07 enero 2008

Entre Arjona y Ana Belén (balada roja en azul)

Escarlett, todavía somos ambos


Lo que creo es que te preparas para tomar el cigarrillo, incrustarlo entre tus dedos delgados y hacer esos ademanes que te dan tanta finura, tanta compostura; digamos, tanta mágica belleza.

Te sentarás en el balcón solitario y allí te explayarás en silencio y a punto de beber del trago que espera en la copa...¿ es whisky o vino blanco? No puedo saberlo desde este ángulo, pero, puede ser champagne si aprecio la dulce mueca de tus carnosos labios rojos, que se deleitan, al beber, al fumar, al gesticular... y tu mirada.

Tu mirada a veces es húmeda, distante y cercana a la vez, porque está mediatizada por el pensamiento... y Ricardo Arjona canta con la voz sudada...dime si él te conoce la mitad, dime si él te ama la mitad de lo que te ama este loco, que dejaste en libertad... y echas hacia atrás la cabeza y tu cabellera cae como cascada fragante, tu cuello desnudo revela la superficie de una piel tersa, un camino de carne hacia la bifurcación de tu pecho: el pecho donde afloran tus senos que se estrellan contra el vestido y quieren atravesar la tela, con la perfección de esos pezones, ocultos, locos por pertenecer a otra voluntad que no sea la tuya, para iniciar desde ahí el tránsito indescriptible, la ruta hacia el amor.

Buscas en la explanada que conduce hacia el Alcázar de Colón los restos del sol desfalleciente, que agoniza como el día y te entra un mayor deseo por fumar ese cigarrillo que se gasta entre tus dedos, aspirar el humo y exhalarlo en cámara lenta para deshacer en él los pensamientos, los pensamientos que te convocan al olvido. Y te observo callada.


El vestido negro, de tela casi transparente, fino, dibujando tu cuerpo, el cuerpo que ansío y siempre he ansiado, el cuerpo de estrecha cintura y caderas moderadas, nalgas compactas y senos perfectos; el cuerpo sobre el cual pude comprender en ese pasado reciente de apenas unos días que el mundo es un sistema de códigos infinitos e indescifrables para las vidas sin inspiración, que puede transformarse en una sólida realidad de exudación, sudores y misterios. Me quedé tranquilo.

Tú, sospechabas de mi presencia en algún lugar, porque como yo, hueles mi presencia y puedes jactarte de ello, porque cuando estoy cerca de ti despido el deseo, despido la lujuria, despido el ser poseído por ti desde los pies hasta la cabeza. El deseo, ese enorme compuesto de ansias y apetencias. Me dejo descubrir y, veo que tuerces una sonrisa, ¿la obligas? No. Es una sonrisa pura. De advertencia. Y lanzas la copa sobre la pared que estalla hecha añicos y te lanzas sobre mi cuerpo que no resiste lo que no es resistible o es irresistible y tus labios se enlazan de mis labios, nuestras lenguas se buscan humedecidas por una marcha de reconocimiento, llueven como lluvia seca sobre nuestros cuellos, se convierten en mordidas y deletreo tus senos con mi boca, con sed de ti. Luego el estallido, el abandono, el amor, los sexos fundidos en el clamor de calores y gemidos...luego la gloria, la muerte, la vida.

Nosotros. Me sumerjo en ti que es cuando te sumerges en mí y nos buscamos en el fondo de ambos, como dijo Manuel Jiménez... en voz de Ana Belén, parecíamos dos irracionales, que se iban a morir mañana... y nos encontramos y nos distanciamos y pude saborear tu cuerpo, azucarado y casi fatal, energizante y casi mortífero, juego de pieles y de bramidos, entrada a tus humedades y tus divinidades, todo convocado en una madeja de besos y caricias ardientes que generan un nosotros, un destello electrizante y me hacen desencadenar en ti, como si fuera el hombre que, por primera vez, te hace mujer



Néstor Medrano

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.