A Pedro Mir le llovía la admiración por el nicaragüense Rubén Darío, de quien dijo admiraba la cadencia rítmica de sus creaciones. Es por ello que algunos han encontrado muchas semejanzas entre fragmentos de Hay un país en el mundo y trozos de la obra de Darío, a nivel rítmico. Mir publica sus primeros versos el 19 de diciembre de 1913 en la página del Listín Diario, que fueron tres poemas: A la carta que no ha de venir, Catorce versos y Abulia. En su poema El Huracán Neruda se recoge su admiración por el Nobel chileno, que es un canto a su obra y a la propia coyuntura histórica que lo rodeaba.
“Y esto nos explica la situación Neruda.
Dicen que Salvador Allende era de color de rosa con algunas
tonalidades aborígenes y suaves matices amarillos sobre
ondulaciones negras...”.Pedro Mir no solo fue poeta. Fue un gran narrador , ensayista, periodista, abogado. Graduado y docente de la Universidad de Santo Domingo, que debió salir del país por razones políticas, estamos hablando de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo



Néstor Medrano

03 diciembre 2007

Porque te llevo en las entrañas


Sí. Eres mi confusión

Hay muchas palabras. Quizás, pocas. No sé. No sé si las palabras pueden conducirme a ti, porque te muestras difícil, soberbia y difícil. Hermosa. Surgen las preguntas y las respuestas y me dices: es confusión lo tuyo. Sólo confusión. Puede ser confusión amarte desde que despierto hasta la última gota del día. Puede ser confusión si me pregunto por ese perfume que me embriaga a cada instante, que viene con la brisa navideña y se cuela por toda mi piel; es el olor de tu piel que imagino de mujer en carne viva, con pasiones contenidas, con la sangre en constante ebullición, con los poros suspirando ardores de amores todavía no experimentados. Es tu piel con la que quisiera cubrir mi piel; son tus labios, con los cuales quisiera confundir los míos, bañar tu sonrisa con la mía, hundir tu cuerpo con el mío. Es confusión me dices. Y te sueño como si fueras esa experiencia vital que esperaba, esa parte que me inyectará las energías y los bríos que ya estaban guardados en algún lugar de la soledad, de esta soledad que, a pesar de mis bullicios y mi risas sonoras, siempre me rodea. Hay muchas palabras para definir esto que siento: incontrolable. Lo preciso, en este momento es que quiero quererte y en el fondo dejar de amarte; porque amarte es abandonarme a la deriva, dejarme solo conmigo mismo y tu indiferencia de mujer bella, diabólicamente bella, con el poder en las manos para decidir sobre mí. Puedes hacerlo y confirmarlo. Nadie más importante que tú en estas horas; fuera de todo mi entorno normal y rutinario, mis cosas cotidianas, mis costumbres de hombre encerrado en mí mismo y en dos o tres amigos casi inclasificables. Nadie más importante que tu sonrisa, nadie más importante que tu boca; nadie más importante que tu origen y tu fin, que tu procedencia y tu rasgo femenino, que tu propia debilidad de mujer infinita. ¿No sabes que al despertar en las madrugadas me motiva el hecho de verte en los próximos minutos? ¿Ignoras que me acuesto con tu sonrisa fija entre ceja y ceja, como si la hubieses pintado con un beso de tus labios? Eso para mí es el amor. Un amor de una vía. Pero amor al fin y al cabo; hacerlo de dos, depende, de ti.


Néstor Medrano

24 noviembre 2007

Triángulo de tres

Fragmento de mi novela inédita

Lo que puedo decir es que me marcho lejos, Rosina. Ni un minuto más seguiré soportando esta situación que es dañina, muy perjudicial para todos. No estoy conforme y creo que nunca lo estaré; no lo estaremos. Tú, ustedes dirán que es incomprensible, sin lógica, pues, y se preguntarán si los años, los meses, las semanas, si el tiempo no cuenta.
Pero no es eso. Ni los años, los meses, las semanas, tienen nada que ver. Es un problema del entorno. De esta maldita sociedad que todo lo asume con hipocresía: repleta de prejuicios, inconsciente e irrespetuosa de la intimidad de los demás. ¿Por qué hurgar en la vida ajena y mantener esas expectativas insanas? De todas maneras, Rosina, hay cosas que jamás olvidaré. A ti, por ejemplo, te recordaré por los perfumes, la diversidad de perfumes y de aromas con que te rociabas el cuerpo desde que amanecía.
Esa sonrisa que es tan tuya, y que cuando se convierte en risotada puede hasta enloquecer al otro y contagiarlo de tu propia alegría. Recuerda mi dirección electrónica, mis tres correos. Espero recibir los mails dos y tres veces al día.
Sé que no tienes computadora, pero el centro de internet de la esquina es barato, 30 pesos la hora, por lo que es difícil que la distancia pueda convertir en hielo nuestra relación. Sabes que odio estas vainas de las despedidas y por eso te escribí esta carta: ¡ tampoco me gusta escribir!
Es la edad. Ya sobre los treinta se comienza a madurar: las cosas son vistas con un criterio distinto y a veces nos sorprende un período de crisis. A nosotras nunca dejará de enloquecernos una buena noche en el Malecón, bebiendo los tragos largos de cerveza fría, mientras se baila un buen merengue o una buena salsa.
Esta parte me llena de nostalgia, Rosina. Eras loca con los rumbones y con esas noches que nos dábamos con los muchachos. Cuando decidí marcharme me dije que lo haría en silencio y sin dolor; a puro silencio, sin decirle a nadie, pero es obvio que me asaltaría un mal de conciencia si no me despedía de ti, Rosina, mi única amiga. Y te lo digo: no es fácil despedirse aunque sea de lejos. Voy a quedar en la más perfecta o imperfecta soledad del tiempo y del espacio. Borraré un pedacito de este ahora que en pocos días será pasado. A los muchachos, sobre todo a él, diles que ni te imaginas mi paradero; además, para evitarte compromisos, tampoco te diré mi rumbo.
Chao.


1
La carta era así, con su tono alocado y sin firma. Parecía el texto de alguien que jugaba una broma pesada. Cuando la encontré no dudé en abrir el sobre: “para Rosina”, decía, escrita con un viejo y barato bolígrafo Paper Mate azul, que dejó dos o tres manchas de tinta regadas en la cabecera del papel del cuaderno en el que anotaba sus cosas. Desde las compras en la tienda de comestibles, hasta sus más íntimas reflexiones. Busqué en todas partes, por lo menos su nuevo e-mail, ya lo había cambiado quince veces y, como que el culo de una anciana es canoso, debía tener dos, tres nuevas direcciones electrónicas: hotmail, yahoo, gmail, quién sabe cuáles más.
Busqué en todas partes porque necesitaba comunicarme, decirle que las decisiones no pueden ser tan apresuradas y que en toda relación hay etapas de crisis, de disfunciones, de mierdería sensibleras y otras perogrulladas más. Estoy seguro que lo lamentará. Es inexperta, no conoce del mundo más que aquellas cosas que le hemos enseñado los chicos y yo, nuestra cofradía, que es su cofradía y su propia amiga, Rosina.
Lo dejó todo: los dos perfumes Paloma Picasso, sus zapatos de Gucci e incluso la caja de cigarrillos Marlboro sin abrir que compramos anoche en el Hard Rock Café del parque Colón.
Imaginé su imagen: la desesperación viva que debía sentir para agarrar sus cosas y largarse de forma sorpresiva.
“Lo que puedo decir es que me marcho lejos, Rosina, ni un momento más seguiré soportando esta situación que es dañina, muy perjudicial para todos”. No entiendo a qué se refería con esas palabras. ¿Qué situación es dañina? Me senté en uno de los bordes de la cama, Rosina no tardaría en llegar de una de sus insospechadas diligencias. Era tan perversa que no guardaba las formas; sabía con exactitud que yo vendría por aquí y me guardó la carta, a propósito, con el único fin de hacerme ver que era un desgraciado. Un maldito sin remedio, capaz de provocar dolor intenso en segundos y terceros con mis acciones desmedidas. Pero esta vez no hice nada. Se marchó, porque, quizás, no soportó que la gente hiciera de juez y nos juzgara, que ella viviera conmigo sin estar casados, que nos reuniéramos a cualquier hora con los chicos y armáramos un bonche, una fiesta sin término de jueves en jueves, o que cantáramos desnudos bajo la lluvia, cuando los tragos nos alfombraban el espíritu. Quizás se cansó de esperar que la gente tuviera mente abierta en estos tiempos; porque el ser humano debe tener mente abierta para poder vivir en esta revolucióndiaria y cibernética, en estas ciudades que nos quitan la calma como rodillos y la gente no entendía que nosotros habíamos escogido el estilo de vida que más nos convenía.
¿Por qué hurgar en la vida ajena y mantener esas expectativas insanas?, se pregunta, casi filosóficamente, en la carta dirigida a Rosina.
No pude enterarme. Al parecer, no quería que me enterara. Es lo inexplicable, pero también es un proceso imperceptible, porque muy despacio noté un enfriamiento de nuestras relaciones. Asumo la responsabilidad: utilizo el cliché del trabajo, la atmósfera de los negocios y ese mundo exigente que cada día quiere más y más tiempo hasta robarnos la vida y el tiempo de los demás.
No lo dice en parte la carta dejada a Rosina, pero uno puede imaginarlo. Algo extraño: nunca me reclamaba y yo seguía como si nada. Quizás fue la falta de atención. La computadora, los archivos, los cidís y la oficina- además del café espeso y rancio-, lo han sustituido. La gente vivía de metiche, murmurando y murmurando; el tipo llega tardísimo en la madrugada, o tempranísimo en la madrugada y vuelve y se marcha en las primeras horas de la mañana. Además, no le pone seriedad a las cosas. Sale en pantalones bermudas y franelas deshilachada un lunes en la noche; se aparece en el supermercado junto a los amigos desaliñados y pecosos, que parecen drogadictos, porque fuman y beben cerveza como si se tratara de un rito de acercamiento a Dios, o quién sabe qué cosa. Que cuando viene a ver son hasta maricones y esas dos, incluían a Rosina en sus diatribas, son dos locas a las que ponen a hacer cositas malas y prohibiditas.
Y eso es todos los días. Esa mujer es joven y la piel de las mujeres jóvenes grita, clama por un buen polvazo; la piel de las mujeres se encandila, arde. Es injusto que no haya quien las atienda cada momento.
-Aquí estás-, dice Rosina, que llega con esa cabellera lloviendo sobre sus hombros y los labios carnosos, rojos y apetecibles, que llaman, dicen, ven, muérdeme macho, muérdeme joder. No puedo más que mirarla con duda y escepticismo. Puede ser, quizás, nadie sabe, una jugada maestra de ambas, para sacarme de la rígida cordura que me he impuesto durante todos estos años.
-Ni lo pienses siquiera- dice Rosina adivinando mis pensamientos, que al estar a su lado se tornan pecaminosos,-no tengo nada que ver con esa decisión.
Antes de levantarme del borde de la cama, lanzo la carta sobre la mesita de noche y me doy ánimo para encender un cigarrillo.
Ella es una mujer fuerte, voluntariosa y decidida, me acerca el fuego con su encendedor de muestra, metálico y me acorrala con una sonrisa suspicaz:
-Déjala ir-recomienda-, ni siquiera te menciona en la carta...
-No menciona a nadie...
-Sí, menciona situaciones, menciona circunstancias, incluso habla de sociedad de hipócritas.
No concibo esta situación. Rosina me provoca, me insta a pensar en las circunstancias:
-Todo está frente a tus narices-remata.
Entonces salgo apresurado de esa habitación. De la casa. Subo mi automóvil Mitsubishi Lancer y me desplazo sobre el lomo de la ciudad agujereada por la noche. No sé cómo se me ocurrió ir a la casa de Rosina; su mordacidad es mortal por naturaleza, no dice las cosas, pero las insinúa: “pone a trabajar las neuronas”.
-¿Por qué te interesas ahora si la tuviste cerca todos estos años?- me pregunta, más maldita que nunca, a través del teléfono móvil, cinco minutos después de salir enfogonado de su casa.
-Porque sí. Sin más explicaciones.
Conduje toda la noche. Los muchachos seguro ignoraban la novedad y quise decírselos, como nos decíamos todo siempre o la mayor parte de las veces, sin anestesia y con estilo directo. Llamé a Joaquín, a Renaldo y a Frank Félix y les pedí reunirnos en el Malecón, preferiblemente frente al hotel Hilton, que es una zona más discreta y menos bulliciosa en estos días. Son las diez de la noche de un viernes y no les importará conversar dos o tres horas, mientras bajamos el diálogo con un par de cervezas. Todos somos amigos; una gran cofradía desde los tiempos de la secundaria, la escuela de artes, los inventos, los experimentos ilícitos de todo tipo; a nadie le caerá el mundo encima por admitir que entre fiesta y fiesta también nos dábamos nuestros tabaquitos prohibidos. También son sus amigos: lo mismo de Rosina. Pero, en este momento prefiero no convocarla, porque noté una implacable llovizna de recriminación; tal vez sólo lo imaginé, porque entre nosotros existe una historia, pero noté que estaba como están las mujeres en sus períodos de luna llena. Es mejor hablar con los chicos. Ellos llegaron juntos en la antiquísima Van Ford Aerostar de Frank Félix, con el mismo desparpajo de siempre, desaliñados, con jeans gastados y polohirts recién comprados de Metallica y de AC-DC. No cambiaban, eran los mismos adolescentes, claro, ahora sobre los treinta y cuatro años, pero en esencia los mismos jevitos riquitos que nunca cambiaron ni cambiarían.
Nos saludamos con un cómo estás sereno, pero admonitorio de que algo “poco común” ha sucedido en nuestro círculo.
-Josefina se fue-, anuncié de golpe, cortando la respiración por tres minutos. Frank Félix terminó de consumir la última gota de una birra Presidente y mantuvo la vista en Joaquín y Renaldo, como preguntándose: “¿qué fue lo que dijo?”.
-¿Qué dijiste?-pregunta Joaquín, con ese rostro redondo y engrasado por el barro de la adolescencia que permaneció para siempre en su cara. No era que les interesara “el incidente” de una ruptura entre una mujer de trayectoria lunática y un hombre a quien nunca le importó nadie más que él mismo por encima de Dios y de todas las cosas, lo que les importaba, pero más que eso los impactaba, era saber que Josefina tenía la suficiente energía para zafarse de un tipo que sólo la tenía para echarle uno o dos polvos al mes y que lo hiciera sin mayores traumas.
-Que se marchó Josefina-vuelvo a decir. Yo mismo estoy enterado de que lo que busco es, probablemente, la complicidad de la comprensión liberadora, la exculpación de todos los pecados, para no sentirme culpable.
Necesito hacerles ver que no entiendo un pepino las razones de su partida. Nadie más que ellos puede iluminarme.
-Y Rosina, ¿qué te dijo?-. Pregunta inteligente de Frank Félix. Cuando se habla de Josefina en nuestro grupo, también debe hablarse de Rosina y viceversa; porque son como causa y efecto efecto y causa de un mismo argumento. Ellas dos iban más allá de nosotros, lo que si se analiza, resulta hasta lógico, porque son mujeres y entre mujeres existen ciertos códigos, complicidades que a nadie más atañe.
Rosina y Josefina son tan amigas que de inmediato supe: cuando quiera aparecer, o que la ubiquemos, será a través de ella.
-Le dejó una carta-revelé-. Una carta estúpida en la que le dice que se marcha porque no soporta más la situación dañina y perjudicial para todos; pero no entiendo.
Renaldo bebe un trago larguísimo de su cerveza, enciende un cigarrillo y dice, quizás con la creencia de dar en el clavo.
-Ya no te quería, macho. Por eso decidió cortar de raíz y dolorosamente. Yo que tú no le doy más mente al asunto.
-Sí- interrumpe Frank Félix,-pero esas cosas así. Usted no puede actuar como una loca vieja. Había una relación de años, muchos años y de buenas a primeras se larga, coño, hay que tener unos ovarios de piedra.
-Lo peor de todo es que me dejó en el aire; no hubo una explicación y lo único que se acerca a eso es la carta alocada que dejó a Rosina.
Joaquín bosteza como un loco después de la noche, con hambre, sueño y cansancio, se une al criterio de Renaldo.
-No es por joder la vaina-dice- pero si ella lo quiso así, no veo la manera de revertir las cosas. Olvidémosla y que sea feliz por esos caminos de la vida.
El silencio siempre es oportuno. Nadie habla. Todos beben en son de abulia, nostalgia o tristeza. Del fondo de un automóvil, con las portezuelas abiertas, se escucha a Luis Miguel: “usted es la culpable de todas mis angustias, de todos mis quebrantos...”. El hombre y la mujer, sentados en uno de los bancos de cemento se trastornan a besos, besos pornográficos, con lenguas mojadas y griticos estimulados:
-Para otros la vida sigue adelante-, comenta Joaquín, lanzando la vista a la pareja que se cuece a caricias.
-Ese tipo es un idiota-, comenta Frank Félix-, de ser él, yo la tendría en un motel, demostrándole cómo se hacen la vida y la muerte.
Es el móvil de Renaldo, que esta vez interrumpe.
-Sí, Rosina, ya lo supimos, chao.
Miro a Renaldo y le agradezco haber cortado tan abruptamente la llamada telefónica. Si algo había en común en ese momento era un vacío, un dolor provocado por Josefina en la vida mía y en las de ellos: ese sentimiento nos unificaba, de modo que Rosina, en estos instantes, no es ángel de la guarda de nadie y todo lo que haga se verá como simple imprudencia.
-Pero tienes su correo electrónico, ¿por qué no le escribes?-, se inquietó Joaquín dando dos chupadas finales a su cigarrillo.
-No me interesa ir a un computador a comportarme como un carajito desconsolado, que tiene que acudir al chateo para obtener una explicación. No es mi estilo.
“Usted es mi esperanza, mi única esperanza, comprenda de una vez”.
-No fue correcta la manera de hacerlo-afirma Frank Félix-, debió llamarte y decírtelo.
-A veces uno no sabe cuál es el pensamiento de las mujeres.
-Su pensamiento lo conocemos...
-No. Conocíamos sus actitudes y nos divertíamos juntos, pero su pensamiento, no lo conocíamos...
Renaldo fue más ducho en la interpretación de las ideas:
-Ni siquiera a ella la conocíamos...
Interrumpimos la conversación cuando el hombre que hace unos segundos besaba a la mujer con una lascivia iracunda, ahora la sonaba a trompadas y patadas y todos corrimos y se lo quitamos de encima, y él pedía que le permitieran matarla, porque le había sido infiel por cinco meses con otra mujer...
-¡Dejen que la mate!- gritaba con las palabras tropezadas, por los inextinguibles efectos del alcohol. La mujer se secaba la sangre de la boca, se incorporaba y huía:
-Déjala ir, compadre-escuché que le dijo Renaldo, como si también me hablara a mí.

Encendí el computador para revisar, de manera rutinaria, la actividad mundial en las webs de noticias. Lo de siempre: crisis del Medio Oriente, muertes violentas en las calles de Bagdad, ahorcamiento de Sadam Hussein, destrucción masiva en ataques terroristas atribuidos a células de Al-Qaeda. Busco en Google cualquier cosa y luego de ochenta minutos de tanteos y divagaciones, aterrizo. Lo que en verdad deseo es ir a Hotmail o Yahoo a enviarle un mensaje a Josefina. Es una lucha entre mi orgullo y mi desesperación. Pero no creo que llegue a los niveles de la simple desesperación, porque no concibo la idea de su partida. Nuevamente el timbre del móvil: Rosina suena más desesperada que yo.
-¿Te comunicaste con ella?-pregunta, pienso que tiene poderes, que es una maldita bruja que se adelanta a nuestras actuaciones.
-Veo que eres vidente, ¿o simplemente quieres joder?
-¿Por qué te vuelves loco buscando explicaciones?
-No me he vuelto loco, pero tampoco soy un perro para que me abandonen sin una explicación. Aunque sea una explicación ridícula. Siempre he creído en el poder de guardar las formas.
-¿Qué haces ahora?
-Conduzco.
Rosina tenía ganas de hablar por no calificarlo de otra manera. Cuando quería resultaba inquisitiva: exploratoria.
-¿Nunca te interesaste por la psiquiatría?-le pregunto.
-No. ¿ A qué viene esa pregunta?
Suena el timbre de la casa, un fluido horrible de sonidos intermitentes, de campanillas y claxon.
-Espera un minuto, alguien toca la puerta, ¿quién puede ser a esta hora?
Rosina se echa encima del cuerpazo desnudo una bata de seda transparente; observa a través del hoyuelo de seguridad y entro sin mirarla porque está desnuda y sus pezones están a punto de salir, de traspasar la tela de seda de la bata.
-¿Estuviste con los muchachos?-pregunta irónica, me siento en un de los sofás pequeños próximo al también pequeño bar, donde aparecen toda clase de bebidas, incluso Moet & Chardon , que no son muy fiables en su autenticidad, pero que, sin lugar a dudas, refuerzan el placer del momento.
Ella se sienta en el sofá mayor, y muy sutilmente y por casualidad cruza las piernas levantando la derecha, dejando entrever al rojo vivo su intimidad casi gimiente. A ella nunca le importó provocarme, era su carácter. Lo hacía, incluso cuando estaba junto a Josefina.
-¿Quieres un trago?
-No veo Johnny Walker...
-Claro que sí.
Se levanta. Es una mujer bien hecha, como han podido ver. Hermosa. Una clásica latinoamericana con cuerpo perfecto, senos intervenidos por la cirugía plástica y una boca que a cualquiera le calienta la piel. No tenía un amor así como de novio o marido, sino que trataba con tipos ocasionales, a quienes manejaba a voluntad y discreción, sin compromisos, más allá de los decididos por ella.
Sirve el trago. Bebo despacio, ambos fumamos.



Néstor Medrano

14 octubre 2007

Juan Bosch: dualidad indivisible


Del libro inédito El Rastro Literario de Juan Bosch


Desde cualquier perspectiva, Juan Bosch es un nombre literario y si no literario, es, sobre todas las cosas, un nombre sinónimo de la Literatura, ubicado en el trayecto productivo de autores de la importancia hispanoamericana de Pedro Henríquez Ureña, Horacio Quiroga y Julio Cortázar. Por supuesto, cada uno desde su propia circunstancia y desde su particular realidad como actores fundamentales de la cultura del siglo XX.
Y si esos escritores forman parte del acervo literario esencial-, insisto, cada uno desde su circunstancia particular- Bosch reúne, como ellos, y debería incluir aquí a novelistas de recia sensibilidad como Rómulo Gallegos, la particularidad ejemplar de haber colocado la Literatura y su quehacer intelectual al servicio de la política, como razón redentora de las clases desposeídas de su país y del entorno antillano y americano, como digno seguidor de las ideas de Eugenio María de Hostos.
Hay quienes han afirmado durante mucho tiempo que la actividad y el laborantismo político le restaron dimensión a su quehacer literario y ciertamente, fue el artífice de dos partidos políticos sobre los cuales se ha cimentado la democracia dominicana de la segunda mitad del siglo XX; el de la Liberación Dominicana (PLD) y Revolucionario Dominicano (PRD). El primero de ellos fue o significó la desvinculación de lo que el profesor Juan Bosch consideró la distorsión de los principios que dieron origen a una organización, el PRD, que al inicio de su fundación en Cuba, estaba destinado a regir el trayecto democrático de República Dominicana, una vez descabezada la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo y cuya cúpula, según las afirmaciones de sus biógrafos más connotados, fue contaminada e infiltrada por intereses ajenos a los que inspiraron su creación en 1939.
Lejos de distanciarlo de la misión que como escritor se había propuesto, la política le sirvió de catalizador en la búsqueda de soluciones a los conflictos sociales y las penurias que Bosch denunciaba en sus cuentos. Ambas disciplinas, la Literatura y la Política, se consubstanciaron en él, porque, quien lee con detenimiento sus cuentos Los Amos, La Mujer y su novela La Mañosa, de inmediato se entera de que esas piezas literarias forman parte documental de un pensamiento que, posteriormente, se acentuaría con su producción ensayística y teórica.
La desvinculación del Juan Bosch literato- en toda la magnitud que denota esa acepción- del Juan Bosch político, es imposible. Si analizamos las motivaciones que llevaron al cuentista- con una teoría sobre el arte de escribir cuentos aceptada por los artífices más avezados del género considerado el tigre de la fauna literaria- a salir de su país, nos daríamos cuenta de que se vio compelido a hacerlo cuando fue asediado por el tirano Trujillo, quien conociendo su estatura de intelectual dimensionado quiso que el autor de Camino Real formara parte del club de sus servidores y con tales fines deseaba postularlo como diputado. Bosch había visualizado que el régimen de Trujillo se tornaba de fuerza, y para un hombre con profundas convicciones democráticas, el escenario de su tierra presentaba una posibilidad inminente de frenar la autonomía de su libertad creadora, por un lado, y de anquilosamiento de las libertades públicas, por el otro.
Juan Bosch, que desde joven se perfilaba como una promesa de la Literatura, no concebía la vida del escritor ceñida a patrones e imposiciones de fuerza. Por algo era un admirador inconsumado de José Martí, el patricio cubano, cuya sensibilidad también descollaba en la poesía, y del maestro borinqueño Eugenio María de Hostos, de cuya obra Bosch fue organizador y comentarista.
Esa salida de República Dominicana fue motorizada por la tiranía en ciernes: como ocurriera también con uno de los lingüistas, crítico literario, hispanista e intelectual puro, Pedro Henríquez Ureña, con un talento que fue reconocido de manera universal por Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y otros. La tiranía de Trujillo estimuló la salida de Bosch y de Pedro Henríquez Ureña, aunque el primero, por sus preocupaciones político-sociales, utilizó el escenario internacional, Cuba, Puerto Rico, Costa Rica, Venezuela, etcétera, para luchar contra ese régimen de fuerza ante el cual nunca se arrodillaría, a pesar de los intentos del tirano dominicano.
Bosch vivió en el exilio. En el exilio creó su obra literaria fundamental: Cuentos Escritos en el Exilio, Cuentos Escritos Antes del Exilio y Más Cuentos Escritos en el Exilio. Esa actividad literaria esencial- esencial porque en la cuentística se convirtió en un maestro-, impuso teorías y argumentó que el cuento para ser cuento tiene que contar con más de tres personajes, un tema único, sin desvíos, y el predominio de la intensidad en el argumento. De la tensión. Su pensamiento teórico sobre este difícil género hace hincapié en lo que los griegos denominaron “La teckné”, o la técnica, sin la cual, el escrito con intención narrativa, podrá ser un relato, una estampa, o cualquier cosa, menos un cuento, si no asume la concepción referida de tema único, síntesis y no más de tres personajes como ejes. El mismo Bosch reconoce las dificultades que puede tener un artífice de la cuentística para trabajar sobre una materia tan singular y excluyen.
Cuando le tocó escribir su Teoría “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, a petición del novelista Miguel Otero Silva, indicó que el trabajo sería fácil porque en lengua española no se había hecho un estudio pormenorizado del cuento como género literario.
Con todas sus preocupaciones en el orden político, su incesante labor intelectual, sacaba tiempo para escribir literatura, porque la Literatura significaba el mejor camino para llevar a la práctica sus esbozos y preocupaciones sobre la labor social, para la cual, evidentemente, había nacido.
Bosch, antes que todo se consideraba un cuentista. Pero su apreciación no fue fortuita. Había estudiado al dedillo la obra de los grandes cuentistas del siglo XIX y principios del XX, como los ingleses Rudyard Kipling y GK Cherterton, Hans Cristian Andersen; los rusos Antón Chejov y Leonidas Andreview. Según él mismo expone le dio seguimiento a autores emblemáticos como los norteamericanos Edgar Allan Poe, Sherwood Anderson, Ernest Heminguay y el uruguayo Horacio Quiroga.
El cuento atrajo a Juan Bosch y sus apuntes sobre el género fueron escritos, cuando quiso indagar con seriedad las diferencia existentes entre cuento, novela y relato.
“Pero debo decir que el aprendizaje iba haciéndose en la práctica, esto es, mientras escribía cuentos, de los cuales no son pocos los que fueron escritos para demostrarme a mí mismo si era o no era verdad tal o cual idea acerca del cuento que se me ocurría, con lo que quiero dar a entender que esas ideas respondían a criterios que a mi juicio aplicaban los grandes maestros. (Memorias de don Juan, pág.91. Luis de León).
El cuentista, cuya sensibilidad conceptual siempre se aplicaba al mundo rural con sus ambientes socioculturales; el hombre del campo con sus costumbres y su particular idiosincrasia, que muchas veces marcaban una diferencia abismal con la sociedad de mayor posicionamiento económico y las diferencias, incluso, en la forma de ver la vida, estaba conciente del esfuerzo técnico que se requiere para manejar el arte literario del cuento.
Llegó a tener la destreza facultativa que tuvieron en el manejo de la técnica Julio Cortázar, escritor de todo un ejercicio imbuido por sus concepciones ideológicas y más tarde otros que, esencialmente, son narradores universales que cultivaron el cuento, como Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, dedicados y consagrados a la tarea novelística.
Juan Bosch escribió “La Mujer” en 1932, según sus palabras, cuando iniciaba el camino formativo como cuentista. El mensaje es el pueblo y sus luchas, a partir del análisis lineal del argumento que el hombre de letras abordó de manera magistral, el tema de la violencia doméstica, con lo que se explica que este relato vertiginoso es un importante documento sociológico, que penetra la psicología y el pensamiento del hombre y la mujer dominicanos.
El mismo Bosch, en cuanto a intelectual, con concepciones de comprensión política y social enraizadas en un quehacer indivisible, se considera un instrumento de esa dualidad que lo resalta: la Política y la Literatura. Una inseparable de la otra y muy al dedillo de sus convicciones.
No se veía sólo como un literato, ni se considera únicamente un político. Él es un pensador-literato-político, cuyo destino final, como objetivo más ponderado, es el bienestar de su pueblo.
“En mi caso la Literatura, los cuentos y las otras materias de que me he ocupado escribiendo, así como la lucha política, me han dado siempre satisfacciones y solo satisfacciones, honores que no merezco. Si creyera lo contrario me colocaría por encima de mi pueblo, y si me colocara por encima de mi pueblo, no estaría expresándolo a él en las cosas en las que él no puede hacer manifestaciones”, escribió el autor de La Mañosa, para confirmar esas apreciaciones antes expuestas.
La falta o ausencia metódica en el país literario dominicano de una crítica literaria no limitada simplemente al comentario festivo y amistoso de editores de segmentos periódicos y reseñas laudatorias de libros, ha permeado de forma significativa la labor de escritores de la talla de Juan Bosch, porque en él, reitero, está expresada la más alta expresión nacional de la cuentística y, coincido con el biógrafo Euclides Gutiérrez Félix, se trata del autor criollo más difundido y conocido en el ámbito mundial, junto al humanista Pedro Henríquez Ureña.
Actualmente otros dominicanos han logrado trascender, fruto de una labor incesante y de una calidad universal en el ámbito de la narrativa, como ha sucedido con el novelista y antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, incorporado a los catálogos de importantes casas editoras extranjeras, gracias a su manejo técnico del relato, que, sin miedo a equivocarme, repunta al autor de Materia Prima, Los Ángeles de Hueso y De Abril en Adelante, como el artífice literario más importante del presente.
Haciendo acopio de ese esquema, hay que significar que estos escritores como Veloz Maggiolo, Andrés L. Mateo y Roberto Marcallé Abreu, Pedro Antonio Valdez, entre otros, han conocido un escenario propicio para la creación literaria. En las últimas décadas el auge de la novelística y el cuento, el ensayo y la producción pedagógica, ha encontrado un terreno fértil para que editoras del prestigio de Alfaguara, Planeta y Norma, fijaran su vista en los literatos criollos.
La situación política se desenvuelve sin cortapisas y sin censuras para la labor creativa y, se puede decir que no existe una pugna interna de riesgo y persecución por la expresión de las ideas. Juan Bosch sí tuvo que enfrentar esas situaciones adversas. Su producción literaria, prolífica y rigurosa, se gestó en circunstancias apremiantes por la coyuntura política de una nación cercenada por el imperio de los Trujillo.
Esas circunstancias inspiran a Bosch a participar de ideas e iniciativas de carácter político como fue la creación del Partido Revolucionario Dominicano, como fue la búsqueda de contactos con líderes liberales y demócratas a carta cabal en Hispanoamérica para concentrar esfuerzos destinados a derrocar a Trujillo. Esto conllevó viajes intensos, agendas llenas, trajinar en conceptualizaciones como sucedió con su participación en la Constitución cubana y su apoyo intelectual a Prío Socarrás.

En Juan Bosch es indeclinable admitir que su causa literaria desbordaba, a la vez el quehacer literario fictivo o de creación, para incluirse en una labor de pura sociología pragmática que confunde al intelectual con el estadista que busca una explicación científica a los hechos constitutivos de la estratificación nacional, representada en la tesis de su libro Composición Social Dominicana.
Conocía al dominicano rústico del pueblo, al echa madrugada inmigrante del campo, al chiripero que es el mismo hombre de sus cuentos y el mismo hombre, tema o ser social por el cual aspira a generar los cambios fundamentales en el país que quería dirigir. No ha existido una crítica literaria-en realidad la falta de espacio en los periódicos, la desaparición de los suplementos literarios y otras manifestaciones anticulturales- que ubique a Bosch en el justo contexto de su magnitud literaria. Era un visionario: por algo su novela La Mañosa fue texto prohibido por más de quince años en su país, sin importar que las intenciones del autor eran denunciar las vaguedades de las supuestas revoluciones.
Su universalidad literaria se manifiesta en el manejo de los temas: el hombre del campo es uno e indivisible en República Dominicana, en Venezuela y en cualquiera de nuestras naciones hispánicas.
Tampoco ha existido un esfuerzo masificado, con todos los instrumentos del marketing moderno y la idealización dirigida de lo que significa Juan Bosch- en el ámbito literario; su obra y su pensamiento, en lo relativo a las nuevas generaciones. Los esfuerzos por difundir a Bosch han sido pocos, sin explicar las excusas que para ello exista y sin que nadie pretenda sentirse ofendido-, este trabajo está sustentado en un enfoque legítimo a partir de lo que fue el gran literato, despejando cualquier interés partidarista.
Los niños de entre 8 y 13 años no saben quien fue Juan Bosch. Los adolescentes tampoco y los jóvenes, lo conocen de refilón. Se sabe de intentos por compilar la obra, incluso Alfaguara tiene una antología de sus cuentos; pero no se han pensado de manera sistemática en la versión escolar de sus cuentos y novelas. Pocos conocen la sensibilidad de Bosch con los niños, para quienes escribió una de las piezas narrativas más hermosas de la Literatura dominicana: Cuento de Navidad. Juan Bosch labró su camino de cuentista conociendo las dificultades que enfrentaba su país con el analfabetismo y todavía hoy, a pesar de los programas que se han intentado para frenar este mal social, persiste en la juventud, mejor dicho, en una parte de la juventud, un desinterés mayúsculo por la lectura, lo que si se suma a la revolución tecnológica, con herramientas como internet, sepulta en muchos casos la memoria y el legado de los grandes autores criollos.
El Juan Bosch cuentista-novelista- dos novelas: El Oro y la Paz y La Mañosa, - ensayista, sociólogo e historiador-, no ha contado con el esfuerzo determinado de ninguna institución, salvo los de la Fundación Juan Bosch, que lo fortalezca como máxima figura del cuento dominicano y una de sus autoridades a escala universal.
Esto se hace lamentable porque en su propio país, las posiciones de los actores políticos adversos a Bosch- una verdadera maquinaria que viene de aquellos tiempos en los que se fomentó la componenda para derrocar su gobierno sietemesino-y que se reafirmó luego de la estructuración del Partido de la Liberación Dominicana, con patrones inconsecuentes que esparcieron versiones insanas sobre el nombre y la conducta de Bosch. Esa misma actividad política por la cual se inclinó como uno de los abanderados de las justas sociales, fue contraria a él y sus propios opositores y ciertos sectores de la Iglesia Católica y de la cúpula empresarial, se desbordaron en su contra, disminuyendo, de algún modo, su impronta literaria.
Del mismo modo puede consignarse después de una observación detallada, que los mismos vínculos políticos de Juan Bosch, con sus estructuras partidaristas y un instrumento de formación ideológica de búsqueda del poder, él como orientador y guía de una organización cerrada, definida como logia, de corte piramidal con una autoridad definida, produjeron un efecto excluyente, que distanció a Bosch- el cuentista de visos universales-,el político decidido a ejercer el poder con pureza de una gran parte de ese pueblo militante y admirador de líderes como Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez.
Esa circunstacia motivó, sin lugar a dudas, a incentivar el sectarismo, e incitó a que los millones de dominicanos militantes de los partidos Revolucionario Dominicano y Reformista Social Cristiano, fueron orientados contra Bosch y Bosch fue crítico ácido de esos líderes políticos, perdiéndose en gran medida mucho del posible interés del cuentista, que en naciones como Cuba y Venezuela, era reconocido como un maestro de la narrativa.
No se puede escribir un ensayo de aliento sobre Juan Bosch, tomando un único ángulo. La política es indivisible en él porque evidenció una gran capacidad de trabajo y de estrategia en su accionar, al momento de fundar dos partidos políticos que conjuntamente con el Reformista Social Cristiano, de Joaquín Balaguer, han incidido de manera fundamental en la vida democrática actual. Es una tesis simple que quizás muchos no se atrevan a advertir concientemente. Pero como bien dicen sus seguidores en el ámbito político, que no necesariamente lo sean en el literario, Juan Bosch fue un visionario, incluso en el manejo de la controversia histórica o espiritual, y supo, como supieron otros autores romper barreras y tabúes con temáticas vulnerables y fuertemente cuestionadas por el cristianismo.
Bosch, como pocos escritores en su tiempo, se atrevió a escribir Judas Iscariote el Calumniado, un texto de temática compleja por su propia naturaleza y, esto más acentuado, dado el hecho de que el citado libro es un volumen que intenta presentar un esquema distinto al conocido históricamente acerca de la misión que como discípulo de Cristo llevó a cabo el personaje que se suicidó ahorcándose de un árbol.
Antes de seguir debo retomar la inexpugnable condición política de Bosch y hacer la precisión siguiente: si bien es cierto que los opositores a su filosofía como José Francisco Peña Gómez, que fue uno de sus discípulos políticos más avezados en el Partido Revolucionario Dominicano y cuyas diferencias conceptuales se materializaron cuando el líder quiso postular su tesis de la Dictadura con Respaldo Popular, y que el mismo Joaquín Balaguer, por más de veinte años la figura política fuerte del país, también alentó a su maquinaria de seguidores a desconocer los méritos políticos e intelectuales de Juan Bosch, es de rigor exponer que ese accionar adverso contra el autor de Los Amos, a lo interno de sus organizaciones políticas era legítimo, como lo era el quehacer del literato nacido en La Vega.
En este ensayo no se cuestiona este aspecto: no es intención mostrar el peso específico del hombre de letras en detrimento moral de otras figuras- que con todas las objeciones y factores negativos en su órbita- son personajes fundamentales de la historia política dominicana.
La intención es simple: destacar, como creo que ya se ha hecho en las páginas precedentes, que Juan Bosch no tenido la oportunidad de ser magnificado en su justa dimensión, porque no ha existido un programa real destinado a dimensionarlo.

Parte de esa responsabilidad también la tuvo el mismo Juan Bosch. Su tarea de escritor fue solitaria y excluyente.- como lo es la tarea de los intelectuales. Él no se molestó en formar seguidores literario- en hacer escuela- como dirían los leones del patio, sino seguidores políticos. Lo que se ha visto, luego de su deceso el primero de noviembre del año 2001 es que sus discípulos aprendieron la concepción del poder y el tinglado para mantenerlo o ganarlo en los procesos electorales y ya su sueño político más acariciado, el Partido de la Liberación Dominicana ha sido gobierno dos veces y compite con intenciones de retener el control del Estado.
¿De quién es la responsabilidad de mantener la estela de Bosch como un patrimonio dominicano, no de los peledeístas ni de la clase política únicamente, sino de todos los dominicanos? ¿Por qué no auspician esfuerzos conjuntos coordinados por la Secretaría de Estado de Cultura y de Educación, para que Juan Bosch sea institucionalizado como figura cimera de las letras nacionales y se aprovecha para reunir en este reclamo a Pedro Henríquez Ureña, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Franklin Mieses Burgos, y otros escribidores de nuestro país?
Indudablemente que la memoria de Bosch está viva: el político y el literato. Ambas son dos caras de una moneda. Bosch es indivisible, pero su obra literaria merece ser estudiada con más ahínco en las escuelas, en las universidades. La pregunta que nos hacemos algunos ingenuos o cándidos es, qué esperamos.
Néstor Medrano

25 septiembre 2007

Marcio Veloz Maggiolo, ¿un Nobel?


Recientemente he leído la información de que Marcio Veloz Maggiolo, una de las firmas más representativas de la novelística criolla será propuesto al Comité Nobel para su consideración como candidato al más codiciado y prestigioso galardón literario mundial.


La propuesta hecha por el presidente de la Academia Dominicana de la Lengua, doctor Bruno Rosario Candelier, constituye uno de esos hechos que nos sorprenden, no por sus alcances ni por sus ribetes de optimismo, sino porque es el inicio de una tentativa por colocar la Literatura Dominicana, en este caso la novelística dominicana, en un lugar preponderante. En el país hemos perdido mucho tiempo.


Se perdió tiempo y se desperdició el talento universal de una cuentística cimentada en los escritos de Juan Bosch, considerado desde hace muchas décadas como uno de los maestros del género, creador de unas líneas teóricas sobre el arte de escribir cuentos, arte narrativo que consideró el tigre de la fauna literaria, por las dificultades técnicas y conceptuales que demanda a la hora de ser forjado por la tinta en el papel.


Juan Bosch, con una interminable obra narrativa, ensayística, sociológica y de fecundación de praxis política, tenía el perfil para ser Nobel. La calidad e intensidad de sus cuentos, y de sus novelas, el manejo técnico que logró alcanzar en esa materia, y la universalidad de su nombre-conocido no sólo en un grupo importante de países, sino con la amistad de gigantes de la Literatura como Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Rómulo Gallegos, tuvo la consagración de compilar, entender y organizar la obra literaria de Eugenio María de Hostos, un antillano que coincidía con sus aspiraciones de una América culta y desarrollada a nivel educativo.

Bosch ni otros como Manuel del Cabral, uno de los grandes exponentes de la Poesía Negroide, con un talento que recorrió las plazas más importantes del exterior; Pedro Mir, con su aliento de Poesía del hombre social, de los desheredados de la tierra, conformaron una estirpe de estatura universal, para cualquiera de esos galardones, que otros literatos menores del Caribe y de otras latitudes ganaron con menos méritos.

En Marcio Veloz Maggiolo convergen todas las corrientes del intelectual recio, de pensamiento academicista desarrollado, de un olfato para el detalle descriptivo en sus narraciones y para ambientarnos en épocas rudas para el país y para esa parte de la capital compuesta por Villa Francisca, que tantas nostalgias ha inspirado en más de uno de sus textos: Materia Prima, Ritos de Cabaret, Uña y Carne; o metáforas de una vivencia pedregosa, adolorida y sangrante, como la expresada en De abril en Adelante, recapitulación de hechos del yugo del interventor contra el intervenido y esa proeza metafórica y desgarrante que fue “Los Ángeles de Huesos. Creo, de manera particular y ya lo había escrito antes, que Veloz Maggiolo es un novelista terminado al ciento por ciento, y la respuesta a los que se preguntan, claro sin despojarse de prejuicios, si existe una novelística dominicana. Existe.


Don Marcio es su máxima expresión. Como escritor joven me apresuro y apresuro mi juicio: Marcio Veloz Maggiolo es el mayor novelista de República Dominicana. Su obra está implícitamente vinculada a los fenómenos sociales de la primera y la segunda mitad del siglo veinte. Es en materia de largo aliento narrativo vinculante con obras de la importancia de La Sangre, de Tulio M. Cesteros, y de Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, tildada como la mejor novela escrita en tierra dominicana.


Los dominicanos que vadeamos las dificultades tradicionales para hacer Literatura, que estamos avanzando a pasos de hormigas a través de la red, debemos convertir este esfuerzo del doctor Bruno Rosario Candelier en una realidad que deje su marca, como Veloz Maggiolo, ya lo hizo desde hace décadas.

Sobre él


Este novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo, poeta, periodista, Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Arqueólogo, Doctorado de Historia de América por la Universidad de Madrid, ha hecho confluir su pasión con su actividad profesional, estamos hablando del afamado escritor dominicano Marcio Veloz Maggiolo.

Néstor Medrano

10 septiembre 2007

Segunda llamada a la mujer perseguida


Ya no sé si puedo discernirte en las mañanas de estas semanas que lentamente destruyen mi vida, la desconstruyen y vuelven a construir, porque estoy en medio de un remolino; una ilusión óptica que me acerca a ti y me aleja. Me indispone y me propone, porque ambos estamos materialmente conformados por el misterio.

Cómo puedo querer a una mujer como tú. Dónde veo los signos y las respuestas, dónde la magia y las promesas, dónde puedo descifrarte de piel completa, con todos tus poros entremeterme en tu vida, en tus instintos y en esa memoria del amor aturdido y mordaz.

Dónde me indago y me busco para encontrarme en tus adentros y adivinarme en tu vientre, en tu sexo de diosa bramante y altiva de enorme y larga cabellera negra que todo lo llena de noche, de sopor y de mentira; de verdad y de alegrías, de amores ocultos que no me atrevo a confesarte jamás, porque lo sabes, aunque no lo crees o lo crees aunque no lo admites; pero yo mismo te repito lo que no te he dicho, y que te digo por enésima vez, te amo.

Ya no aguanto estas oscuridades iluminadas por algún parapeto mentido: ya no puedo expulsar estas lágrimas de forma gratuita, porque llorar por ti es hacerlo en silencio, pero un silencio estremecedor que me condena y me quema y te confiesa: quiero tu vida, quiero tu piel, quiero tus caricias rojas y adicionalmente quiero de ti, lo que sólo se puede tener cuando un imposible nos acerca y nos hace posibles.

Un trago de ron. Para buscarnos a medias y a contraluz, para adorarnos a capella bajo los rayos de la lluvia y las gotas del sol de una de esas madrugadas inventadas por nuestra realidad que es, magia y fantasía, reacontecer y acontecimiento, amor y desamor; un turno interminable para amarnos desde los pies hasta la primera hebra del cabello.

Un cigarrillo. Ambos sentados en alguna de estas calles adoquinadas, humedecidas por la lluvia, en espera del autobús que en pocos minutos vendrá a recogerte. A perderte, a distanciarte de mí; no. Dónde buscarte mujer para que me expliques qué hacer. Dónde perseguirte en medio de esta lluvia y con cada cartílago de mi alma flotando en el aire verde de la ciudad donde cada quien y nosotros vive su vida; llora su vida y la ajena, unifica y desune nuestro mundo: ¿dónde exponer el último latido de este corazón enloquecido por ti y por tus labios, por ti y por tu sombra, por ti y por tus poros. Dónde dejarte sola para después perseguirte.

He podido, después de todos estos minutos coleccionando recuerdos, untándolos de vivencias y por qué no, de una que otra lágrima, visualizarte en esa distancia que te separa y te une a todo lo mío; de ese espacio gigantesco que nos separa y nos une, nos diversifica, porque donde estás me llevas contigo y donde estoy estás metida en mi médula.

Finalmente, un primer final, porque los finales nunca terminan, me colocas en el mismo centro de todo: de la vida, de la muerte, de la mentira, de la verdad; de lo insólito, de lo plausible, de lo eterno, de lo náufrago, de lo natural y de lo complicado.

-¿Qué quieres realmente?
-Todo lo tuyo y todo lo que eres tú...
-Eso está complicado...
-No debe haber complicaciones entre dos que somos uno y que nos compenetramos en cualquier sitio...
-¿En la cama?
-Puede ser.
-La cama puede ser el inicio de lo profundo, del nacimiento de lo puro, lo impuro y lo contaminado...
-Sin contaminación no puede existir humanidad...
Nuestros cuerpos destilan humores...
-Sudores, dirás...
-¿Del orgasmo, qué?
-Puedes lograrlo...
-Ambos somos el orgasmo.

28 agosto 2007

Nuestra gente tiene sus percepciones (análisis)


I de III


Durante todos estos años he tenido la oportunidad de conocer aspectos diferentes y, hasta contradictorios en cierto modo, sobre la gente y las situaciones inverosímiles de la vida. Las situaciones inverosímiles de la vida no solo podemos encontrarlas en este país. República Dominicana no tiene el monopolio de las locuras ni de una apabullante realidad que supera con creces la ficción. No. Y no es fácil apreciar las cosas de esa forma. Los episodios más insólitos de la Literatura Universal quedan chiquitos ante lo cotidiano, no aquella cotidianidad que vemos los periodistas-muchas de ellas terribles, incluso, a veces no pueden salir a la luz, por sus ribetes de escándalo o de atentar contra la estabilidad moral de los ciudadanos: no, me refiero a lo que día tras día ven los ojos enrojecidos de la gente; el despampanante espectáculo de la pobreza que se viste de casuchas endebles a orillas del pestífero río Ozama, o en medio de barrios gigantescos con verdaderos cordones de miseria, insalubridad y altísimos índices de delincuencia.

La población nuestra, la de República Dominicana y de América Latina, al parecer, bueno, al menos sospecho, están condenadas a desatarse de una historia de conflictos históricos, ocasionados unas veces por la ambición desmedida de los hombres con la responsabilidad de dirigir sus destinos y otras por la mala aplicación de una democracia que todavía, lo que es lamentable, nadie ha podido entender.

América Latina exhibe un esquema político muy difícil en estos momentos; primero, cada uno de sus países debe reconstruirse internamente, resolver sus problemas de hambre y de supervivencia, de política y criterios de repartición de las riquezas-muy pocas riquezas, por supuesto- y segundo, un vendaval ideológico de nueva ruptura con los esquemas predominantes en los últimos cincuenta años, que instigan al camino de una economía de corte socialista, impulsada por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Esta economía, por cierto, está arrodillada ante el gran dios de la nueva civilización mundial que es el petróleo; el petróleo lo determina todo, hasta los zigzagueos de las amistades regionales de entronques enfrentados como es el caso de esa nación y Estados Unidos.

Esas son expresiones generalizadas sobre el contexto en el cual se desenvuelve todo en este momento. Mientras tanto, el pueblo llano, el pueblo de a pie que anda "enñanguetao" en la calle buscando el sustento, percibe que estos fenómenos externos no significan nada para sus deprimentes economías y entonces es cuando llega el problema.

19 agosto 2007

Contemplación en la penumbra


Estaban juntos a las cinco de la madrugada. Cuando los vi dormían como dos niños; desnudos, él con la pierna derecha sobre su cadera, arropando su cuerpo, él detrás de ella. Pensé en las cosas de la vida: las cosas ocurren, porque quizás, tienen que ocurrir, pero, cuando suceden, nos dejan un sabor agrio en la boca.



Me senté en el sofá de la habitación. En la penumbra, podía incluso escuchar las respiraciones combinadas, el dormir profundo de ambos, que al parecer, disfrutaban de un sueño imperturbable. Qué hacer. Esperar. Nunca es bueno interrumpir ese tipo de escenas, porque no hay nada más parecido a la eternidad, a la uniformidad entre la vida y la muerte que aquel espacio de tiempo en el cual uno duerme, profundamente, sin alteraciones.



Además, yo estaba cansado. Podía aprovechar y dormir un poco en el sofá; la habitación bien condensada por el acondicionador de aire y los estrépitos sutiles de la lluvia en el patio, acomodaban la intención y el deseo de hacerlo.
Iba despacio.


No había desesperación. Tres días caminando de un lugar a otro en esta ciudad enorme, de rascacielos grises y luces mortecinas en las esquinas y en los parques desiertos. Paraba en los bares, buscaba entre la gente más hermosa, porque ellos dos poseen cualidades especiales de estética y belleza, que los hacen particulares. Paraba en las discos, en los restaurantes, en los cines, en una búsqueda infatigable pero desesperante, enloquecido por encontrarlos. Debía hacerlo. No podía darme el lujo de permitir que las cosas siguieran como iban, nebulosas, sin salida.



Ellos eran amigos de toda la vida. Fueron juntos a la escuela y luego de los años del bachillerato, él se marchó del país. Su padre era un político de carrera, que joven inició una vida diplomática intensa, que lo llevó a él y a su familia, a varios países de Europa, América y África. Ella, hay que decirlo, quedó desamparada. Al principio se comunicaban a través de mails evocativos y de ascendencia nostálgica cada tres días; se enviaban fotografías y seguían como si nada. Un día él dejó de responder sus misivas. Ella, que nunca fue imbécil, aunque sí muy bella, descubrió que él tenía otra chica y que esa chica, estaba embarazada.


Fueron meses de intenso llanto para ella. Entonces me conoció.
Fue difícil sellar las heridas, que ella misma decía le habían provocado. Sin embargo, un poco de paciencia, de verla llegar a la universidad y correr apresurado a ayudarla con el morral de libros; de hacerle chistes y darle consejos dulces y sin malas intenciones, en los momentos de mayor depresión, me permitieron ganar espacio.


La tuve en mis brazos una noche de lluvia después de cenar y a partir de ese momento fuimos uno en dos cuerpos. Juntos, ella pudo olvidarlo, se entregó en cuerpo y alma a los ardores de la pasión a mi lado. Nos mudamos en un apartamento de las afueras de la ciudad y procreamos dos niños preciosos.



La vida nos había premiado. Ella jamás pensó en otra cosa que en nosotros y en su carrera. Puedo decirlo a voz clara y definitiva, durante todos estos años fuimos felices.
Hace unas semanas supe, a través de los periódicos que él regresó al país, provisionalmente, pues su padre murió y él continuará con su vida de diplomático, porque de tal palo tal astilla.
Estoy aquí, sentado, a punto de dormir frente a sus cuerpos perfectos, con la pistola bien empuñada y concediéndoles unas horas más de sueño reparador.

15 agosto 2007

Mensaje directo para la mujer que protagoniza mis sueños



Ayer, cuando te vi por última vez hice un descubrimiento, que tal vez, cambie la ruta de mis próximos días, meses, años, ¿quién sabe? Lo determinante es que se trata de uno de esos descubrimientos que nos desnudan por dentro y por fuera, nos retratan de cuerpo entero y nos hacen ver como simples mortales incapaces de resistir una sonrisa como esa sonrisa con la que en cada minuto adornas tu rostro.

Ayer pude descifrarlo con claridad. Vi en tu rostro el rostro que quisiera estrechar en las noches de lluvia. El rostro cuya boca quisiera probar cuando los rayos de la lluvia convierten en gotas los primeros pasos para llegar al amor.

No fue un descubrimiento simple. Porque diariamente veo otros rostros y otros labios y otras sonrisas y otras mujeres encantadoras, pero no te veo a ti en ellas: eso, de manera definitiva, significa, que algo en mí está en ti o que, quizás sin saberlo, te has quedado con algo mío que se alimenta de tu calor y crece...a punto de enloquecerme cuando por una razón u otra, me miras.

Admitirlo es lo difícil. Pero creo que cuento con la hombría suficiente, si no para admitirlo, por lo menos para insinuarte, lentamente, con voz queda y sin mucha exaltación que, estoy al borde de la locura por ti.

Ayer descubrí que puedo quererte hasta el fondo de tu alma, que puedo transformarme en un soplo de tu sombra y hacerte sentir lo que una mujer debe sentir cuando las ansias de un hombre se desbordan, en algo, un sentimiento más allá de la pasión.

Lo que queda, en definitiva, es contemplarte: confesarte que eres la mujer que en este momento protagoniza las escenas de mis pensamientos, resumiendo encuentros y desencuentros, deseos y ganas de protegerte, en un abrazo, en una caricia, en un beso...

Descubrí que ocupas cada espacio de mi mente. Eso desde hace algunos días: sin saberlo tiranizas mis ansias y te haces dueña exclusiva de mis más caras aspiraciones presentes.

No lo puedo describir. Pero lo describo, con dos palabras simples: te quiero. Dos palabras simples que pueden sustituirse por otras dos: te deseo. Estás ahí y espero que no sólo estés ahí, sino que estés conmigo, cuando así lo decidas.

03 agosto 2007

Hay que salvar la Literatura


Necesito saber cuál es el rumbo de la Literatura en mi país. Pero no sólo la Literatura como concepto abstracto y aéreo del arte de la apreciación y la concepción creativa, a partir de los valores de la estética y de la preceptiva. No.


Me refiero a la unidad recíproca entre factores fundamentales como los niveles de lectura, cuando sabemos que una gran parte de la población adulta no tiene afinidad por la lectura, otro porcentaje inexacto, pero de seguro elevadísimo, es que la juventud pocas veces le importa leer un buen libro, o un mal libro. Sobre todo en este tiempo de distracciones tan necesarias y de doble filo como la internet, además de la dinámica propia, pura y simple de su vida rápida, atada a las diversiones y a la capacitación tecnológica. Porque, en la medida en que el mundo se hace más global, más tecnológico y se crean los inventos más perfectos e insospechados, los valores de la lectura literaria, se deshumanizan hasta escabullirse con ánimo de desaparecer.


Los índices de lectura, según un famoso plan quinquenal que ha impulsado el gobierno para los próximos cinco años, pintan un panorama triste: en República Dominicana en los actuales momentos se percibe una gran deficiencia en la capacidad lectora que muestran, tanto la población en general, como los integrantes de la escuela del nivel básico.


No pretendo citar cifras, porque odio que mis escritos, de cualquier tipo, narrativos, ensayísticos o periodísticos, sean aburridos y no hay una vaina más aburrida que las cifras. De lo que sí hablaré es de los factores nocivos que atentan no sólo contra la Literatura, sino contra los hacedores de Literatura.


Esos factores nocivos se resumen en varias líneas: la falta de una verdadera decisión o voluntad política del sistema-no de coyunturas- para restaurar la educación o el sistema educativo que legó el puertorriqueño universal, Eugenio María de Hostos. Más que las toneladas de millones de pesos que se necesitan para levantar las infraestructuras necesarias destinadas a la educación, es pertinente que haya una mayor capacitación, tecnificación, remuneración y valoración de los profesores dominicanos. Que tengan deseo de enseñar a sus alumnos, que se establezcan programas científicos capaces de crear una interacción entre el maestro y el alumno, con la lectura como elemento filosófico relevante.


La Literatura dominicana no podrá florecer mientras no haya un “mercado de lectores”. Ese término es, aparentemente contradictorio, porque implica algo tan vulgar como comercio y lectura, una mezcla tan disgregante como el agua y el aceite. Pero, no ha habido error en ese enunciado. Hay que crear un mercado de lectores, haciendo esfuerzos enormes e institucionales por incentivar la lectura, por empezar con la infancia, con la niñez, que significará una inversión en el futuro. La misión sin embargo, es del Estado.



El Estado debe hacer ese descomunal esfuerzo por hacer que los niños se sientan atraídos por la lectura. Creo, de manera tajante y si lo pensamos bien, apocalíptica, de que si no se hace de esa forma, la crisis en la Literatura será total.
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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.