29 febrero 2008

Combinaciones


Me decido por escribir cualquier cosa a mantenerme callado. Callado no puedo estar. Mis amigos muchas veces se asombran de mi capacidad de parlanchín, de hablar si no mucho, por lo menos con la suficiencia de aquellos seres que evitan la soledad a toda costa. Puedo hablar durante horas mientras trabajo, al grado de que a veces mis compañeros me vociferan, imitando al gran rey Juan Carlos de España, el ya famosísimo ¿por qué no te callas?, por supuesto, ni yo soy Chávez, el presidente venezolano, ni ellos tienen rasgos puros de nobleza a tal extremo. Sin embargo, en este maratón de ideas superpobladas, prefiero escribir a tener que hablar. No es que sea un fenómeno en la escritura, pero, al menos intento escribir y borrar uno que otro párrafo cada día. ¿Por qué escribir? Me pregunta Néstor el chiquito de vez en cuando, auscultándome para ver si hay alguna variación en mis respuestas, intrascendentes, entonces quiero decirle, que la gente respira porque tiene la necesidad, digamos que más o menos vital, de respirar imperativamente para poder vivir. Eso es casi lo que siento al escribir. Una fuerza liberadora. Vaya, eso suena a cliché, pero al diablo. Otra de mis aficiones es la de escuchar música. No soy muy exigente en ese aspecto-hasta he escrito sobre las calidades y los alcances del merengue de calle, que es mucho decir y que en las últimas semanas se ha convertido en un temita de incendios forestales entre los gurús de la farándula y el cotilleo vernáculos-, pero no diré mis preferencias, como decía una muy querida amiga mía, que por cierto me lanzó al olvido quizás aterrorizada porque medio embriagado le declaré mi amor y quise que bailara pegadita conmigo, mientras la halaba ella me apartaba, uno no debe dejarse ver el refajo. La costura decía ella. Si le digo a Néstor el chiquito la verdad, entonces me considerará un joven fósil que se morirá de inanición y los chicos de 13 años de ahora, saben más que el lápiz. A veces he querido confesarle, mientras me encuentro inundado de páginas borroneadas sobre la mesa, en mis horas de descanso oficial, que son las que puedo usar para practicar Literatura, que escribo y guardo para ver si un día se hace la luz en este mar de apagones, donde comprar un cidí de El Lápiz es más importante que leer una novela de Saramago. No puedo mantenerme callado. Hacerlo es lo mismo que pedirle a Santa Claus en Navidad que salga sin el uniforma rojo que las imágenes norteamericanas, el cine hollywodense y los muñequitos- cartoons- nos han mostrado desde hace años. Es una necesidad imperiosa. Es lo mismo que comer al mediodía, o fumar un cigarrillo en horas de la madrugada mientras leo-en mi caso releo-la vieja clásica de la Mafia El Padrino, en la que Mario Puzzo hace un retrato profundo de la maquinaria del bajo mundo de los años 40 en Nueva York. El ejemplo es ese. ¿Por qué leer esta novela de narración clásica, de largo aliento y que nos relata tantos episodios de muertes funestas, tanta competencia desangrada y tanto férreo imponerse, sobre otros, cuando podemos evitarlo y consumir algo más Light, de menos valor literario como la novela de... ¿creen que soy idiota? Escuchar a Bob Marley, por ejemplo, o a John Lennon, o a Ricardo Arjona, un sábado de sol después de la lluvia- diablos, qué se ha hecho ese libro de relatos de Roberto Marcallé Abréu-, es complacerme a mí mismo, autocompensarme por los merecimientos que yo mismo creo que alguien debe reconocerme y nadie aparece para hacerlo. Pero quién nos ayuda en estos momentos. Creo que podemos confiar un poquito en la providencia, en Dios, para que no me malinterpreten, y en esa tesitura-como dicen los teóricos del patio- seguir escribiendo hasta que nuestros pulmones aguanten.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.