30 junio 2008

Viejo de incontables historias

NÉSTOR MEDRANO

A Ernesto Medrano

Viejo, lo hago tarde, pero te escribo
y al hacerlo se cuelan por mis mejillas
dos brasas de fuego: dos lágrimas que son
más que lágrimas
pedazos de dolor derretido.
Me llevó tiempo dejar atrás el llanto y esas
monerías del espíritu golpeado
porque después de tu partida no ha habido
tiempo, se destrozaron las horas
por eso no ha habido momento más que para
llorar y recordar tu rostro
arrugado de hombre
que fue padre y fue hombre
y ambas cosas a la vez.
he visitado tu habitación que estaba en cada lugar
y en cada sitio
por donde cruzabas y cruzaste en esa larga
y corta vida que viviste
sin que Dios ni nadie me concediera para ti
sino el don de la inmortalidad
por lo menos que vivieras más allá del tiempo.

Quedaron algunas fotografías de esas clásicas
de antes: a blanco y negro
en las que exhibes esa sonrisa natural tan
tuya y tan nuestra
que ha sido de todos alguna vez.
Te cuento que ya no tengo trece
que era la edad que tenía cuando alguien,
presumo que Dios, decidió llevarte
para el resto de la vida.
Quizás, de algún modo logré ser lo que querías
aunque no aquello que soñé
que vieras con tus propios ojos: ¿es injusta la vida?
Ahí están las carreteras del sur
que anduviste con un morral a cuestas
entre kilómetros interminables de asfalto
y de los ingenios azucareros lo que queda.
Ahí está el viejo mercado
con su caserío de pobres a la redonda
sus calles empedradas
y sus callejones estrechos:
ahí están los caminos áridos, el lodo y el caliche
y los lluviosos días de siempre y de todos
los días: se diría
que pocas cosas han cambiado.
de tu viejo rostro
como yo, muchos se acuerdan: fumabas poco
cuando llegabas del trabajo
la mochila repleta de frutas: chinas y caña
la sonrisa entregada a todos, a Isabel
la vecina; como mi abuela.
Pero viejo, me hice hombre
y la dificultades, como sabes
han llovido desde cielos, mares y espacios diferentes
tú sabías que podía ser así.
Pero no escribo para intranquilizarte
sólo para hablar contigo y hablar de ti.
Si pudieras responder cómo son las cosas por allá
contarme algo: decirme, hijo, de este lado hay un mundo mejor.
O simplemente
Hijo
Desde aquí puedo reír y vivir sabiendo que eres feliz.
Viejo.

Ahí anda la familia, con sus amores y sus pleitos
que son los pleitos de siempre
y sus amores que son los amores de siempre.
¿Sabes qué descubrí una mañana cualquiera?
Bueno, una mañana fría de noviembre
que tenías razón.
El mundo es como es y nadie
logrará cambiarlo nunca:
los políticos y los gobiernos
son males pasajeros
que se hacen necesarios y permanentes
para regir en el desorden.

Tenías razón
aquí, aquí la gente vale más por lo que tiene
que por el hecho casi automático de ser gente
y lo decías
con esa profunda mirada de tristeza:
con ese aliento desalentado que no era pesimismo
sino realidad experimental de la gente


decías
que en este país de bananos
mangos, merengue y bachata
la realidad superaba la ficción:
por la corrupción política
por la putrefacción de los hombres
de gobierno
sólo los chiquitos caen
como chivos expiatorios:
como huérfanos sin dolientes.

Tenías razón viejo de mirada azul
en este país no hay un camino abierto
para los jodidos
los desheredados de la tierra
los pobres infelices sólo tienen seguros
el hambre y el cementerio.
Esas mismas carreteras
cuyo asfalto con lomo gris recorriste
ha visto la muerte y el abandono
de la gente y sus poblados.


Y tú, mi querido viejo
que conocías al cojo sentado
y al ciego durmiendo
me hablabas de esas cosas
me decías que si la felicidad existía
sólo se acercaba cuando una mujer
nos acoge en su santo seno.
entendías
que nunca habría
un cambio de intenciones: eso no interesa a las clases dominantes
a los gobiernos; a los empresarios
ni siquiera a la Iglesia
eso no interesa.
Y me decías, viejo de interminables historias
que aquí nada cambiaría en mil años luz:
tenías razón: la experiencia y la voz de la sabiduría
y tenías razón
a nadie le duele el jodido
y tenías razón
ni los hombres que buscan el pan en la calle
y tenías razón
y las mujeres que no tienen donde dar a luz
y tenías razón


ni los niños de vientres inflamados y pobres.
Pero no quiero intranquilizarte:
sólo quería escribirte;
recordar tu mirada acuosa
cuando estabas abatido
o tu sonrisa sonora
cuando estabas alegre.
A veces pienso que es posible,
Sin embargo
tal vez huela a blasfemia tardía
que por una vez la voluntad del creador
erró el tino
a veces pienso que otras veces
no sabemos valorarlos cuando están vivos
y en la esencia
es donde descubrimos
el enorme vacío y el vacío enorme
detonado por la partida.



Viejo, lo hago tarde, pero te escribo
porque ocurre que en ocasiones quiero hablar
desatosigar esta vida poblada de niebla
y buscar una salida.
Entonces la nostalgia vestida de llanto
o desnuda de llanto, que es la ropa que descolcha
el espíritu golpeado
me pide escuchar tu voz aunque sea un minuto
porque tu voz era tu voz y la voz de muchos
que quedaron sin voz y sin embargo,
conocían el valor de cada palabra.
También han muerto otros viejos queridos:
que supieron vivir a tiempo completo
pero no tuvieron mucho tiempo
para vivir un poco más.
Que como tú, Ernesto, supieron soñar y creer
así el viejo don Manuel
luchar y doblar el lomo
persiguiendo un mundo mejor.
Te diré que mi vida
sigue adelante como la lluvia en el Ozama
que me empeño en conducir una pequeña familia
que por pequeña en cantidad y grandeza en sentimiento
empieza a tener el tamaño del mundo.
También quiero decirte
Que no todo está definitivamente perdido
Hay un sol que calienta las mañanas
Después del frío
Y una vida que aunque pasajera vida al fin
Y un mundo que con guerras
Cubre de niños y sonrisas sus países:
De amor y esperanza

Sus fronteras


Pero ahora me despido,
Viejo de incontables historias.

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.