10 noviembre 2006

El Regreso sin retorno

De ella había olvidado casi todas las cosas. Así lo confesó mientras bebía un café humeante en uno de los bares semioscuros de la ciudad colonial. Sin embargo, algo en su memoria luchaba por recordar su rostro. Cómo olvidarlo si su memoria era un ejemplo de capacidad portentosa, capaz de grabar imágenes, retratos superficiales que carecían del valor anidado en otras vitalidades como los olores, los lugares recorridos, las esencias respiradas en una habitación y las historias que tanto el espíritu como los instintos se empeñaban en crear, ¿o recrear?
Es por ello que al contemplarla- penetró al viejo café en penumbras, zambullida en un amago de timidez jamás admitida-, sólo levantó la cabeza por 30 segundos y luego la volvió a la taza de café capuchino humeante, con una sonrisa más de repudio, conmiseración y lástima que de alegría.
De todas formas su mirada era algo similar a una pared de concreto armado y las cosas estaban guardadas, metidas en un baúl sellado con el fierro del tiempo y con la desidia tormentosa de la voluntad.
Ella no lo había entendido. Cuando descubrieron su arribo a la Calle Veinte Piramidal del viejo barrio, los amigos comunes de aquellos tiempos insólitos se lo advirtieron con todas las fuerzas de su corazón: “no lo busques, ese hombre jamás volverá sobre los pasos que hace rato desanduvo”.

Era cierto. Se trataba de uno de esos intelectuales que vivían enterrados en sus proyectos literarios y filmográficos; un realizador que escribía y montaba sus historias para sumergirse, para ir lejos y no regresar a la realidad de los seres humanos. Ya no era ese hombre que una vez estuvo dotado de esa capacidad alucinante de amar a una mujer y que en ese momento, si se atrevía siquiera a pensar en el desenlace pagado por su entrega, perdía parte de aquello que, ocho años atrás, quedó bajo los escombros de una montaña de dolor apenas superado.
Es por ello que, aunque en un manotazo de lucidez reconoció gráficamente su rostro, no le confirió la más remota importancia y permaneció indiferente, abstraído, como siempre, en sus meditaciones condimentadas con el humo del cigarrillo.
Ella había olvidado. ¿Simulaba que había olvidado? Y él, absorto en mayores preocupaciones propias de sus características unipersonales, de su yoísmo incubado por el tiempo, no quería hacer el menor esfuerzo por recordar y, podía jurarlo, no lo haría, no movería un solo pensamiento para que se abriera una brecha de posibilidad.
Ambos habían vivido una vida de delirios y pasiones reconcentradas, nosotros éramos la uña y la carne del gran dedo del amor.

Nos amábamos, al menos yo creía eso, estaba consciente de sentirlo así, de creer que ella era la indicada, la mujer señalada por el destino y por Dios, porque sus características y perfiles de diva liberada, independiente y con ideas propias, la hacían propicia para cumplir mis propósitos en la vida.
Ahora te rechazará. Ya no es como antes. Antes tú, una aspirante a actriz con deseos e intenciones de modelar un cuerpo y un talento claramente dudosos en el cine y el teatro, y él, un incipiente escritor con mil historias y garabatos entretejidos para armar en escena, hacían una pareja infranqueable, arrebatada por las ansias de triunfo y de éxito.
Por supuesto que aquella misión sólo él pudo llevarla a cabo, aprovechando las oportunidades dejadas por otros. Pero debe entenderse.
Se trataba de un mundo diferente, de unas ideas que retrataban una circunstancia y una coyuntura dominada por la Guerra Fría y las utopías inalcanzables y por alcanzar. Por eso te marchaste, renegando de las andanzas y de los caminos recorridos, de los sueños empalmados por ambos, de las calles lluviosas del barrio y del parque en cuyos árboles mayores nos juramos permanecer juntos en las buenas y las malas.
Las malas significaron más para ti ; te dejaste vencer, caíste arrodillada. Claro, debías vivir, debías subsistir y mis ideas no eran capaces de alimentar tu estómago ni de proporcionarte las galas doradas que sólo el señor dinero es capaz de comprar por encima de coyunturas.


Por encima de las ideas y de esa mierda turbia que dieron en llamar ideología. Le decían Laura. Hermosa mujer. ¡Cuánta perfección! , sus muslos ¡Cuánta piel viva! La probaron en una gran diversidad de roles y algunos productores incluso la contrataron después de deleitarse con la fragorosidad agridulce de su sexo y las convulsiones madrugadoras de orgasmos prolongados e irrepetibles. Todo por llegar a la fama, decía ella. Bien me gozaron, bien me estrenaron, pero valió la pena, valió la pena, valió el tiempo y valió la gloria.
¿Recuerdas cómo lo dejaste? Se inició con una tanda de sueños, fue coherente en cubrir desde el principio todos los pasos para construir historias, que por su valor humano y perceptivo concitaron apoyo en las plazas donde se exhibían las cintas. Trabajó en las esquinas más populosas de la ciudad, en los oficios más demoledores; fue vendedor de frutas fragmentadas, cortador de carnes exudadas, encendedor de fuegos bucales y mago de amaneceres inciertos en el Malecón, todo, de manera decidida, para costear sus sueños de grandeza creativa. Ya era famoso. Soñaba con llevar a la pantalla historias de hombres , con el único efecto del llanto y la risa para herir la sensibilidad de los espectadores. De modo que, lo veo difícil. Para él quedaron borradas las nostalgias, las rememoraciones con sabor a recuerdos.

Y ni siquiera los momentos definidos alguna vez por ambos como próximos al encadenamiento apasionado pueden hacerlo rectificar.
No quiere recordar nada de ti, te borró de la faz de su mundo.
- ¿Y si recordamos aquellos momentos juntos?
-De nada servirá.
-Pero es un hombre abierto a los cambios y a las ideas nuevas, es liberal. No tiene prejuicios.
-Él te dijo eso en un tiempo. Pero olvídalo. Nunca lo creyó ni estuvo de acuerdo con ese liberalismo del que hablas.
-¿No puedes convencerlo?
-Sabes o debes saber que es imposible. ¿Ya no lo recuerdas? Su determinación es indoblegable. Tú deberías saberlo.
Laura, Laura, despierta. Recuerda mis labios con los tuyos, recuérdalos en tu boca, en tu cuello, en tus mejillas; recuerda su descenso por tu cuerpo acalorado, por tu busto, por las exuberancias de tus pechos, de esos senos, de esos pezones. Despierta que tu cuerpo suda, tus poros fibrilan azúcar, despiden néctar, me hacen enloquecer, me aturde el olor de tu sexo y me condensa los sentidos el sabor a melón de tu boca, recuérdame. Éramos así. Discutíamos hasta el amanecer si tal galardón fue adecuado o no, si tal actor merecía ese reconocimiento especial y si la academia se prejuiciaba o no por actitudes políticas o inclinaciones de por vida de los actores y las actrices escogidos o nominados. En esas discusiones fluía el reverbero de las cervezas, las montañas de colillas de cigarrillos se amontonaban y las madrugadas se detenían en un punto intermedio en que las horas se inmovilizaban. Despierta. Ábreme a los portales de tus deseos y regrésame a la seducción de tus axilas, de la piel sobre la piel, de las brisas y los estertores después de revivir cada muerte del éxtasis. Recuérdame en tus silencios, en tus relinchos de mujer amante, mezcla de sudores azucarados, de movimientos extenuantes, de posiciones indeseables y paradisíacas, Laura no olvides, Laura envuélveme, tráeme a tus atascaderos y devuélveme la gloria, Laura, Laura.
He regresado. Tantos años desperdiciados en una equivocación sin tiempo que desgarró cada minuto de mi vida. Jamás podrá perdonarte. He visto tantas humedades, lluvias y muertes diluvianas que mi capacidad de asombro fue relegada a un estado de sitio, a un punto convulso de olvidos insalvables. ¿Te conozco? Creo que, vagamente, tu rostro se hace conocido. Debió ocurrir hace mucho tiempo, ¿cierto? ¿O sería en uno de esos filmes malos y caseros exhibidos en el cine independiente? Pero delira, dice reconocerme vagamente.

Experimentó invariables experiencias. Experiencias disímiles y desahogos que a lo mejor no fueron otra cosa que una reacción a tu partida. ¿Te conozco? Estás parada ahí, obstruyendo la imagen de quietud y recogimiento buscados en este lugar y sólo en este lugar. Nunca quiero, jamás lo deseo, que me molesten. Sólo vengo a tomar mi café y de vez en cuando a ligar uno que otro trago de ron para difuminar los espectros de cualquier pasado no apetecido.
-Intercede, por favor. Habla con él, puedes hacerlo porque eres su mejor amigo. Estoy segura. A ti te escuchará.
-He conversado con él cuando ha habido crisis. En momentos de intolerancia política y de incomprensiones que han puesto en vilo sus intereses, y lo he convencido de tomar la decisión correcta, pero esto, esto es diferente. De pronto la mira. Se quita los anteojos y esgrime algo parecido a una sonrisa. La reconoce ligeramente. Nunca olvido un rostro, porque vivo de grabar imágenes, de retratar facciones, aunque no recuerde otra cosa. ¿Me dices que tu nombre es Laura, Laura, Laura, Laura? Si, soy Laura. Me han dicho más de mil veces que no me aceptarás; que después de tantos años se han frisado en tu memoria, como paredones de fuego y de olvido todas aquellas cosas, partículas o esencias que huelen a mí.
Tu memoria está en blanco y sin embargo, noto una irresistible locura en tu expresión. Has querido olvidar, las ilusiones, ¿las recuerdas?

Caminábamos por las calles de la ciudad intramuros , y tú, con tu pantalón fuerte azul y la chaqueta de cuero y yo con mi blusa provocativa y descarrilada, éramos dos locos con la juventud bullendo en las arterias. ¿Recuerdas? Comprábamos flores en cualquier esquina, rosas, orquídeas y las dejábamos pétalo a pétalo detrás de nuestros recorridos. Nos arrinconábamos en cada esquina y en cada punto donde las brumas permitían que aflorara eso que, lamentablemente parecía algo más que un capricho. ¿Recuerdas que nos queríamos en cualquier lugar, sin importarnos quiénes éramos ni quiénes eran las personas que ambulaban por esos lugares recónditos? ¿Cómo decir y hacer lo que es cierto de toda certeza? ¿Cómo olvidar momentos de tanta intimidad, de auscultarnos hasta los tuétanos como dos perfectos gozones del sexo y de la lascivia?
De pronto la mira. Se despoja de los anteojos y limpia los cristales despacio, con una calma casi desesperante; desesperante. Sonríe. El humo de cigarrillo flamea sobre su rostro. Las líneas circulares se despiden del tabaco con la misma parsimonia que utiliza él para hacerse el importante, o por lo menos ignorarla.
-¿Quién eres mujer?- le preguntó con la ligereza más auténtica de todos los tiempos- ¿Qué deseas? Dime, ¿qué buscas? ¿Por qué destapar una botella del pasado que no traerá nada bueno a ninguna de las partes?

Sabes que es una mujer grandiosa, que juntos ustedes eran seres multiplicadores, ejemplos de unión y de sentimientos diáfanos. Lo siento por ti, ese hombre no busca nada en su subconsciente, no hace el menor intento por recordar, por abrir el conducto de la sensibilidad y dejar salir el deseo y el recuerdo, pero es injusto, todos tenemos derecho a una segunda oportunidad; para ti no hay otras oportunidades, para ti no hay otro chance, debes hacerte a la idea de que aquellos años quedaron sepultados, bajo tierra, bajo tierra. Luces, personas tropezándose al caminar en el café. ¿Qué es lo que lo abstrae de la realidad humana? ¿Del perdón? Está concentrado en sus proyectos. No tiene conciencia ni tiempo para nada más. Es injusto que me hagas esto, ni siquiera has tenido la generosidad de prestarme atención; me has ignorado, me has avasallado, ¿quién crees que soy, quién crees que eres? ¿En serio buscas respuestas? ¿Deseas saber lo que pienso? Te despedazará si lo presionas mucho, al decir la verdad de su corazón suele ser inclemente, ¿quién te has creído con esas ínfulas y ese ardor de prepotencia? ¿Quieres saberlo, Laura, Laura? Quizás estás aquí, quizás no, depende de lo que creas por realidad, pero daré esto por terminado. Terminaré esto de manera abrupta, sin sentimentalismos. Quizás soy tu pasado y tú no eres mi presente, o tal vez, Laura, Laura, eres un personaje de ficción...y yo, Laura, Laura, el cagatintas que termina aquí tu historia.

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.