21 diciembre 2006

Es difícil desear Feliz Navidad

tregua antiliteraria

Es difícil desear Feliz Navidad. Y lo es porque mi país está en una situación difícil, sumamente difícil, porque de los casi diez millones de habitantes que la pueblan, incluidos los más de dos millones de nacionales haitianos, más de la mitad subsisten en condiciones de extrema pobreza.
Para mí no es natural decirles Feliz Navidad a los niños desnutridos que pueden acudir a las escuelas a recibir la más elemental de las enseñanzas, en unos casos porque las escuelas no sirven o, mejor dicho, sirven para nada, y en otros porque los padres no tienen condiciones mínimas para enviar a sus hijos a recibir el pan de la enseñanza, ni siquiera tienen condiciones para comer un trozo de pan al mediodía, que ya es mucha maldita desidia.
Que se entienda algo: cuando digo que en gran medida los niños no pueden ir a las escuelas porque éstas no sirven, o mejor dicho, sirven para nada, me refiero a sus condiciones físicas mínimas. Cuando no son las aulas y los pupitres los que están deteriorados, son los sanitarios; no existe agua potable, aunque muchos de los profesores, que no maestros, intenten hacer un esfuerzo y, casi “a capella”, deban bregar con el oficio diario. Mi país tiene muchos problemas. Hay estrategias del gobierno que pretenden salvar la situación, pero esa situación está supeditada a mantener en balance la macroeconomía, que es un jodido término liberal, a través del cual se puede medir el crecimiento económico en forma global, pero que jamás en la vida puede traducirse en riqueza o bienestar para los menos afortunados, los más jodidos, los pobres o como ustedes quieran llamarlos, siempre pensando que se trata de seres humanos que no tienen a nadie que saque la cara por ellos.
No hay manera de que el clima navideño se instale en mis reflexiones, porque percibo que en mi país, en esta época se vive un falso clima, una atmósfera artificial, porque hay gente regada en las calles céntricas de la ciudad, mucha gente, un verdadero hormiguero de gente que ha salido en tropel a hacer compras y gastar y gastar los pocos recursos obtenidos en empleos abusivos que, entregan un sueldo trece llamado regalía pascual, con el efecto posible y nunca infaltable, de que en enero todos andamos con las manos en la cabeza, buscando para comer y para vivir a un día a día pedregoso y duro como una nevada en el desierto.
No me motiva la Navidad, sin hipocresía y sin los clisés de los supuestos intelectuales que ahondan en reflexiones tardías e insinceras, que especulan sobre las estadísticas frías e inhumanas que propagan la especie de que la pobreza siempre ha existido y no hay quien la detenga.
Y sí, es posible. Si se constriñen algunos gastos superfluos, eternos y desequilibrados y nos olvidamos de las prácticas del paternalismo político que en nada aportan al desarrollo socioeconómico del país, es decir, a las prácticas desde el poder que tienden a masificar la dádiva, la limosna de la entrega de unas pocas cosas en Navidad, para comer, cosas, generalmente insuficientes y demagógicas y se empeñan en crear un programa de desarrollo educativo a veinte años, con la ayuda de organismos como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para que los niños y los jóvenes puedan formarse académicamente, entonces, habremos dado el primer paso hacia la salida de la encrucijada de la pobreza.
No puedo pensar en Navidad si no puedo ver que el pueblo no cuenta con los recursos esenciales para comer todos los días y además de comer todos los días, permitir la instrucción académica de todos, iniciando por los menores de edad y hasta los más grandecitos, porque comer un día o dos, no tiene ninguna importancia. Lo que se necesita es un plan integral académico y de estímulos para los jóvenes, para, saliendo de la pobreza ellos, salga de la pobreza el país y las futuras navidades nos dignifiquen y nos hagan quererlas, con mayor devoción.
No hay manera de poder gozar y disfrutar de una fecha que, por su significado cristiano de la Natividad del Hijo de Dios, debería tener una connotación distinta; pero no puedo evitar lamentarme cuando veo que en Santo Domingo, capital de República Dominicana, existen dos países, uno de pobres, gente muy pobre en los barrios marginados y periféricos del Distrito, la provincia Santo Domingo y zonas aledañas, que no pueden asistir a los hospitales públicos, porque estamos en épocas de huelgas médicas por el incumplimiento del pago a los médicos, la falta de medicinas o de aparatos para mantener o salvar la vida de un ser humano y otro de gente muy rica, demasiado rica que vive en torres y lujosos condominios o casas gigantescas e incluso de hombres que se trasladan a comprar un helado en helicóptero.

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.