09 diciembre 2007

Nostalgia al humo de cigarrillo


Hoy a las cinco de la tarde encendí un cigarrillo y dejé que la mirada de mis ojos se marchara por las paredes históricas de la Ciudad Colonial, traspasara las paredes del Alcázar de Colón y volviera por el camino de la explanada donde algún día quise que pisáramos juntos, compartiendo quizá, un nosotros, para luego ir, desde allí, hasta el lugar común donde se juntan los cuerpos. ¿Qué hacer previamente en el lugar común donde se juntan los cuerpos que no sea descifrar los códigos azules y humedecidos de la pasión arremolinada entre sábanas blancas? ¿Cómo no desear sujetar tu mano delgada y correr junto a ti, como cuando yo era delgado y me portaba como un tipo desentendido y sin perturbaciones? Correr. Marcar nuestros pasos, tumbarnos en la yerba que recién crece sobre la acera de adoquines de cualquier sitio de la ciudad intramuros, para invadirnos de nostalgias y recordarnos a los dos, como éramos en aquellos tiempos de labios febriles y lenguas amarradas entre cantos lascivos de guitarras desentonadas de armonías físicas, roce de cuerpos, gotas de néctar de una transpiración que nos conducía al infinito de la locura o de la cordura sin fundamento; horizonte de línea amarilla mojada por el sol, o los tibios rayos de luna que se deslizaban por tu ombligo y tu vientre desnudo, como el resto de tu cuerpo, que me hacía temblar de emoción, que me hacía soñar que había muerto y renacía entre los vulgares pero humanos y divinos humores sexuales de esos cuerpos que eran nuestros y míos y tuyos, porque éramos mutuos de amor y consentimiento.
Y al apagar el cigarrillo y verme a punto de tomar el último trago de cerveza que se agita en una botella verde, que refleja un proyecto mortecino de rayo de sol, bajo la cabeza para ver caer esa lágrima que sobre su cuerpo acuoso lleva su nombre, regresan aquellos años. Todo es tu sonrisa y tu pelo negro que se esparcía sobre mi rostro con esta misma brisa navideña; esta brisa navideña que disfrutábamos, que nos torturaba, que nos hacía recogernos en nosotros mismos en un abrazo con fuerza y con advertencia de transformación inicua en acto de amor hasta el amanecer. Esa brisa navideña que nos alborotaba, que nos llevaba por delante hasta la llegada de la noche desnuda en los bancos del parque Independencia y de allí al infinito, donde gemías como mujer de ébano y me ayudabas a morir y nacer... en cada caricia.
Néstor Medrano

1 comentario:

Iván López M. dijo...

Acabo de hacer el recorrido de “Nostalgia al humo de cigarrillo”, pero me atreví a cambiarle la hora (me excusa), prefiero horas de mas silencio, de mas soledad… Me di cuenta de algo mientras caminaba por el humo y escuchaba a Males Davis, afirme que la literatura es el oxigene, pero sentí que con un poco de melodía, se potenciaban los colores de las paredes, del pelo negro, de la yerba, de la botella verde…

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Acerca de mí

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Periodista, escritor, ganador del Premio Único de Poesía de la Centenaria Alianza Cibaeña de Santiago de Los Caballeros y autor de la novela infantojuvenil Héroes, Villanos y Una aldea, publicada por el Grupo Editorial Norma. Reportero del matutino dominicano Listín Diario.