Poco me gusta hablar de política en esta bitácora. Es que creo que su naturaleza es eminentemente literaria, pero hay hechos, hay situaciones que desbordan nuestras propias expectativas.
¿Cómo no hablar bien del presidente Leonel Fernández? ¿Me tildarán de inclinado hacia un partido específico? Si todos los días hubiese un esfuerzo de resultados inmediatos, como el que significó la salida pacífica a un acontecimiento tenso, que tenía crispados los ánimos de la comunidad internacional, por el conflicto entre Colombia y Ecuador-una incursión militar cuestionable realizada por grupos militares antiguerrillas colombianos, cruzando límites fronterizos y dando muerte al segundo de las FARC, Raúl Reyes-, con una concatenación de reacciones de parte de Rafael Correa, presidente ecuatoriano ofendido en la dignidad de su soberanía nacional, que siempre debe ser innegociable; contra un obstinado Álvaro Uribe, que no reconocía ni por el diablo que estaba en falta y luego las rupturas diplomáticas de Nicaragua y Venezuela con Colombia, hacían de la reciente cumbre celebrada en mi país, un polvorín que en cualquier momento estallaría, por la presencia inevitable de los protagonistas esenciales de ese juego de poder. Leonel Fernández logró calmar los ánimos.
Si resaltar esa labor que ejerció el presidente Leonel Fernández me llevará a situarme como uno de sus partidarios, no me queda otra: lo acepto. Es que en la cumbre estaba el representante de la Organización de Estados Americanos empotrado en su sillón, a ratos adormecido y moviendo su cabeza, quizás un poquito anestesiado por las largas intervenciones de los presidentes, entre bostezos furtivos, a veces y otras públicos; a quien vi consultando a otros mandatarios, fraguando entre animosidades alteradas, con la moderación que luego hasta cadenas internacionales de noticias no muy fieles a Fernández reconocieron, fue al jefe de Estado dominicano, que como anfitrión, supo jugar su papel.
Las mezquindades no pueden enceguecernos. Mi juicio no está nublado por el chantaje de lo que digan los otros: estamos en plena campaña electoral y hablar bien o mal de un candidato, es considerado-vaya jodida mala leche-, tomar partido por uno de ellos. Leonel Fernández no actuaba como candidato político nominado a la Presidencia por su partido; aunque la coyuntura sea propicia y sus estrategas son buenos, pueden explotar esa nueva situación. Fernández actuaba como jefe de Estado de la nación que albergaba a los colegas extranjeros enfrentados y muchos habían apostado al fracaso del cónclave. Pero, como dicen los vendedores y los planificadores en las ventas, se trata de un asunto de resultados. Seamos francos, tampoco somos locos, Nicaragua y Venezuela restablecieron sus relaciones diplomáticas de inmediato con Colombia. Por supuesto, el apretón de manos, las sonrisas espontáneas, que en ningún momento cruzaron por el rostro de Correa, no significaron la consumación total del conflicto: ni que Dios hubiese descendido ese día hasta el hotel Santo Domingo. Sin embargo, la tensión fue quebrada. No es cierto que sólo Álvaro Uribe haya ganado, si bien su acto fue reprochable, al fin de cuentas quiso firmar ese acuerdo tácito de buena voluntad que desde Santo Domingo, impulsó un hombre moderado, de inteligencia ya demostrada, cualificado para gobernar y cuyo comportamiento de estadista y manejador de grandes crisis, quedó más que evidenciado. Todos sabíamos de Leonel Fernández. Nadie ha hecho ningún descubrimiento: es un líder, ahora con proyección internacional. Ya sabíamos de su presencia sobresaliente en foros internacionales, en otras cumbres, en otros escenarios. Otras cumbres teóricas, de firmas y sonrisas protocolares, es más, de jodidas buenas intenciones, pero de jodidas buenas intenciones está alfombrado el camino al infierno. Lo de ahora no tenía precedentes en esta área del mundo: Colombia es un país importante, con niveles de violencia, contaminación del narcotráfico, lucha eterna contra una guerrilla imbatible; asesinatos, ejecuciones y una política de cero negociaciones con los terroristas, que es el calco de los Estados Unidos. Venezuela, salpicada por el barro del conflicto por viejos traumas, incluso relativos al secuestro de una ex candidata presidencial, en la cual Hugo Chávez ha querido mediar: son problemas contundentes. Correa, como Daniel Ortega, forman parte de ese eje político e ideológico bajo la sombra del gobernante bolivariano. ¿Que pueden considerar estas reflexiones un mero ejercicio de apología hacia Leonel Fernández? En esas condiciones, pueden afirmarlo. Creo que, independientemente de los buenos resultados de esa reunión de líderes internacionales, de los prejuicios contra Chávez, Uribe, Correa, y en República Dominicana, contra Leonel Fernández, no cabe dudas de que, gracias a su esfuerzo, alguien, nos consideró: la capital de la paz.
NÉSTOR MEDRANO
1 comentario:
Te doy la razón, Néstor, Leonel Fernández estuvo a la altura de su cargo, y salió fortalecido de una cumbre a la que muchos no daban la verdadera importancia, excepto el interés natural de observar a tres presidentes enfrentados.
Mientras Insulsa hacía honor a su apellido, Fernández iba de un corrillo a otro tratando de hilar fuerte. El final aunque forzado, para los tres mandatarios en cuestión, fue el resultado de la gestión de tu presidente.
Pero no debemos olvidar que si bien Colombia había violado la soberanía de Ecuador, anteriormente lo habían hecho los guerrilleros, catalogados por el mismo Correa como beligerantes, es decir, con derecho a comportarse como un quasi estado. Aquí el punto importante es ¿por qué los terroristas sí pueden violar las soberanías de los países, y Colombia no puede ejercer la persecusión en caliente un kilómetro setecientos metros adentro de la frontera ecuatoriana?
Esos campamentos no estaban de paso, estaban establecidos. Ayer Chávez llamó a Uribe para pactar la cooperación, sabe que tiene una papa caliente en las manos, mejor dicho en los ordenadores de Reyes. ¡Cómo quisiera tener un Leonel en la presidencia de Venezuela!
Un placer leerte.
Blanca Miosi
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