19 marzo 2008

TORBELLINO DE HIELO

Néstor Medrano



Descubrí algo en el silencio después de la lluvia
una voz que retozaba en el pasillo:
Se repetía en ecos
volaba despacio y transparente: lejana y fugaz.
Podía seguir los latidos del viento si así lo quería
o perderse en las brumas si el clamor del odio
profanaba su quietud
descubrí: un vapor exhalado
una pizca de llanto y dos o tres sollozos
cuando dejó de llover.
Descubrí la soledad
su punta de lanza destacada en una esquina del aposento:
el perfume desalojado del recuerdo
a cuello de mujer: a labios de un carmín
de brasas encendidas
que quemaron en torrente, alguna vez
esa humanidad que fue mía y fue tan tuya y fue de ambos
y fue del estrépito y fue del silencio y fue del bramido
y fue de la luna y de la explosión.


Descubrí otras veces
que en los residuos de lluvia había residuos humanos
de labios mordidos, pieles revueltas: océanos y devastaciones.

Que de un simple gemido
nacía la cascada: aguas diáfanas y sin control
habitantes de espuma que se derretían: como las
gotas de lluvia sobre el espacio sereno de tu vientre
todo escrito en el silencio
entre montañas de sudores agridulces
lamidos y escarceos de alas doradas: labios y cuerpos
embebidos, en el viaje sin retorno de los ecos.
Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Además de una voz que retozaba en los pasillos
un coro de sonidos y de risas y de caricias
y de recuerdos de un hoy que fue ayer.
Descubrí la soledad
su vestido negro y sus dedos alargados por el frío:
sus inmensas extensiones de delirio y casi un universo
de paredones macizos de hielo.
Es en la lluvia con su cortina transparente
donde se esconden los últimos instantes

de la memoria fluida:
en sus gotas gruesas que cayeron sobre
tu cuerpo y penetraron conmigo
mi humanidad y mi sexo
al paralelo perfecto de tu afirmación de mujer.
Es en la lluvia
donde fluye tu lengua rosada:
es en la lluvia
donde inicia el final y termina el principio
es en la lluvia
donde laten los cuerpos humanos: pernoctan,
se funden, tiemblan con un temblor del cielo
se escurren en el sudor derretido
o en las gotas de la lluvia que los succiona
lo demás
es un pequeño espacio:
mínimo
donde quizás
empezó el retorno de todas las cosas: la noche,
el día, las madrugadas: semanas y meses
lo demás
es un pequeño espacio:

mínimo
donde concluyen las formas de tu cuerpo;
donde confluyen los líquidos de mi cuerpo;
y se erosiona la tarde con su sol y su luna
para transformarnos en un trazo
de alguien más.
Y la lluvia
que nos define desde el principio del tiempo
también nos inunda con su ruda intensidad
nos habla:
nos explica:
nos explica que ambos estuvimos juntos:
que juntos bebimos tragos de un néctar
¿era vino?
Tal vez whisky, ¿qué más da?
Y nos empapó en el encuentro
sulfurados de pieles calcinantes
concentradas en esa fábrica humeante
tan unidos que sólo pudo deshacernos
el sol.





Y la lluvia
que fue confidente humedecida
y reinó en universos de quejidos
de posiciones enfebrecidas y mortificantes
desesperada porque terminarían
y rompimos relojes y cronometramos el tiempo
y pedimos prestado un espacio:
para dedicarnos a imitar a Dios
en el proyecto de sentir y vivir
morir y resucitar
la más perfecta historia de amor.

Descubrí algo en el silencio después de la lluvia.
Una voz que retozaba en el pasillo.








En uno de esos momentos quise escribir
recordar cómo eran las cosas antes de ser:
estabas tú, estaba yo, estaba la lluvia: semilla
germinal. Estuvimos ambos en una esquina
espejeante: unas cervezas, unos Marlboro
un lecho grande, tan grande como el sol.
Peces que aleteaban
aves que nadaban
brisas que soplaban
y luego, otra vez
la lluvia.
En uno de esos momentos quise escribir
dibujar algo jamás dibujado: que cobrara vida
y desbordara el Canal de los Vientos:
algo que humedeciera un poquito
los rayos del sol.





Quise escribir como escriben los jinetes
cuando quedan desprovistos de caballo
y deben cabalgar los horizontes
con la imaginación
imagina: una torre de lluvia, de columnas de lluvia
con ríos de lluvia, columnas de lluvia
con ríos de lluvia: imagina.

En uno de esos momentos quise escribir
embarrar de mí y de mi aliento
la espalda de la lluvia con su obsesión
de más lluvia: vino, tragos, amor.
Y la lluvia se hizo gotas: ardores selectos
y calores azules sobre el lomo de la noche mojada:
cortinas que se mueven, se agitan despacio
con la brisa que también enloqueció con la lluvia.
Descubrí en el silencio después de la lluvia:
descubrí que mis huesos, mis miembros y mis dedos
ocupan un minúsculo espacio en el universo:
que tus ojos inflamables hechizan con esa mirada
gris







También de lluvia: que tus labios se adhieren
como un bocado fresco de medianoche
y comparten ese nuevo cosmos que luego se involucra
un mensaje genital de adoración y perdición
y ansiedad y desesperación y aullidos y
dolor y lascivia:
también el sol nos abandonó al olvido.














Entendí de una vez
que sólo somos partículas:
espacios habitados
y fragmentos: un polvillo cósmico con fecha de caducidad
simples cuerpos inertes o
con cierto movimiento
cuerpos, quizás astrales cuerpos,
que se integran al todo inexistente.
Entendí de una vez
que sólo somos materia con un destino de extinción:
vientres repletos de cosas descompuestas
e inspiración para alguna canción.
Entendí
que la lucha por estar a tu lado: mujer infinita e incorpórea
es una vieja lucha desbordada
de sueños y alegrías o risas y fantasías
un empalme de carne y orgía.


También entendí
que un hombre fuma su cigarrillo, bebe su trago de ron
muerde mejillas y frota pezones: se resiste a la embestida
al calorón del sexo y los instintos.

Uñas, carnes, dedos: que la humanidad se hace infinita
y degenera en otro tipo de humanidad,
se agrede a sí misma y se marchita la piel.
Entendí que jamás pudimos ser ambos
en aquellas noches azules.
Que el pensamiento mutuo
se ensombrecía con los bajos instintos
jamás soporté
esa desnudez que te dibujaba de blanco
y cobraba nuevas formas en tu piel
que dibujaba tus senos
perfectos: de mujer
delineados; subliminales: sedantes
pezones rosados
vellosidades







el pubis mágico de la adoración
la herida del cielo
el dulce aroma de mujer.
No la soporté
porque desbordaba los límites
de la cordura
tu desnudez: cavidades y humedades:
líquidos astrales vinculados a los tiempos
y la locura de tomarte:
desde el principio
hasta el final
desde tus labios
hasta la parte
que te distingue como mujer.






Y fue
como un ciclón de sábanas movedizas:
una reacción
la llama agridulce del pecado.

Y fue
una sinfonía sin tiempo
ni orden ni dirección
dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: origen de la desgracia
senos perfectos y erectos
vulva humedecida y voraz
cuerpos doblegados a la luz de la luna:
coito, amor
sexo edulcorado y fluvial.
Dibujado tu cuerpo
que ya no era tu cuerpo
era el paraíso maldito: evolución
vaporosa del día y el amanecer.


Descubrí la soledad
exhausto
cuando me envolvió
o me ahogó
el líquido sin nombre
que nos lanzó a una suma de silencios.
Y fue
un rayo de oscuridad sobre mi conciencia dormida:
¿Puede el sexo resumir el origen del universo?
Sus senos: delineados, perfectos.
Figuran un avance del cielo...
Y fue
cuando amarramos nuestras bocas
y sentimos el temblor del cielo:
la lubricación del espíritu
los cuerpos enardecidos.

Y fue
cuando se desorbitaron tus ojos
al tocarse tu vulva y su miembro
y entender, luego de un orgasmo
de dioses
que ambos somos: hombre y mujer.

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.