Te derramas nuevamente como un caño de lluvia sobre este cuerpo tardío de emociones adversas.
Me pregunto dónde surges en esta etapa de mi vida, dónde terminas y, por supuesto, dónde comienzas en este pequeño espacio que es el mundo;
desgarrado por las sombras y por el insoportable calor de la levedad, identificada por una serie de códigos secretos que, al develarse, me hacen temer en la magnitud de tus caricias.
¿Por qué te marchas y por qué vuelves una y otra vez sobre estos treinta largos minutos de esperas azules y transparentes?
¿Por qué husmear en estos instintos solapados, naturales y regios; bárbaros y reales de amarte en cada etapa del día? Incorregible. Voz de silencios trepados sobre tu cuello oliente a rosas frescas, a manzana recién madurada, a adoquines en medio de una tarde de las de antes en el Conde o en el Malecón.
¿Dónde me pierdes y dónde me encuentras en este fragmento de ideas interpuestas, descarnadas sobre tu carne de virgen en constancia de ser mujer a las tres de la tarde. Te derramas entre gotas de un sudor seminal irrigado por esas comisuras indelebles de tu pecho rosa y de mi lengua brutal hilvanada por las caricias, en el manto transparente de esos lugares recónditos, tiernos y perdidos en los desencuentros de la mitad de mi ser que es tu ser, de mis sombras que son tus luces y de mis delirios humectados de esa gloria humedecida y reciente. Pan de amor desentrañado de los labios dulces que me aprisionas y te aprisiono: octavo rincón donde quisiera ser quien te lleve a las escalinatas del viaje sin regreso del amor, del sexo, de la pasión.
Sujetas mis manos y me temes: me ves como si me constituyera en el diablo del deseo y la perdición y el mundo se desvanece a nuestros pies, resbalamos y ambos, nos sujetamos de los dos yo de ti y de mí y tú de nosotros dos. ¿Por qué oscurecer más este minuto de sombras vivas, de fulgores santificados por el culto a tus pezones floridos de almizcle, de guayaba viscosa, dulce, hasta el fin del infierno, de la pedrería bendita de tus gemidos callados, pausados, mágicos: cantas al amor, a mi cuerpo, a nuestros residuos de vida y de muerte y de renacer y de morir en el éxtasis, en el terreno yermo de los callejones sin salida, complicados:
como marasmos bajo tus axilas, como torbellino y torrente bajo tu pubis y mis ansias, reverdecidas, azules, estallidos de arco iris nunca nacidos, crecidos y multiplicados en mis lamidos, en los latidos de tu corazón desierto, a punto de irrigar entre mi sangre de festines sobre tu vientre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario