14 febrero 2007

Dejé de existir sin tu existencia a mi lado

Desde ahora y antes que nada quiero recordarnos como en aquellos tiempos, cuando abrazados uníamos los cuerpos y caminábamos como barriendo el asfalto y las hojas secas que descolgaba el viento con la violencia tenue de la vehemencia. Todavía tengo la chaqueta manchada de café, el café que derramaste cuando quisiste que tus labios y los míos dieran una demostración pública de que estábamos juntos sin importar el gentío del restaurante y las miradas curiosas que nos penetraban con esa envidia lasciva irrefrenable. Todavía guardo en mi cartera algo de tu mirada que era la mirada de una niña que ascendía y descendía en cascada y a quien yo, me enorgullezco de ello, mostré los caminos dulces del mal y los estrechos y nunca bien ponderados del bien.
Porque ambos éramos eso; un soplo, un pálpito, un torrente sanguíneo procedente de un sistema circulatorio unificado. Guardé en mi cartera, o en alguna parte del baúl de mis recuerdos, la expresión de tu piel cuando temblaba, en aquel temblor del cielo, que resonaba a Poesía, a poesía de la carne y del espíritu, ambos fluidos, fluyentes y constantes, que se bifurcaban y nos acercaban a un tramo del cielo y del infierno, porque eso era el amor, más allá de nosotros dos y nuestras andanzas por las calles intramuros de la ciudad colonial, cerca de la puerta de la Misericordia, donde se reúnen la nostalgia de mejores tiempos y los chicos y jóvenes con el horizonte turbio de la marihuana y los tragos de ron con Coca-Cola.

Otra cosa que recuerdo es tu sonrisa. La tengo aquí zumbándome el oído izquierdo, reías, con el rostro entre esa cabellera ondulada y amarilla y mi hombro, y decías que mis chistes eran tan malos que no te que quedaba otra alternativa que llorar para verte hacerlo por simple alegría. Entonces tuis lágrimas se derramaban de esos ojos que me desnudaban desde el fondo de mis adentros, y me debilitaban, porque me mirabas con una una mirada poco común, inmerecida para un pobre mortal sin mayores aspiraciones que vivir para saber que tu vida vale la pena porque me hace vivir la mía, sabiendo que sin la tuya, hasta la sonrisa, la madrugada y la lluvia, son cadáveres natimuertos de orfandad y de profunda tristeza.
No puedo hacer nada menos que recordarnos a ambos, cuando éramos así como queríamos ser, no como somos hoy, cruzados e interrumpidos por caminos diferentes, con hogares diferentes y amores que aunque amados en cierta medida, nunca superarán esos años que estuvimos juntos, aquellos años en los que descubrimos que moriríamos los dos y que como castigo a una separación gratuita y caprichosa nos costaría vivir, simplemente vivir, como si se tratara de respirar para no dejar de existir en el mundo, aunque ya, desde hace tiempo dejamos de existir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

eoeoeoeeee checa mi corbata amarilla

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.