20 octubre 2008

José Luis Alemán, del humanista que servía a Dios y a la Economía




NÉSTOR MEDRANO


El padre José Luis Alemán fue uno de esos hombres que llegan al mundo cargando sobre su espalda una mochila de ciudadanía; que se supo sería un ciudadano del mundo, para quien el fin único del peregrinar por el conocimiento se basaba en el hombre por el hombre, en Dios como armazón estructural de soporte para los embates del espíritu y en la ciencia, la teoría y las conceptualizaciones para alcanzar formas explicativas de los fenómenos socioeconómicos. En él los conceptos, el estudio de los conceptos, la praxis de esos conceptos, exacerbaban sus inquietudes, que eran las inquietudes propias de un humanista con formación, y que además, materias difíciles de subsumir o asimilar, era sacerdote. ¿Es posible definir de manera lineal los aportes de un hombre de la reciedumbre de carácter, que poseía una maquinaria de pensamiento vivo y constante, sin horas, sin prisas y dilaciones al mismo tiempo? ¿Cuáles aportes? José Luis Alemán era un economista: un hombre de ideas prácticas que abrevaba en los grandes filósofos y en los cientistas sociales más avanzados del pasado y del presente. Como académico dejó un legado, una obra quizás dispersa que alguien se encargará en la posteridad de reunir, compilar y distribuir, para que su pensamiento no sucumba y se sepa de su existencia, más allá de las aulas o de la escuela de Economía de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. ¿Cuál puede ser mi interés en difundir algo sobre un hombre al cual, lamento decirlo, conocí más a fondo aquel 24 de diciembre en que alguien de fuerza superior decidió llevárselo de este mundo. Al ver a los economistas, a los intelectuales, a los hombres y mujeres que estuvieron junto a su cuerpo ya sin vida en la Capilla Santísima Trinidad e intercambiar algunas impresiones con el sacerdote y rector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, donde Alemán laboró como docente y director de su facultad de Economía, Agripino Núñez Collado, pude atisbar en algo sobre la dimensión del pensador que fallecía, arrebatado por un cáncer asesino, cuando Núñez Collado ponía en contexto la situación: Dios lo invitó en la víspera de la Navidad a viajar sin regreso hacia otro pueblo más elevado. ¿Pueden los elementos humanos servir de fuente acopio para establecer los aportes de un pensador al pensamiento económico de un pueblo, incidir en sus procesos o por lo menos sentar las bases para las estructuras de delineamientos de opinión? En él se planteaba la dualidad de su servicio devocional que podía entender desde las simplicidades mínimas de las necesidades del hombre en sociedad, a partir de su reducido círculo familiar, el contacto humano con una feligresía creciente en República Dominicana y aquel contacto propio del estudio constante de los distintos fenómenos que gravitaban en la vida del país que había escogido como suyo. Del mismo modo la concepción de una revista como Estudios Sociales, en cuyas páginas se asentaron las ideas y los patrones de lo que sería su punta de reflexión ante los retos económicos que se reflejarían, cuarenta años después de su fundación. Tenía la certeza de lo posible a través de lo imposible. Era un hombre espigado, a quien también recuerdo en una de esas reuniones con funcionarios de palacio, o con académicos o con miembros de la Sociedad Civil, apostillando que su temor no era la entrada en vigencia de un Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, República Dominicana y los países de Centroamérica, sino la justeza del mismo a la hora de calibrar las oportunidades de competitividad que ofrecíamos ante un mercado internacional voraz y más preparado que las estructuras internas locales, todavía en pañales, de cara al proceso de globalización.
Su pensamiento desbordaba en las páginas del periódico Hoy, donde todavía a principios de este año, muy enfermo, escribía aquellos artículos, con las ideas lúcidas, desgranadas de una prosa academicista, y con tocando con altura de intelectual de alto vuelo los temas universales y los de preocupación local. Para el padre José Luis Alemán, sus ideas partían de conclusiones escrutadas del estudio de Schumpter, Ottone, Weber, Pareto, Ortega y Gasset y otros pensadores a quienes citaba en cada una de sus entregas, en las conferencias magistrales que dictaba o en los discursos que pronunciaba. Los retrotraía al escenario local para pautar sus inquietudes sobre las apuestas que debía hacer el Estado a la hora de desarrollar sus políticas sociales. Su grandeza puede buscarse en las extrapolaciones que hizo para hablar, por ejemplo de la naturaleza del ejercicio político, cuando aducía, citando sus autores preferidos que “la dedicación a una causa de envergadura, hoy diríamos a un proyecto de nación, exige una voluntad política creyente y apasionada con lo que se refiere a la energía y al tiempo”. ¿Cómo concebía José Luis Alemán la vida política: como un todo al cual sus protagonistas debían dedicarse en cuerpo y alma, sin buscar más objetivos que el bien común del pueblo, aún cuando las tentaciones los atacaran en el sentido de enriquecerse y perseguir un fin más allá de lo que tenían, por ética o por consagración a su pueblo que hacer.
Como pensador social, tenía conciencia plena de la misión del economista y citando a Pareto, argumentaba: “ Pareto nos amonestó a los economistas a ser cautos en atribuir causalidad a variables correlacionadas, no sólo por limitaciones de lógica matemática o estadística que sólo afirman coexistencia y no categorías filosóficas, sino porque las variables analizadas frecuentemente designan aspectos distintos por abstracción de una misma realidad, en este sentido de política social como elemento más que como causa del desarrollo”. Una de las características de su temple era su observación de carácter crítica en todos los ámbitos, sobre todo en los que planteaban en él a un hombre de visión global y de sentido reduccionista, o de buscar en esas concepciones cerradas, de carácter histórico, incluso, el dominio del cristianismo, el humanismo y la ciencia, para no temer a la hora de hacer cuestionamientos, que lo situaban al ras de sus propias adhesiones religiosas.
Sus cuestionamientos sobrepasan la estructura de lo meramente científico, de la reflexión rígida, para caer, de rodillas sobre la autocrítica, en la que él, también se incluía. El padre Alemán sabía que de nada servían los adoctrinamientos filosóficos, las lecturas profundas y las búsquedas racionales para pulir el pensamiento, si no se podía aplicar alguna lección al pueblo de a pie, al jodido, al pobre, aquel que está lejos de los altares, del néctar y de las suculentas comidas de las clases mejor posicionadas.
Esto queda expresado en uno de sus escritos, cuando apunta: “ Lo fácil, en sentido peyorativo, de nuestro cristianismo de clase media y alta, procede tal vez no de nuestras comodidades, algo que sí puede importar y que no deja de ser poco conciliable con la pobreza de muchos, sino de la falta de atención teórica y práctica para con el pobre a secas y para, con perdón, pero hay que decirlo para quedar tranquilo, con los haitianos que en busca de pan, salud y educación, viven al lado de nosotros, con o sin permiso, pero con exceso de motivaciones. Nadie puede sentirse bien al mencionarse este olvido”.

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.