11 febrero 2008

Para joder un chin la paciencia


Reanudar un diálogo siempre resulta algo difícil, sobre todo después de permanecer unos días en la tranquilidad desconcertante del ocio, que, luego de analizarlo bien, no se trató de ningún ocio, pues en los días en que estuve fuera del aire, escribí, escribí, escribí y leí incansablemente, lo que implica un esfuerzo, que de algún modo nos aleja del consabido y nunca real descanso.
Al hablar de estar fuera del aire, me refiero, por supuesto, a un breve y muy apetecido tiempo de descanso, fuera de las lides del periodismo nuestro de cada día, explorando el placer de perder la paciencia con las travesuras del Néstor chiquito, de bailar uno que otro merenguito, y hasta su reguetón- dos traguitos siempre acomodan cualquier posibilidad-, en rápidas y muy nocturnas excursiones por discotecas citadinas, cuyos nombres no revelo, por no pagarme derechos de publicidad.
Juro que no sólo me empapé de Literatura. También de Ricardo Arjona, de Franco De Vita, y una de esas noches y gracias a un amigo- que se dice de sí mismo ser un oráculo, cosa que no dudo, me remonté a una época irrepetible apreciando a ese poeta que fue universal, John Lennon.
No fueron simplemente apreciaciones intelectuales. Aunque lo que escuchaba tenía sus rasgos: desde el complicado proceso de elecciones primarias de los partidos demócrata y republicano de Estados Unidos, pasando por la embestida del béisbol con los aletazos triunfantes y después en declive de Las Águilas Cibaeñas y el resurgimiento- ave fénix centenario, de los Tigres del Licey, equipo capitaleño que perdió el campeonato nacional para alzarse con la Serie del Caribe. Caro fenómeno de los procesos ininteligibles del destino.
También escuché, muerto de risa en ocasiones, el trascendental debate que se ha desatado con el rabioso y sonoro merengue de calle. Un verdadero tema de moda, que merece la atención de los sociólogos y los entendidos en el estudio de la conducta humana. Ese “género musical” fue dejado fuera de las nominaciones de los premios Casandra: la ventisca ha alborotado ese mundillo, a veces cenagoso, pero espectacular y de más luces que sombras de la farándula: yo, me declaro un seguidor impenitente de la farándula, la nacional, la hollywoodense, la europea, así como el cotilleo de los españoles y la rispidez mortífera de sus hacedores. ¿Por qué no Omega? ¿Por qué no, Tulile? ¿Por qué no Silvio? ¿Por qué no los estribillos callejeros, hijos de las calles y de nuestros barrios bañados de miseria? Uno no descubre el merengue de calle-concuerdo en llamarlo merengue urbano- al sentarse a escuchar una de esas piezas sencillas y risibles leyendo un libro o almorzando al mediodía en la paz del hogar: no. El merengue de calle se disfruta en una discoteca, en el fervor caluroso de la gente, en los centros de diversión nocturna. Mis vacaciones también sirvieron para eso. Para escuchar los pro y los contra. Para decirme a mí mismo que Johnny Ventura tuvo su tiempo de merengue de calle; para decirme a mí mismo que del mismo modo Wilfrido Vargas, u otros merengueros.
Creo, porque vine de vacaciones y me gustaría joder un chin la paciencia, que me siento tan dominicano al escuchar la más alta expresión de la música popular dominicana, significada en Juan Luis Guerra, que al oir los redobles de Omega...


Néstor Medrano

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.