27 abril 2006

El dragón sobre su cuello


Lo había visto antes y su memoria fotográfica pocas veces se equivocaba.
Lo distinguía perfectamente: era el primero de un grupo de diez que descendía por la escalinata del avión matrícula estadounidense. Desde el monitor del televisor se veía en cámara lenta, con el rostro sin barba, la cabeza rapada, el cuello ancho con el tatuaje de un dragón verde vomitando fuego.
El dragón se distinguía perfectamente por entre la franela blanca que llevaba puesta. Un tipo fuerte, con el cuerpo duro y los músculos ejercitados a puro gimnasio, a puras pesas.
Cuando lo vi por primera vez, lo imaginé empuñando un arma de fuego y peleando como si se tratara de un maldito héroe de película. Los otros que descendían detrás de él, se mostraron tal y como él; indiferentes, ponzoñosos y enajenados.
En ese momento no le preguntó nada; el tipo tenía cara de muy pocos amigos y sus ojos enrojecidos alertaban; es capaz de cualquier cosa. Ni siquiera el golpe que me asestó en la cabeza con la manopla de su puño izquierdo-con el derecho sujetaba la pistola-, me sacó de la fascinación.
El dragón lucía inmenso de cerca, lanzaba un eructo incendiario que amenazaba con quemar su cuello blanco y ancho. Tenía estilo y había que reconocerlo. Olía a perfume recién estrenado, pensó que, tal vez, lo había traído de Nueva York.
Pero fue una interpretación; no podía cometer la imprudencia de preguntarle, primero si su fragancia era perfume o colonia, y segundo, la marca.
Levantó las manos; fue una orden.
-Levanta las manos, maricón, y cuidado con moverte.
No me movería; lo prometió. Creía con firmeza en las promesas de hombres como él: cabeza rapada, rostro de niño hermoso rebelde sin un barro y un cuello con un dragón espectacular que vomitaba fuego; porque a la orden de levanta las manos, maricón y cuidado con moverte, le siguió un si lo haces te quemo, hijo de la gran puta. Fuck you.
Además, me intrigaba el hecho de que no guardaba las formas; antes se encapuchaban, se cubrían el rostro con alguna máscara para evitar ser identificados, pero éste no, le importaba un carajo que lo contemplaran, le daba un diez y eso sólo podía significar una cosa: el man no dejaría testigos, lo cocinaría a balazos y de ese modo, qué coño de preocupaciones lo atormentarían si se trataba de un maldito asesino.
Recordó la perfección de su perfil: cuando descendía la escalinata del avión, que la cámara lo captó en un primer plano, y éste volteó de un lugar a otro, su rostro quedó congelado y fue cuando descubrí el dragón verde sobre su cuello.
No opuso resistencia porque lo recordó cuando descendía de la aeronave y el tipo exhibía una arrogancia fuera de contexto. Venía preparado para hacer su trabajo y no sólo hacerlo sino hacerlo bien hecho. Como un artista.
Además, creyó que se trataba de una coincidencia; él se había bañado hacía unos minutos, luego de llegar de la compañía de la cual era presidente del consejo directivo; había extraído una cerveza rubia del refrigerador, se acomodó en la cama y lo vio en el noticiero de las nueve.
Me impactó verlo desde el primer momento. Estableció que no era gay para sentir atracción por otro hombre y aquella fascinación era intensa e inexplicable.
Me llamó la atención, simplemente este tipo con esa mirada frenética, esa estatura sobreabundante y, el dragón verde que nacía en su cuello ancho y se perdía en la espalda.
Nunca creyó en las casualidades. Creía que todo obedecía a un plan en la vida.
-Voltéate y no respires-, le había ordenado el sujeto. Amarró sus manos detrás de su espalda y con una brusquedad sin formas lo empujó hacia el interior de un gigantesco Caprice Classic. Se montó después de él. Otro sujeto de pelo negro, brillante y largo-caía libre sobre sus hombros-, conducía el automóvil. Los cristales del automóvil poseían una espesura tal que no era posible la visibilidad hacia el exterior.
Descubrí que la vaina iba en serio. Sabía que la noche se hacía cada vez más oscura y que la carretera se extendía interminable y recta.
-¿Hacia dónde me llevan?
-¡Cállese, coño!
De esta no saldría vivo. Lo sabía porque nadie se había cubierto y no sería difícil identificarlos: sin lugar a dudas se trataba de un secuestro.
-Si respiras te corto la garganta, hijo de puta.
Por primera vez saboreó un tipo de sustancia ferruginosa, de hierro, que alguna vez le dijeron, era a lo que sabía el temor. En el forcejeo, antes de ser sometido y amarrado, logró ver los ojos del dragón: rojos y con unas pupilas dilatadas y negras. Además, creyó que se trataba de una gran coincidencia.
La noche anterior, ¿fue después de verlo descender de la escalinata del avión o de apuntarle con el arma de fuego y darle la bofetada?, había visto una película: un grupo de hombres armados con todo tipo de artefactos, irrumpían en el salón de música de una casa, golpeaban a su propietario y lo secuestraban para pedir cien millones de dólares por el rescate, pero el rehén logró despojar a sus captores de las armas y los mató con ellas. Reía. Su situación era similar, una simple diferencia: él no tenía los cojones para librar una batalla tan desigual.
Desde muy joven había sentido una fascinación especial por las situaciones que implicaban riesgo y peligro, e incluso, muchas veces anheló protagonizar alguna. Pero no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar.
Esa noche las cosas cambiaron. Alrededor de las diez u once de la noche, se trasladó desde el séptimo piso hasta el estacionamiento y antes de introducir la llave para abrir la portezuela delantera izquierda del vehículo, escuchó la voz:
-Levanta las manos, maricón y cuidado con moverte.
El tipo era perfecto. Quiso preguntarle las razones que movían a un hombre bien parecido, quizás inteligente, a dedicarse al crimen, pero no se creía con el derecho de hacer esa, ni ninguna otra pregunta. Para ellos el suyo es un trabajo como cualquier otro, así lo piensan y nadie los convence de lo contrario.
Mejor no preguntar, era preferible dejarse llevar por la corriente para no morir quemado antes de tiempo.
No les importaba de quién se trataba, si lo dejaban vivo o si lo cosían a tiros: simplemente hacer el trabajo que alguien más arriba les ordenó que hicieran sin cometer errores fatales.
-¿Qué significa ese dragón?-preguntó con la boca ensangrentada. El tipo no le respondió. Más que eso, buscó entre las cosas que iban en el botiquín del asiento del acompañante y sacó un tubo de cinta adhesiva y sin delicadeza le selló la boca para que no hablara más.
El automóvil se metió por un camino pedregoso, que al parecer descendía hasta un escondite. Lo sacaron a empujones y lo tiraron sobre el piso de tierra de una cabaña de madera. Recordó al grupo armado de la película y las patadas que lanzó el plagiado para matarlos a todos: es una locura, pensó. Allí la sorpresa fue mayor: nueve hombres a quienes recordó descendiendo la escalinata del avión matrícula estadounidense, detrás del hombre del dragón verde que vomitaba fuego sobre su cuello. Eran los mismos. Aparentemente el líder habló. Distribuyó una especie de orden y lo hizo en inglés. En ningún momento dejó de empuñar el arma: ahí estaba el teléfono celular desde donde realizarían la llamada.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?-preguntó el tipo con rabia. No quería hacerse juicios, pero percibía un aire de resentimiento personal. ¿Se trataba de un secuestro? En un secuestro no cabían los resentimientos personales.
Entonces vino el cálculo. Por años y como principal ejecutivo de una transnacional fue responsable de miles de despidos, sometimientos por negligencia laboral y aquello sólo formaba parte de una venganza.
Congeló la imagen. El hombre era el primero de un grupo de diez que descendía por la escalinata del avión estadounidense matrícula JQ-P375-02 y se veía con el rostro sin barba, la cabeza rapada y el cuello ancho con el tatuaje de un dragón verde que vomitaba fuego.
Y esa mirada tan atrayente que lo conmovía por su fiereza, lo sacaba de quicio por el pestañeo impaciente y el perfil perfectamente delineado.
Sintió dolor cuando el tipo del dragón en el cuello le despojó la boca de la cinta adhesiva.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?
-¿Qué significa ese dragón?
La mano llegó contundente y abierta hacia su rostro. Una, dos, tres bofetadas.
-¿Cuánto crees que podemos pedir por ti?
-Dime, ¿qué significa ese dragón?
Y el tipo de cuello ancho con el dragón verde sobre su cuello se inclinó y lo penetró con su mirada.
-¿Quieres saber el significado del dragón?- casi le escupió. El individuo se quitó el poloshirt que llevaba puesto: su espalda, su pecho, sus brazos, estaban repletos de dragones verdes tatuados.
No lo creí. La gran explanada de su espalda tenía la cara enorme, el hocico enorme de un dragón y cientos de dragones más pequeños que lanzaban llamaradas amarillas, llamaradas rojas y el nombre de Antonia, grabado con tinta china encarnada.
Antonia: debía amarla para haber permitido que escribieran su nombre en espacios de su cuerpo. Lo miró a los ojos:
-El dragón es el animal mitológico que vuela y lanza fuego. Eso soy yo, un dragón.
-¿Un dragón?
Me trajo un recorte de periódico y leí:
“El número de deportados, luego de permanecer
encarcelados en prisiones estadounidenses,as-
cendió a 11 mil en lo que va de año.
La mayoría de éstos pagó condenas en cárceles
de máxima seguridad por asesinatos y cargos por
asesinatos y distribución ilícita de narcóticos.
Informes policiales han puntualizado que estas
deportaciones masivas han contribuido enorme-
mente con el auge de la delincuencia y el
incremento de las ejecuciones vinculadas al nar-
cotráfico”.

-Debo ser el número 11 mil de esos repatriados.
El hombre, asustado, no entendía el motivo de las confidencias; era un secuestrado y esos novatos intimaban con él. ¿Querían crear un síndrome de Estocolmo? Los ojos del dragón lo escrutaban desde la raíz hasta el cálamo. Qué le respondería sobre cuánto pedir por su rescate. Uno de los hombres acercó una silla, el tipo del dragón la ocupó, le colocó la pistola en la frente.
-En la vida, los hombres cometen muchos errores, ¿no cree señor millonario?
La pregunta seguía un rumbo poco transitado. Él era un hombre de negocios y podía salir vivo de aquella encrucijada.
-No pidan rescate-intervino- yo mismo puedo ir contigo y darte treinta millones de euros...
-¿Vale tan poco tu vida?
-Bien, serán cincuenta...
-Maneja las cifras, millonario...
-¿Quién es Antonia?
El secuestrado cambió la expresión de calma-tensión a tempestad-incertidumbre. ¿Estaban negociando? ¿Por qué se detuvo a preguntar un simple nombre?
El dragón sobre su cuello parecía cobrar vida en sus hombros mojados de sudor. El fondo de las pupilas de la bestia infundía un terror renovado.
-¿Viviste en Nueva York?-, lo sorprendió con la pregunta. Recordó sus años en la ciudad de los rascacielos; un piso de lujo en la Quinta Avenida, vida de champagne, limosinas y mujeres exquisitas, mientras sus negocios florecían. Visitaba los museos, se prolongaba en las galerías de arte, y también en los tugurios ensombrecidos de la ciudad. Sí, vivió una vida sin desperdicios en la gran urbe.
-Sí-respondió-viví en Nueva York.
Nueva York y Frank Sinatra; Nueva York y los clubes nocturnos, las rubias y morenas que se lanzaban tras de sí; la bohemia perfecta: ¿cómo olvidar esas noches desenfrenadas, el humo, el calor?
-¿No recuerdas a Antonia?
El secuestrador, con la cabeza brillante como una bola de billar blanca, encendió un cigarrillo, la pistola sobre la cabeza del rehén.
-¿Antonia?
-Sí, Antonia.
Hice memoria. Llevaba el nombre el nombre Antonia acerado sobre su piel. Nueva York, Antonia. Antonia, Nueva York.
-¡Mierda!
-Esa expresión, mierda, es porque descubriste en tu recuerdo olvidado que la dejaste embarazada, enloquecida por la droga, ¿la hiciste adicta para no responsabilizarte? Ella murió.
-¿Y tú?
El tipo del dragón se levantó de la silla. No estaba furioso, volvió a apuntarle con el arma de fuego:
-Te dejó este mensaje conmigo, papá.
Los cuatro impactos de bala, dos en la cabeza y dos en el pecho lo mataron de inmediato.

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.